?ltimas noticias de TUT
Para hacerse realmente una idea de toda esa magnificencia, debe creer que sue?a al leerlo, porque uno cree so?ar al verlo". La recomendaci¨®n de Viviant Denon (1747-1825) a sus lectores al tratar de describirles las maravillas de Karnak vale para estas l¨ªneas acerca de los tesoros de Tutankam¨®n y su ¨¦poca, hace 3.500 a?os, que se exhiben en Londres envueltos en un emotivo y espectacular montaje que los realza como nunca. Como el sabio, aventurero, rom¨¢ntico e intr¨¦pido Denon, que conservaba un mech¨®n de cabello del heroico general Desaix y una gota de sangre de Napole¨®n -a cuya expedici¨®n a Egipto se sum¨®-, y que paseaba por las necr¨®polis tebanas a¨²n veladas de arena llen¨¢ndose los bolsillos de ushebtis y recogiendo pies y cabezas de momias, el visitante de Tutankhamun and the Golden Age of the Pharaohs vive una experiencia ¨²nica, asombrosa. "?Templos, misterios, iniciaciones, sacerdotes!", exclamaba extasiado Denon, ajeno a la lucha de los dragones de su escolta contra los destacamentos mamelucos. Pues eso, y sin necesidad de arriesgarse a un lanzazo en la barriga como el pobre jefe de brigada Duplessis, cuya sangre empap¨® las dunas de Luxor.
Dejemos de lado el extra?o emplazamiento escogido para la exhibici¨®n londinense (el espacio de exposiciones The Bubble, en The O2, el reino del entertainment, de una modernidad chillona); la vecindad de conciertos de rock, bares, cafeter¨ªas, incluso de una pista de patinaje sobre hielo -un portento que habr¨ªa dejado no menos estupefacto a Tut que al coronel Buend¨ªa-. Obviemos algunos detalles de dudoso gusto, m¨¢s dignos de Las Vegas que de Tebas, que rodean a la producci¨®n, y adentr¨¦monos, encomendados a Denon y, c¨®mo no, a Howard Carter, en ese universo en penumbras lleno de cosas maravillosas, algunas jam¨¢s vistas antes fuera de Egipto.
Las 130 piezas que conforman la exposici¨®n (50 de ellas, objetos de primer¨ªsima categor¨ªa de la tumba de Tutankam¨®n) est¨¢n repartidas en 6.500 metros cuadrados (una moderada ratio de densidad que hace que, por comparaci¨®n, el viejo, abarrotado y entra?able Museo Egipcio de El Cairo parezca el metro de las antig¨¹edades en hora punta). Las obras van apareciendo aqu¨ª poco a poco a los ojos del visitante, despleg¨¢ndose de una manera premeditadamente lenta y dispersa, bajo una cuidad¨ªsma iluminaci¨®n que pone de relieve su belleza y su valor. En el laberinto de salas y niveles, con el sobrecogido sentimiento de misterio y violaci¨®n de lo sagrado que embarga a los exploradores de tumbas -"uno se siente como un intruso", anot¨® Howard Carter-, tardaremos en dar con las propias cosas de Tut. El fara¨®n, a excepci¨®n de una estatua de granito a la entrada que procede no de la tumba, sino de la cachette de Karnak, se hace esperar -como una estrella del rock-, y a uno le embarga el mismo anhelo que a Carter antes de entrar en la c¨¢mara sepulcral de la tumba de Tutankam¨®n: "?bamos a ver por primera vez el ritual de enterramiento de un fara¨®n egipcio".
