El oficio de tenor
El aniversario le pilla en los ant¨ªpodas. Ayer y ma?ana Jos¨¦ Carreras protagoniza sendos conciertos con orquesta en Sidney, Australia. El 21 de diciembre estuvo en Barcelona para otro concierto, ¨¦ste acompa?ado por Ainhoa Arteta. No hubo forma de verle antes o despu¨¦s de la actuaci¨®n. Este hombre es de los que siempre ha sabido que si la inspiraci¨®n tiene que llegarte alg¨²n d¨ªa, lo mejor es que te pille trabajando. De hecho, ¨¦l trabajaba ya a los 11 a?os cuando incorpor¨® el complejo papel del ni?o Trujum¨¢n en El retablo de Maese Pedro, de Falla. Fue en el Liceo, los d¨ªas 3 y 5 de enero de 1958. Se cumplen pues los 50 a?os de ese debut.
Pero Carreras (Barcelona, barrio de Sants, 5 de diciembre de 1946) no lo celebra ahora. Lo har¨¢ el pr¨®ximo 17 de junio con un recital, acompa?ado al piano por Lorenzo Bavaj. En paralelo, el Liceo organiza una exposici¨®n, comisariada por el periodista Pablo Mel¨¦ndez, sobre la prodigiosa trayectoria del tenor y muy especialmente sobre su intensa relaci¨®n con la casa. Entonces, promete, encontrar¨¢ el tiempo suficiente para hablar cara a cara. De momento, hay que conformarse con una conversaci¨®n telef¨®nica poco antes de tomar el avi¨®n -?a cu¨¢ntos se habr¨¢ subido en su vida?- rumbo a Australia.
En 1990 abri¨® el Mundial de f¨²tbol con Pavarotti y Pl¨¢cido Domingo. Dos mil millones de espectadores lo vieron por televisi¨®n
"Usted me gusta tanto porque cada una de las personas que hay en la sala cree que canta para ella", le dijo Von Karajan
"Recuerdo sobre todo que me divert¨ª mucho con aquel Retablo. Para m¨ª fueron unos pastorets [representaci¨®n popular navide?a, muy arraigada en la escena catalana] a lo bestia. Pero si debo ser sincero, lo que m¨¢s me impresion¨® fueron los ensayos. Jos¨¦ Iturbi, que dirig¨ªa, estuvo muy simp¨¢tico conmigo".
El gran Iturbi (Valencia, 1898-Los ?ngeles, 1980) llegaba a Barcelona con todo el glamour de los a?os dorados del musical de Hollywood. En 1944 hab¨ªa fichado para la Metro Goldwyn Mayer, con la que colabor¨® en varias pel¨ªculas. Cabe imaginar la impresi¨®n que debi¨® causarle a ese ni?o espabilado y serio que hab¨ªa decidido que cantar era lo suyo tras haber visto en la pantalla El gran Caruso, dirigida por Richard Thorpe (1951) y protagonizada por el tenor estadounidense, hijo de inmigrantes italianos, Mario Lanza.
Era el gran momento del cine. La Callas, la Tebaldi, Mario del Monaco o Giuseppe Di Stefano eran para el gran p¨²blico astros de una misma far¨¢ndula con muchas dedicaciones. Es el momento en que la obra entra en la ¨¦poca de la reproducci¨®n t¨¦cnica seriada, como hab¨ªa visto Walter Benjamin, advirtiendo adem¨¢s de los trasvases de g¨¦neros que iba a producir el fen¨®meno. El de la ¨®pera y el cine es clar¨ªsimo. Sin olvidar, por supuesto, la radio, en aquella Barcelona marcada por el Congreso Eucar¨ªstico.
"De hecho, a m¨ª me debieron seleccionar -nunca lo he sabido con exactitud- porque alguien deb¨ªa haberme escuchado en el popular programa ben¨¦fico de Dalmau y Vi?as, en Radio Nacional de Espa?a. El caso es que alguien del Liceo se puso en contacto con mis padres [¨¦l, guardia urbano; ella, peluquera] para ofrecerme el papel. Aquellos Reyes Magos me trajeron mi primer tren el¨¦ctrico, recuerdo perfectamente a mi padre desempaquet¨¢ndolo".
