'Parkour'
Creo que mi padre nunca llam¨® por tel¨¦fono. Apagaba las luces antes de que alguien decidiera encenderlas. No ley¨® nunca a Marx ni las p¨¢ginas de deportes, pero combat¨ªa el capital con un instinto que se nos antojaba primario y que hoy reconocemos como propio de una vanguardia situacionista. Atravesaba las navidades sigiloso, precavido ante cualquier asalto de las huestes amorosas. El ¨²ltimo recuerdo que ten¨ªa de un cura fue la hostia que le cruz¨® la cara por saltar en un atrio. Ya de mayor, enfermo, le regalamos un m¨®vil que nunca utiliz¨®, pero que debi¨® llevarse con ¨¦l, a la manera del campesino que pidi¨® un c¨®digo penal en el ata¨²d para valerse en los campos celestes. Cuento esto porque la noche de fin de a?o, entre otros muchos, m¨¢s o menos originales, recib¨ª un mensaje misterioso: "Hijo, aprieta un huevo contra el otro". O fue mi padre o fue William Faulkner, pues tiene una cierta aura de preceptiva literaria. Creo que entr¨® porque abr¨ª la ventana. En las horas de cambio de a?o son tantos los mensajes que se arremolinan en corrientes y adquieren una naturaleza espectral e incluso corporal. Por ejemplo, hubo otro mensaje que salt¨® desde el m¨®vil y dec¨ªa: "Permiso, ?puedo ir al ba?o?". Me gustar¨ªa creer que era Godot, enviado por Beckett, pero me temo que era un central del Pe?arol. Lo cierto es que algo nuevo, radical e imprevisto, est¨¢ ocurriendo entre lo real y lo virtual. Parec¨ªa inevitable la progresiva absorci¨®n de los cuerpos por las pantallas. Pero la revoluci¨®n que se extiende entre los j¨®venes es la de saltar fuera de la pantalla y practicar el parkour, el arte del desplazamiento, en la selva urbana. En un mundo hecho de vallas y muros, en un urbanismo de sospecha y obst¨¢culos, los traceurs y traceuses, trazadores y trazadoras, transforman su cuerpo en mensaje. Saltan por encima de tanta mierda.
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