El recorrido, tras un audiovisual de 90 segundos narrado por Omar Sharif con tono de son et lumi¨¨re -uno puede seguir con el actor si opta por el artefacto del audio tour-, se abre con una secci¨®n dedicada a Egipto antes de Tutankam¨®n, una introducci¨®n al mundo de la XVIII Dinast¨ªa, de la que Tut fue el duod¨¦cimo rey, el antepen¨²ltimo -tras ¨¦l reinaron Ay y Horenheb-. De hecho, Tutankam¨®n fue el ¨²ltimo de su familia, la de los poderosos tutm¨®sidas, cuya l¨ªnea din¨¢stica podemos dar tr¨¢gicamente por acabada en los dos nonatos (cinco y siete u ocho meses de gestaci¨®n, respectivamente) hallados en la tumba del joven fara¨®n, en una caja en la habitaci¨®n del tesoro, hijos suyos y de su reina y medio hermana Ankhesenam¨®n. Carter dijo melodram¨¢ticamente, a prop¨®sito de estas dos malogradas criaturas momificadas y enterradas con su padre en minisarc¨®fagos antropom¨®rficos: "Si uno de aquellos ni?os hubiese vivido, nunca habr¨ªa existido un Rams¨¦s". Es decir, quiz¨¢ no habr¨ªa habido una XIX Dinast¨ªa ram¨¦sida como la que sucedi¨® a la XVIII. La exposici¨®n incluye, como una de sus piezas m¨¢s conmovedoras, la m¨¢scara dorada de cart¨®n que presumiblemente deb¨ªa cubrir la cabeza del feto mayor.
La historia de esta pieza merece contarse: no apareci¨® en la tumba de Tut, sino que la encontr¨® Theodore Davis en el descubrimiento previo de un pozo funerario, denominado KV 54, en el que se sepultaron los restos del banquete ceremonial celebrado durante el entierro de Tutankam¨®n, as¨ª como otro material funerario sobrante o descartado (bandas de lino, natr¨®n de embalsamar). El feto peque?o -que, vamos a poner detalles morbosos, no hab¨ªa sido eviscerado como el mayor- luc¨ªa su m¨¢scara preceptiva, pero no as¨ª su hermanito (o hermanita; probablemente se trata de dos hembras, aunque no es f¨¢cil de discernir el sexo de una minimomia fetal). Parece que la m¨¢scara que se dispuso para el feto mayor, que padec¨ªa la deformaci¨®n de Sprengel, con espina b¨ªfida, era demasiado peque?a, as¨ª que fue desechada y arrojada con los restos del embalsamamiento de Tutankam¨®n, y enterrada finalmente con ellos en el pozo que encontr¨® Davis. Cuando uno mira esa peque?a carita de cartonaje dorado e imagina lo que habr¨¢n visto sus pintados ojos no puede evitar estremecerse.
Pero volvamos al recorrido. Una de las caracter¨ªsticas de la exposici¨®n, que la diferencia de anteriores tours de Tut, es que esta vez, como puntualiz¨® muy gr¨¢ficamente el poderoso secretario general del Consejo Supremo de Antig¨¹edades, Zahi Hawass, al presentarla en Londres, el fara¨®n-ni?o ha venido acompa?ado por la familia. M¨¢s de 70 objetos pertenecientes a personajes de la XVIII Dinast¨ªa, familiares la mayor¨ªa de Tutankam¨®n, figuran en la muestra, iluminando la vida y relaciones del joven. Ello, que reviste de una emotividad especial la exposici¨®n, permite sumergirse en la ¨¦poca y hacer comparaciones, muy interesantes, entre las piezas de la tumba de Tut y otras.
As¨ª, por ejemplo, una estatua de madera cubierta con resina negra y tocada con el nemes real, procedente de la tumba de Amenofis II (KV 35) -tatarabuelo de Tutankam¨®n-, nos remite a los dos c¨¦lebres guardianes, extra?os e imponentes, que custodiaban el paso de la antec¨¢mara a la c¨¢mara sepulcral en la tumba de Tut, y sugieren que estas estatuas eran fundamentales en los equipamientos funerarios de los reyes. Otra pieza del ajuar de Amenofis II, una realista peque?a pantera de madera -poderosa y felina- cubierta tambi¨¦n de resina negra, invita a la comparaci¨®n: estaba hecha para portar una figura en su dorso, posiblemente del fara¨®n. En la tumba de Tut aparecieron dos panteras o leopardos semejantes -quiz¨¢ s¨ªmbolos de la fiera diosa Mafdet, matadora de serpientes y escorpiones enemigos del rey en su jornada hacia el otro mundo-, con estatuillas del fara¨®n de pie encima. Cabezas de vaca, maquetas de barcos, ushebtis, una coqueta cuchara para ung¨¹entos en forma de encantadora nadadora de prietas nalgas?, muchas otras cosas permiten establecer nexos con los objetos de Tut.
