Dios en la mesa de novedades
En el principio ya era la palabra, como se sabe. Y la palabra se identifica con Dios (Juan, 1:1), el ¨²nico ente con la necesaria autoridad para especializarse en formular eternamente lo que J. L. Austin llam¨® enunciados performativos, aquellos en los que lo que se dice anuncia lo que sucede: "H¨¢gase la luz", y fue la luz. Mientras aut¨¦nticas hordas de nuestros esforzados compatriotas de euro duro enloquecen en la ciudad que J. M. Fonollosa cant¨® sobre el mapa (Ciudad del hombre: New York, El Acantilado), comprando todo lo que se les viene en gana a 65 c¨¦ntimos por d¨®lar, en las mesas de novedades de las librer¨ªas de cadena se libra con ferocidad un drama metaf¨ªsico con Dios (o su negaci¨®n) como protagonista. Efectos colaterales del subid¨®n religioso post 11-S y de la contagiosa fiebre Da Vinci, ate¨ªsmo, agnosticismo y laicidad est¨¢n ahora tan de moda como los grasientos helados de Ben & Jerry o los potingues cafeteros del ubicuo Starbucks, una compa?¨ªa que, vaya por Dios, tom¨® su nombre del primer oficial del Pequod, el buque ballenero con el que el gran ateo Ahab pretendi¨® dar caza al dios cet¨¢ceo. El que rompi¨® el fuego, hace ya un a?o, fue el bi¨®logo Richard Dawkins con El espejismo de Dios, que aqu¨ª ha publicado Espasa sin pena ni gloria, y cuya versi¨®n inglesa en audiobook acaba de obtener el premio del a?o para "libros sonoros". Pero ahora la palma se la lleva el bestsell¨¦rico God is not great, de Christopher Hitchens, que aparecer¨¢ en marzo en Debate con el t¨ªtulo (cuestionable) de Dios no es bueno; el New York Times Book Review ha publicado anuncios de media p¨¢gina del libro recomend¨¢ndolo ?para las Navidades! como "el regalo perfecto para el creyente o el no creyente de su familia". Libros como esos compiten en las mesas de non-fiction con otros que lucen t¨ªtulos como The portable atheist, The atheist Bible, God and gold, The stillborn God (un estupendo ensayo de Mark Lilla, por cierto), God, the failed hypothesis, etc¨¦tera. Claro que en la teocracia americana (como la defini¨® Kevin Phillips en el libro del mismo t¨ªtulo que lleg¨® a las listas en 2006) una cosa es Nueva York y otra las ciudades del Cintur¨®n B¨ªblico, donde los fundamentalistas se la tienen jurada a las librer¨ªas que propaguen el error. Yo mismo, si quieren que les diga la verdad, no las tengo todas conmigo: anoche so?¨¦ que un furioso rayo divino me part¨ªa en dos, dej¨¢ndome como a una de esas vacas a las que Damien Hirst, otro ateo demiurgo, encierra en una vitrina flotando en una soluci¨®n de formaldeh¨ªdo por toda la eternidad.
