El t¨ªo Pepe
Puestos a celebrar derrotas nadie nos iguala, a nadie se le da tan bien como a nosotros convertir aniversarios terribles en gloriosas efem¨¦rides; sangre y oro son los colores de la bandera nacional, sustituibles por tinto de Rioja y gualda de Jerez para brindar a cuenta de los innumerables y memorables muertos por la patria. Las incombustibles gestas de Numancia y de Sagunto siguen ardiendo en los libros de Historia y el Desastre may¨²sculo del 98 amamant¨® a toda una generaci¨®n de pensadores dolidos con la Espa?a inmortal y matadora. Este a?o que empieza tiene premio gordo en el gran bingo de la cultura oficial e institucional, que los reparte en una loter¨ªa generosa cuando las ¨²ltimas cifras del calendario coinciden en n¨²meros redondos con las de alg¨²n hito eminente, aniversario o mejor centenario de lustre y relumbr¨®n, hecho, por lo general de sangre, de mucha sangre an¨®nima y cercana.
Jos¨¦ I fue un monarca laico, el ¨²nico en una tradici¨®n de verdaderos o fingidos meapilas
El segundo centenario de la hecatombe del 2 de mayo de 1808 ven¨ªa cantado y pregonado como excelente a?ada de fastos y celebraciones. La heroica masacre perpetrada por las tropas napole¨®nicas sobre el pueblo levantisco y batallador de Madrid tiene ya sus vates oficiales, un experto en novela hist¨®rica de aventuras, Arturo P¨¦rez Reverte, y un galardonado cineasta que hasta ahora no hab¨ªa probado con la epopeya, Jos¨¦ Luis Garci. Luego, en la generosa pedrea cultural proliferar¨¢n simposios, conferencias, exposiciones, representaciones teatrales y oper¨ªsticas, publicaciones y desfiles de ¨¦poca y parques tem¨¢ticos temporales. Hasta ahora nadie se ha atrevido con la mascota del evento pero estar¨¢ al caer, quiz¨¢ el mameluco de peluche, de vistoso uniforme, con su patriota fusilado a juego.
Los nombres de los h¨¦roes a reivindicar en estas fechas patri¨®ticas, del alcalde de M¨®stoles a la legendaria Manuela Malasa?a, est¨¢n, estar¨¢n, o volver¨¢n a estar, en la mente de todos los madrile?os antes de la pr¨®xima primavera amplificados por la propaganda institucional y en la otra cara de la moneda, como antih¨¦roe coronado y humillado, seguir¨¢ la grotesca contrafigura de don Jos¨¦ I Bonaparte, Pepe Botella, el t¨ªo Pepe, rey de Espa?a por maldita la gracia de su hermano mayor, Napole¨®n, de los Bonaparte de C¨®rcega. Jos¨¦ I, monarca esp¨²reo y forzoso que dej¨® su animado feudo de N¨¢poles para cumplir condena entre nosotros, rodeado de malas compa?¨ªas, pues el emperador de los franceses, conocedor de las debilidades de su hermano, un hombre tolerante y pac¨ªfico, se aprest¨® en hacerle acompa?ar del m¨¢s sanguinario y exc¨¦ntrico de sus generales que atend¨ªa por Murat y era tambi¨¦n de la familia.
Aunque el pronunciamiento no quede muy patri¨®tico en el a?o del bicentenario, creo que los espa?oles, a¨²n m¨¢s los madrile?os, le debemos al advenedizo monarca una reivindicaci¨®n hist¨®rica, un homenaje de agradecimiento por los favores recibidos, comenzando como aperitivo con el recuerdo de la supresi¨®n de los impuestos sobre las bebidas alcoh¨®licas, una de las primeras medidas que tom¨® el rey Jos¨¦ al hacerse cargo del trono y que le vali¨® el injusto e infamante mote de Pepe Botella, a ¨¦l que s¨®lo beb¨ªa en las comidas. Otro aspecto, m¨¢s significativo aunque menos c¨¦lebre, de su reinado ser¨ªa su intervenci¨®n dr¨¢stica en el urbanismo de la villa que tan mala corte le hac¨ªa: El rey Plazuelas le llamaron cronistas cortesanos, que tambi¨¦n los hab¨ªa, por su empe?o en demoler viejos conventos para alumbrar nuevas plazas p¨²blicas devolviendo a todo el vecindario lo que s¨®lo era de unos pocos y aprovechados vecinos mediante forzosas desamortizaciones. Jos¨¦ I fue un monarca laico, el ¨²nico monarca laico en una tradici¨®n de verdaderos o fingidos meapilas, Jos¨¦ I Bonaparte, trat¨® de importar el modelo liberal franc¨¦s y dotar a su pa¨ªs putativo de una Constituci¨®n moderna, pero corr¨ªan malos tiempos para los afrancesados y el "Vivan las Cadenas" estaba a la vuelta de la esquina. Soy de los que piensa que hicimos un mal cambio de Jos¨¦ por Fernando, y de aquellos hist¨®ricos polvos vienen todav¨ªa estos lodazales concordatarios con la cat¨®lica Iglesia.
Para la Historia que no se quiere recordar, ni celebrar, queda la carta que el buen rey Jos¨¦ escribi¨® a su esposa Julie desde Madrid en 1810: "Ellos no conocen a esta naci¨®n que es semejante a un le¨®n, tratada de manera racional, se dejar¨ªa conducir por un hilo de seda, pero ni un mill¨®n de soldados podr¨¢n aplastarla con su poder¨ªo militar... Me envuelvo en mi capote y no me queda otra cosa que retirarme... No se conseguir¨¢ nada por medio del rigor... Y yo menos que nadie...".
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