Dos de los momentos m¨¢s impactantes de la exposici¨®n, en los que se ha echado el resto escenogr¨¢ficamente hablando, est¨¢n conectados con personajes muy cercanos a Tut. Uno es su supuesto padre, Amenofis IV, Akenat¨®n, el fara¨®n hereje, una de cuyas fascinantes cabezas colosales -procedente del recinto del At¨®n en Karnak- preside una sala hip¨®stila dedicada a la revoluci¨®n religiosa que lider¨®. El otro es su bisabuela Tjuya (la madre de Tiye, su abuela, reina de Amenofis III), cuyo imponente sarc¨®fago dorado preside el solemne y tenebroso espacio dedicado a la muerte y el m¨¢s all¨¢, una gran sala decorada con las pinturas del Amduat, el Libro de lo que est¨¢ en el mundo inferior.
El de la tumba de Tjuya y su marido Yuya (KV 46) fue uno de los grandes hallazgos de la historia de la egiptolog¨ªa -el de la de Tutankam¨®n la ensombreci¨®-, y la exposici¨®n hace muy bien en aprovechar para recordarlo. La sepultura inclu¨ªa cosas extraordinarias, como un carro similar a los que luego se ver¨ªan en la de Tut, un cofre de vasos canopos -que figura en la exposici¨®n, al igual que una de las jarras para las v¨ªsceras de Tjuya, la m¨¢scara dorada de su momia y la peque?ita que se hizo para su h¨ªgado embalsamado- y una sillita que tambi¨¦n se exhibe y que perteneci¨® a su nieta, la princesa Sitamon, t¨ªa de Tutankam¨®n.
Las relaciones de parentesco en el ¨²ltimo tramo de la XVIII Dinast¨ªa, la compleja ¨¦poca amarniana, son dif¨ªciles de precisar, y est¨¢n sometidas a constantes y variadas interpretaciones. Ni siquiera podemos estar seguros de qui¨¦nes fueron los padres de Tutankam¨®n (posiblemente Akenat¨®n y una esposa secundaria, Kiya). De hecho, Akenat¨®n aparece representado s¨®lo con hijas -parece que al menos tuvo seis con Nefertiti-, aunque se ha se?alado que quiz¨¢ se trata ¨²nicamente de una convenci¨®n, pues la representaci¨®n de hijos varones es una rareza en cualquier monumento prerram¨¦sida. Los problemas de identificaci¨®n se hacen especialmente graves con las figuras de Smenkhkara, el breve corregente y sucesor de Akenat¨®n, al que se considera alternativamente hombre o mujer -se ha especulado con que pudiera ser la propia Nefertiti con otro nombre-, y Nefernefruat¨®n, quiz¨¢ una hija de Akenat¨®n que habr¨ªa adoptado ese nombre para gobernar, tambi¨¦n muy poquito tiempo, tras Smenkhkara. Un verdadero l¨ªo, como se ve, que dista mucho de irse a solucionar pr¨®ximamente a no ser que se produzca alg¨²n hallazgo inesperado (hubo grandes esperanzas al encontrar el a?o pasado la tumba KV 63, pero de momento no ha arrojado luz sobre el particular).
El c¨¦lebre maniqu¨ª de Tutankam¨®n -la estatua de madera pintada que seguramente se usaba para colgar o probar la ropa del rey- abre contundentemente las salas dedicadas a Tut, con los tesoros de su tumba, descubierta en 1922. En ellas le veremos, a trav¨¦s de sus objetos, en sus papeles de sumo sacerdote y dios encarnado (figuras sagradas, algunas notabil¨ªsimas), comandante supremo del ej¨¦rcito (armas: escudo, maza) y jefe de Estado (cayado y azote, representaciones como rey del alto y bajo Egipto; ornamentos: bastones, abanicos, trompeta). La vida personal, ¨ªntima, de Tut, que naci¨® alrededor de 1343 antes de Cristo y muri¨® en circunstancias no esclarecidas, puede que en un accidente de carro en 1323 antes de Cristo (se convirti¨® en fara¨®n a los 9 o 10 a?os, en 1333 antes de Cristo), aparece representada por la caja de juego, los cosm¨¦ticos (el simp¨¢tico recipiente de marfil en forma de pato), la sillita de ¨¦bano que usaba de ni?o (p¨¢lido remedo del trono de oro, pero tan emotivo al mostrar trazos de uso). Y surge de manera turbadora en los delicados relieves de una de las piezas m¨¢s maravillosas, la peque?a capilla dorada hallada en la antec¨¢mara de la tumba.