Cinema Paradiso. ?se era el ambiente que por la ¨¦poca constru¨ªa el relato mitol¨®gico de ni?os como Terenci Moix, Juan Mars¨¦ o Jos¨¦ Carreras. En el caso de este ¨²ltimo, con el a?adido especial de la pasi¨®n por el Bar?a. Cantar en el Liceo por primera vez deb¨ªa antoj¨¢rsele una experiencia similar a la de su h¨¦roe Ladislao Kubala pisando por primera vez el c¨¦sped del estadio barcelonista. Trasladado a d¨ªa de hoy, podr¨ªa equivaler a un peque?o Messi saltando a la cancha l¨ªrica para comerse el mundo: no hay m¨¢s que mirar la foto de ese debut, en la p¨¢gina siguiente, para comprobar la gravedad con la que aquel ni?o afrontaba el compromiso.
"El cine, el f¨²tbol, los discos, todo eso llenaba de mitos mi universo. Eran mitos distantes, inalcanzables, para so?ar con ellos. Y por azar, con apenas 11 a?os, yo entraba en contacto con todo eso por la v¨ªa de Jos¨¦ Iturbi. No me lo pod¨ªa creer".
Pero Carreras ya no ha sido un tenor del cine, sino, fundamentalmente, de la televisi¨®n. Con una fecha de entronizaci¨®n muy precisa: termas de Caracalla, Roma, 7 de julio de 1990. Ese d¨ªa abri¨® con un concierto ya m¨ªtico el Mundial de f¨²tbol de Italia, junto a Pavarotti y Domingo, otros dos hinchas l¨ªricos de muy solvente trayectoria.
"La televisi¨®n ha acercado todav¨ªa m¨¢s a los cantantes al gran p¨²blico, en cierto modo nos ha hecho habituales de los plat¨®s. Antes, si Mario del Monaco aparec¨ªa en la peque?a pantalla era un acontecimiento extraordinario. Con mi generaci¨®n eso empez¨® a quedar atr¨¢s".
Esa mutaci¨®n -llam¨¦mosla as¨ª- ocurri¨®, sin embargo, en medio de una encendida pol¨¦mica entre apocal¨ªpticos e integrados de la ¨®pera, defensores los primeros de una supuesta pureza de nacimiento del g¨¦nero -sin reparar en fen¨®menos protohist¨®ricos como el que encarn¨® Enrico Caruso- frente a quienes consideraban leg¨ªtimo que el g¨¦nero se lanzara en pos de nuevas audiencias. La del concierto de Caracalla se calcul¨® en unos dos mil millones de espectadores en todo el mundo. Un bombazo que no se esperaban ni sus propios protagonistas.
"Sobre eso se discuti¨® mucho, pero me parece un debate superado por los hechos. Evidentemente, se trataba de un show para un p¨²blico mayoritario. Pero los tres ¨¦ramos tenores, con carreras consolidadas en solitario a lo largo de los a?os, que nos unimos en un momento tan medi¨¢tico como un mundial de f¨²tbol. Y el fen¨®meno se alarg¨® durante una d¨¦cada, insisto que para nuestra propia sorpresa".
Hay cierto tono de orgullo profesional en la voz de Carreras cuando afirma que aquellos tres astros televisivos eran antes que nada "tenores". Es decir, tres personas que ejerc¨ªan un oficio dif¨ªcil, arriesgado, para cuya pr¨¢ctica se precisa algo no muy distante a la locura del portero lanz¨¢ndose a los pies del delantero para robarle la pelota. Eso manten¨ªa unido a aquel tr¨ªo. Era, evidentemente, un exceso, pero es que el propio m¨¦tier reclama a menudo el exceso, como magistralmente ha dejado sentado Fellini. Adem¨¢s, una de las caracter¨ªsticas que siempre ha distinguido a Carreras -y que es mucho menos frecuente de lo que la gente suele creer- es que adem¨¢s de cantante es un buen aficionado a la ¨®pera. Tuvo una pasable formaci¨®n en el Conservatorio Municipal de Barcelona, pero b¨¢sicamente cabe considerarlo autodidacta. A diferencia de muchos de sus colegas, ¨¦l no ha ocultado nunca que ha preparado los papeles escuchando a los grandes maestros que los interpretaron antes. Giuseppe Di Stefano o Richard Tucker fueron dos de sus ¨ªdolos mayores. Pero desde joven supo que de esos modelos pod¨ªa incorporar elementos, pero que en todo caso ¨¦l deb¨ªa encontrar su propio camino. Un camino alejado del tenor de fuerza "gladiador" -como suele llamarlo ¨¦l-, mucho m¨¢s l¨ªrico que spinto (traducci¨®n: "empujado"), como suele llamarse en el argot. Y el resultado ha sido el de un cantante de los que fa patir (hace sufrir) -un esp¨¦cimen muy apreciado por los lice¨ªstas, m¨¢s si encima son cul¨¦s-, pero que cuando vence las dificultades produce en todos los p¨²blicos un enamoramiento sin vuelta atr¨¢s, una entrega incondicional a su arte. Conviene matizar, sin embargo, porque otro tenor barcelon¨¦s le gana en materia de hacer sufrir al personal y cosecha adhesiones no menos incondicionales, empezando por la del propio Carreras, el cual siempre ha dicho que, como ocurre con los Mosqueteros, los tres tenores en realidad son cuatro y que el cuarto, aunque figure menos, es en realidad el mejor de todos: Jaume (o Jaime o Giacomo) Aragall. Una afirmaci¨®n as¨ª desde luego es mucho m¨¢s propia de un buen aficionado a la ¨®pera que de un tenor profesional.