Me siento como uno de esos infinitos libros que efect¨²an el trayecto desde el almac¨¦n a la mesa de novedades para regresar intonsos (es un decir) e invendidos al punto de origen
QUIZ?S A ustedes tambi¨¦n les pase. Hay pel¨ªculas que me hicieron vibrar en mi butaca de la fila cinco y de las que ya no me acuerdo de la trama, sino de un par de im¨¢genes irrelevantes que se me emponzo?aron en el alma. Y novelas que devor¨¦ durante noches con los ojos ardiendo como antorchas y de las que, incre¨ªblemente, s¨®lo recuerdo un tono, o la forma del pomo de la puerta que la protagonista abre en un momento dado (eso me pasa con Henry James), o el olor de la escalera de la casa de la vieja a la que va a matar Raskolnikov. La historia que cuenta narraciones que me parecieron maravillosas se me ha difuminado hasta el punto de que ya s¨®lo recuerdo sus escatolog¨ªas, lo que me hace sentirme indigno y culpable. En La Veneciana, un magn¨ªfico cuento de Nabokov, se encuentra la mejor referencia literaria que recuerdo de alguien sac¨¢ndose un moco. Y, aunque he olvidado el meollo de la historia en la que se enmarca, sigo teniendo presente la escena en que Quinn, protagonista de Ciudad de cristal, de Paul Auster, oye sonar el ominoso tel¨¦fono mientras est¨¢ sentado en el retrete in the act of expelling a turd. De las escenas de sexo recuerdo con repugnancia la c¨®pula m¨¢s bien colonialista ("al entrar en ella sent¨ª c¨®mo me hund¨ªa en una cera ins¨ªpida que, sin oponer resistencia, dejaba hacer con una inm¨®vil placidez vegetal") del narrador de La nieve del almirante, de ?lvaro Mutis, con la ind¨ªgena que sube al barco en el que navega r¨ªo arriba. Y lo ¨²nico que no le perdono a Javier Mar¨ªas en Veneno y sombra y adi¨®s, la mejor novela en espa?ol que he le¨ªdo en 2007 (reconozco que no las he le¨ªdo todas), es que, despu¨¦s de hab¨¦rmelo hecho esperar durante casi 1.000 p¨¢ginas (y cinco a?os), el encame de Jacobo (o Jacques, o Jaime, o Diego) Deza con la joven esp¨ªa P¨¦rez Nuix sea tan poco memorable y enjundioso. Seguro que de esa novela lo ¨²nico que no voy a recordar es ese polvo, perdonen la crudeza.
No pretendo ser original, de manera que ruego a mis improbables lectores que no se molesten si les digo que a m¨ª lo de las fiestas me pone de los nervios. Ya s¨¦ que todo esto suena a lo que el inolvidable se?or Aznar llamar¨ªa un t¨®pico de "progre trasnochado", pero lo de someterse a la org¨ªa de consumo estacional y reunirse obligatoriamente a ser felices me hace proclive a imaginar escenarios posapocal¨ªpticos que dejar¨ªan en pura broma al mathesoniano de Soy leyenda (Minotauro). Yo tambi¨¦n fantaseo con ser Robinson en una ciudad en la que s¨®lo quede yo con todo a mi disposici¨®n: y encima, como ocurre en el (¨²ltimo) avatar cinematogr¨¢fico de la f¨¢bula, sin cad¨¢veres visibles que hiedan o despierten mi (mala) conciencia. Sentirme rico y poderoso, por ejemplo, como se sentir¨¢ Jos¨¦ Manuel Lara si Planeta (facturaci¨®n: 1.015 millones) ultima la compra de la francesa Editis (facturaci¨®n: 755 millones) y se convierte en uno de los ocho o nueve primeros grupos editoriales del ¨ªdem. Son d¨ªas en los que, por motivos que vengo analizando en el div¨¢n desde el que miro al techo dos veces por semana, me siento disconforme y agresivo. Claro que todav¨ªa puedo controlarme y no llego a los extremos de un conocido m¨ªo que, durante la cena familiar de la pasada Nochebuena, en vez de decir "mam¨¢, p¨¢same la fuente con el relleno del pavo y las ciruelas", cometi¨® un injustificable desliz freudiano y le espet¨®: "Hija de perra, has arruinado mi vida". A mi desaz¨®n contribuye sin duda mi cada d¨ªa m¨¢s enrevesada trayectoria profesional, m¨¢s parecida en su dise?o al dripping de un Pollock que a la limpia geometr¨ªa de un Mondrian: anteayer aqu¨ª, ayer all¨ª, hoy aqu¨ª de nuevo, y ma?ana qui¨¦n sabe d¨®nde, como dec¨ªa el a?orado presentador ex trotskista Paco Lobat¨®n, que tanto hac¨ªa por encontrar a perdidos/as. Me siento como uno de esos infinitos libros que efect¨²an el trayecto desde el almac¨¦n a la mesa de novedades para regresar intonsos (es un decir) e invendidos al punto de origen. Uno de esos vol¨²menes que no leen los lectores frecuentes ni los "ocasionales" (los que "practican la lectura" una vez al mes o al trimestre) con los que se engordan nuestras estad¨ªsticas biempensantes. Bueno, lo que hoy quer¨ªa decirles es que aqu¨ª estoy. Y que ya les ir¨¦ contando, supongo. -
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