Probablemente nunca antes se ha exhibido esta pieza divina de manera tan conveniente para apreciar sus exquisitas decoraciones. En ellas podemos observar, con la intensidad de privilegiados voyeurs, las muestras de afecto entre unos jovenc¨ªsimos Tut y su esposa, vestida con ropas vaporosas dignas de un Women'Secret tebano. Muchas escenas poseen claras resonancias sexuales -se ha se?alado que la cacer¨ªa de aves con palos es una met¨¢fora del sexo: arrojar el bast¨®n se dec¨ªa igual que follar-. Son seguramente rituales, pero es imposible no ver en ellas una muestra de la atracci¨®n verdadera entre los dos dorados adolescentes hechos en realidad, al fin y al cabo, de carne y humano deseo.
Hay que destacar la significativa presencia en la exposici¨®n del sensacional reposacabezas de cristal azul oscuro con bordes de oro que procede de la tumba de Tutankam¨®n, aunque Carter nunca lo inventari¨® (lleg¨® al Museo Egipcio en los a?os cuarenta, discretamente, tras la muerte del descubridor), y que sin duda Hawass ha incluido en la selecci¨®n para recordar las mentiras y hurtos de Carter y Carnarvon, la historia no oficial del hallazgo como la ha explicado Thomas Hoving en su libro, convertido ya en un cl¨¢sico (Tutankam¨®n, la historia jam¨¢s contada. Planeta, 2007), al que Hawass se refiri¨® concretamente.
En la presentaci¨®n de la muestra, el responsable de las antig¨¹edades fara¨®nicas de Egipto, que no tiene pelos en la lengua ni se corta nada, aprovech¨® para subrayar ante toda la prensa brit¨¢nica que a lord Carnarvon "lo ¨²nico que le interesaba era llevarse cosas", lo que desde luego no ha contribuido a hacer a Hawass m¨¢s popular en el Reino Unido (tambi¨¦n le dio un varapalo al British Museum porque, dijo, Egipto no vio ni un chavo de lo que se recaud¨® con la anterior visita de Tut: ahora, recalc¨®, el dinero de los tiques ir¨¢ a la preservaci¨®n de los monumentos fara¨®nicos del pa¨ªs, una parte incluso a la restauraci¨®n de la propia tumba de Tutankam¨®n).
A Carter, sin embargo, pese a recordar que da?¨® la momia y distrajo objetos ilegalmente, le rindi¨® un ins¨®lito homenaje: "Era un gran hombre e hizo la mejor excavaci¨®n que permit¨ªa la ¨¦poca". La exposici¨®n incluye, precisamente, una secci¨®n dedicada a la memoria de Carter y su patrono. Y un objeto sensacional que guarda una relaci¨®n emocionante con el descubridor de la tumba: la hermosa copa de alabastro de Tutankam¨®n en forma de loto -un verdadero Grial fara¨®nico relacionado con la inmortalidad- que luce la inscripci¨®n que se copi¨® en la l¨¢pida del propio Howard Carter.