?Por qu¨¦ conmueve tanto la voz de Carreras? Herbert von Karajan, el director que le llam¨® a Salzburgo en 1976 para interpretar el R¨¦quiem de Verdi y con quien poco despu¨¦s grab¨® el Don Carlo, se lo explic¨® de forma muy clara: "?Sabe por qu¨¦ usted gusta tanto, Carreras? Pues porque cada una de las personas que hay en la sala cree que usted canta para ella". Las explicaciones m¨¢s sencillas son a menudo las m¨¢s profundas y completas.
Una raz¨®n muy similar aduce Jordi Savall para explicar el ¨¦xito de un sonido en principio tan poco pr¨®ximo a la sensibilidad contempor¨¢nea como el de su viola de gamba. La voz de Carreras habla al coraz¨®n, sin intermediarios. Es transparente, a¨¦rea, algo t¨ªmida y dubitativa, como si pidiera permiso para salir a escena. Pero una vez all¨ª, dejadas atr¨¢s las bambalinas, ocupa todo el espacio con la m¨²sica menos autoritaria y m¨¢s afectuosa que pueda concebirse. El texto fluye por esa m¨²sica produciendo una sensaci¨®n de libertad pocas veces alcanzada por otros int¨¦rpretes: es, sin ninguna clase de duda, el tenor al que mejor se le entiende. Y todo esto sumado habla al espectador con una emotividad que ¨¦l nunca ha llegado a explicarse del todo, t¨ªmido y poco dado a la exhibici¨®n como nunca ha dejado de ser.
Para comprobar todo esto no hay m¨¢s que escuchar otra vez el aria de Rodolfo 'Che gelida manina', de La Boh¨¨me, el papel en el que siempre ha dicho que se ha sentido m¨¢s c¨®modo porque en ning¨²n momento precisa forzar la voz. Es antol¨®gica la manera como ataca la pieza en la versi¨®n dirigida por Colin Davis para el Covent Garden: casi como si la l¨ªnea de canto solicitara autorizaci¨®n al acompa?amiento para arrancar, como si fuera un hilo que finalmente se impone porque nadie puede resistirse a su belleza, y menos que nadie la pobre Mim¨ª. Rodolfo es todo menos un lig¨®n chuleta: ser¨¢ un tarambana, un so?ador que al final deber¨¢ pasar cuentas con la tragedia de la vida, como todo el mundo, pero de ning¨²n modo un latin lover al uso. "Ma il furto non m'accora / perch¨¨ vi ha preso stanza... la sepranza!", canta al final del aria, y su agudo es todo menos una imposici¨®n por decreto, puro ardor de hombre conmovido y desorientado. Carreras ha hecho un fenotipo de la figura del perdedor. Cuando, en junio de 2000, regres¨® al Liceo, restaurado tras el incendio, para incorporar una ¨®pera lo hizo en el papel de Sly, un poeta jugador, alcoh¨®lico, endeudado y suicida que protagoniza la poco conocida ¨®pera hom¨®nima de Ermanno Wolf Ferrari. Un gui?o obvio al papel que el propio artista a veces se ha autoasignado y que se ha visto reforzado tras la leucemia que se le declar¨® cuando apenas contaba 41 a?os, en plena cresta de la ola. La enfermedad le oblig¨® a reducir dr¨¢stica y brutalmente el n¨²mero de funciones y grabaciones.