Las piezas m¨¢s se?eras de la exhibici¨®n, los tesoros de los tesoros, se encuentran hacia el final. Es el caso del peque?o sarc¨®fago antropomorfo (39,5 cent¨ªmetros), una verdadera joya, en el que estaba embutida una de las v¨ªsceras de Tutankam¨®n, su h¨ªgado momificado. Esta pieza momiforme, con decoraci¨®n en rishi (plumaje), se utiliza como el emblema de la exposici¨®n, pues el rostro se parece mucho, en miniatura, al de la c¨¦lebre m¨¢scara dorada de Tut, la gran obra que en este tour no ha viajado. Esa ausencia ha provocado decepci¨®n, pero Hawass la ha justificado por la fragilidad de la pieza. No es ret¨®rica: hace veinte a?os, durante la gran gira de los tesoros, el tocado de la diosecilla Selkis, una de las protectoras de la capilla can¨®pica de Tut -uno de los iconos del tesoro del joven rey-, sufri¨® da?os, y el Parlamento egipcio vot¨® entonces que los objetos no viajaran nunca m¨¢s. De nuevo, como en la capilla dorada, la presentaci¨®n y la iluminaci¨®n de la peque?a pieza son antol¨®gicas y permiten admirar detalles ins¨®litos. Los estudiosos resaltan que ¨¦sta es una de las muchas piezas reutilizadas para el enterramiento de Tutankam¨®n; es decir, que no fueron creadas realmente para ¨¦l, sino que se tomaron del ajuar funerario de otro fara¨®n: el peque?o sarc¨®fago portaba el nombre de un corregente de Akenat¨®n, Ankheperura, que puede que sea Smenkhkara o Neferneferuaton (quiz¨¢ Nefertiti). Tambi¨¦n se exhibe la bell¨ªsima tapa del vaso canopo de calcita en el que estaba embutido el peque?o sarc¨®fago, y que representa a un fara¨®n con el tocado nemes. Los especialistas creen de nuevo que no se trata de Tutankam¨®n, sino de uno de sus misteriosos predecesores (parece una reina retratada como hombre).
El coraz¨®n de la exposici¨®n, su sanctasanct¨®rum, su momento estelar, es la sala que reproduce la c¨¢mara sepulcral de la tumba de Tut. En ella, en una atm¨®sfera en la que uno se siente transportado a trav¨¦s de un abismo de tiempo, en un remolino de siglos, se exhiben la asombrosa diadema real de oro e incrustaciones hallada en la cabeza de Tutankam¨®n, con la cobra y la cabeza de buitre desmontables -fueron retiradas para el vendado y aparecieron entre las piernas de la momia-, el rutilante pectoral de oro en forma de halc¨®n y la preciosa daga ceremonial del mismo material, con su funda, que aparece suspendida m¨¢gicamente en el aire como el pu?al en la sangrienta visi¨®n de Macbeth.
Hay a¨²n un escalofr¨ªo final en la ¨²ltima sala, una galer¨ªa destinada a mostrar el an¨¢lisis cient¨ªfico de la momia de Tut, incluidas im¨¢genes del esc¨¢ner practicado al cuerpo y de la reconstrucci¨®n facial de nuestro m¨¢s querido fara¨®n. En la tienda de recuerdos a la salida, uno puede redondear la visita compr¨¢ndose un sombrero a lo Indiana Jones como el que ha hecho popular a Zahi Hawass -autor, por cierto, del libro oficial de la exposici¨®n-. Tocado con ¨¦l, uno marchar¨¢ a casa compartiendo sin duda los nuevos sue?os del arque¨®logo egipcio: el descubrimiento de la tumba de Cleopatra y Marco Antonio, quiz¨¢ para este mismo 2008; el hallazgo de la verdadera momia de Nefertiti, puede que oculta en alg¨²n lugar del Valle de los Reyes; la excavaci¨®n del misterioso t¨²nel (la inexplorada galer¨ªa K) al final de la tumba de Seti I, que obsesiona a los descendientes de los saqueadores Abdel Rassul y conducir¨¢ acaso al legendario tesoro escondido del fara¨®n? Cosas maravillosas, cosas maravillosas.
La exposici¨®n 'Tutankhamun and the Golden Age of the Pharaohs', organizada por National Geographic, AEG Exhibitions y Arts and Exhibitions International, con la colaboraci¨®n de Consejo Supremo de Antig¨¹edades de Egipto, se puede visitar hasta el pr¨®ximo 30 de agosto de 2008 en Londres. Abre todos los d¨ªas, entre las 10.30 y las 19.00, en The O2 (Millenium Dome) de Londres. Venta de entradas e informaci¨®n en: www.visitlondon.com/tut.
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