Pese a ello, nunca perdi¨® su condici¨®n de tenor, con toda la hondura moral y est¨¦tica que tal condici¨®n implica en su credo art¨ªstico. A eso se refer¨ªa Carreras cuando explicaba que los tres magn¨ªficos de los estadios, al margen de cualquier consideraci¨®n de gusto, eran tenores de verdad. No hay que estirarle mucho la lengua para hablar de los tiempos actuales, de la generaci¨®n que se baja la m¨²sica por internet y la consume con la m¨¢xima urgencia.
"Hay cantantes j¨®venes muy buenos, por supuesto, pero en la era postelevisiva, si as¨ª podemos llamarla, tambi¨¦n hay muchos artistas que no son ni pesce ni baccal¨¤ [ni chicha ni limon¨¢]. Unas figuras, ¨¦stas s¨ª, muy medi¨¢ticas, pero no tenores en el sentido en que lo entiendo yo, con una carrera por defender. Hace 20 a?os, preparar un papel costaba mucho m¨¢s que ahora, hab¨ªa grandes maestros con los que sab¨ªas que te ten¨ªas que medir. Hoy todo pasa de manera mucho m¨¢s r¨¢pida, el ¨¦xito se mide por la audiencia, y si no hay audiencia pues el artista se borra del mapa, y si te he visto no me acuerdo".
Nombres, queremos nombres. A estas alturas de la vida y de la carrera, si alguien puede darlos es Jos¨¦ Carreras.
"Pues mire, con todo el respeto por lo que hace, que lo hace bien, y sin ¨¢nimo alguno de criticarle, Andrea Bocelli. Es sin duda un excelente comunicador, pero no es un tenor, no como yo lo entiendo".
No digamos ya fen¨®menos si entramos en fen¨®menos paranormales como Paul Potts, que lleva tres millones de discos vendidos con su exitoso Nessun dorma publicitado... sin haber pasado por ning¨²n aprendizaje de repertorio y teatro. El resultado, desde el punto de vista musical, no cabe calificarlo m¨¢s que de deleznable, de ning¨²n otro modo. Carreras coincide sin tapujos.
"Quiz¨¢ s¨ª que la era postelevisiva est¨¢ llegando a un seudoarte de consumo que no respeta los m¨ªnimos".
?Qu¨¦ m¨ªnimos? El tenor no tiene ganas de detallarlos. Pero basta enunciar algunos de los compromisos que le atienden para convenir que sigue en la brecha del tenor. Tras los conciertos de Sidney, viajar¨¢ a China, donde dar¨¢ diversos recitales ("Asia cada vez me gusta m¨¢s, por razones personales pero tambi¨¦n profesionales"). Luego intervendr¨¢ en el baile de la ?pera de Viena, su segunda casa tras el Liceo, al que, ya se ha dicho, acudir¨¢ en junio para celebrar sus 50 a?os de escena.
Aquel ni?o Trujum¨¢n que apareci¨® en el escenario de la Rambla hace medio siglo fue una gozosa revelaci¨®n, al decir de las cr¨ªticas del momento (algunas de las cuales se rese?an aqu¨ª mismo). Una sorpresa para todos salvo, se dir¨ªa, para el propio Jos¨¦ Carreras, al que ya aquel deseado debut le pill¨®... trabajando. Mucho m¨¢s que las representaciones, el tenor recuerda, en efecto, los ensayos, la preparaci¨®n del papel, la fascinaci¨®n por la construcci¨®n de una ¨®pera, desde el proyecto imaginado que es el papel pautado hasta la producci¨®n acabada. Recordar esos inicios no es para Carreras un acto conmemorativo, sino profundamente reivindicativo de lo que ¨¦l entiende que es el oficio de tenor. Una reivindicaci¨®n que hace desde la mejor y m¨¢s convincente actitud: trabajando. En las ant¨ªpodas. Que podamos escucharle por muchos a?os.
Aquel fr¨ªo d¨ªa de invierno de 1958
El Spuknit 1, el primer sat¨¦lite artificial de la historia, se desintegraba en su entrada en la atm¨®sfera tras haber orbitado la Tierra durante 92 d¨ªas mientras sir Edmund Hillary alcanzaba el Polo Sur adelant¨¢ndose a su competidor, el ge¨®logo y explorador brit¨¢nico Vivian Fuchs, rezagado a 480 kil¨®metros de la meta. Fue el 3 de enero de 1958, un fr¨ªo d¨ªa de invierno en Barcelona. La prensa catalana ilustraba sus portadas con estampas de los Reyes Magos y, adem¨¢s de la haza?a de Hillary, los peri¨®dicos rese?aban, entre anuncios que recomendaban regalar batas y pijamas de lana y medias de nailon sin costuras, la actuaci¨®n de una joven Carmen Sevilla levantando la moral de los "valientes soldados de la guarnici¨®n de Sidi Ifni" el d¨ªa de A?o Nuevo, poco m¨¢s de un mes despu¨¦s del frustrado asalto marroqu¨ª a la colonia espa?ola. El Real Madrid, el Barcelona y el Atl¨¦tico de Madrid, empatados a 21 puntos, encabezaban la tabla de la Liga de f¨²tbol, y en las p¨¢ginas de m¨²sica, teatro y cinematograf¨ªa se informaba del Festival Falla en el Teatro del Liceo: La vida breve, El retablo de Maese Pedro y el ballet El amor brujo, dirigidos por Jos¨¦ Iturbi; "3 y 5 de enero. Dos funciones s¨®lo por compromisos de Iturbi en Estados Unidos", se especificaba. Y en el reparto de El retablo aparec¨ªa el nombre del "ni?o" Jos¨¦ Mar¨ªa Carreras.
Reci¨¦n cumplidos los 11 a?os, Carreras debutaba esc¨¦nicamente en el teatro de ¨®pera de su ciudad, aquel coliseo l¨ªrico que hab¨ªa pisado por primera vez en 1955 para ver, desde el quinto piso y de pie, su primera ¨®pera, que protagonizaba una de las sopranos m¨¢s prestigiosas de la ¨¦poca, Renata Tebaldi. Le gustaba cantar desde peque?o y su madre le permit¨ªa interpretar canciones en su peluquer¨ªa y quedarse con las propinas que las clientas le daban por sus trinos. A los 8 a?os se present¨® en p¨²blico interpretando con su voz de soprano 'La donna e mobile', de la ¨®pera Rigoletto, en un concierto ben¨¦fico para un programa de Radio Nacional. Pero su debut esc¨¦nico lo hizo en el Liceo. En invierno de 1957-1958, el pianista, compositor y director de orquesta valenciano Jos¨¦ Iturbi, que hab¨ªa triunfado en Estados Unidos y a quien la industria cinematogr¨¢fica de Hollywood hab¨ªa catapultado a la fama, lo seleccion¨® para cantar el nada f¨¢cil papel de Trujam¨¢n en la ¨®pera de marionetas El retablo de Maese Pedro. Y el jovenc¨ªsimo Carreras no defraud¨®. "El ni?o Jos¨¦ Mar¨ªa Carreras explic¨® en vigorosas recitaciones las incidencias del episodio [quijotesco]", firmaba en su cr¨ªtica del Diario de Barcelona A. Catal¨¤. U. F. Zanni escrib¨ªa en La Vanguardia que "justamente se le hab¨ªa ovacionado por la gracia y seguridad con que venci¨® las dificultades musicales y materiales de la parte de Trujam¨¢n", y Manuel P. de Llauder valoraba en el Noticiero Universal su interpretaci¨®n de "muy valiente y con cantidad y calidad de voz muy prometedoras".
La segunda representaci¨®n de El retablo, en la noche de Reyes, fue ya el colof¨®n. A los elogios de la cr¨ªtica se sum¨® la victoria del Bar?a ante el Sevilla (1-2) y la derrota que el Madrid encaj¨® en Pamplona (1-0). Sus ¨ªdolos Kubala, Evaristo y Ramallets hab¨ªan contribuido a distanciar a su querido Bar?a del eterno rival en los primeros puestos de la clasificaci¨®n. Y por si fuera poco, al d¨ªa siguiente, los Reyes Magos le dejaron el regalo que m¨¢s le ilusionaba en la vida: un tren el¨¦ctrico.
Carreras volvi¨® como ni?o al Liceo en enero de 1959 para cantar Amunt, de Joan Altisent, y en diciembre de ese mismo a?o en La Boh¨¨me. Una d¨¦cada despu¨¦s, el 8 de enero de 1970, debut¨® ya como tenor interpretando el papel de Flavio ne la ¨®pera Norma. Lourdes Morgades
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