La familia
Laicismos aparte, lo m¨¢s sorprendente es que esa concentraci¨®n en defensa de la familia la montaran Rouco y sus secuaces en plena Navidad, justo cuando m¨¢s familiares est¨¢bamos. Mientras los cruzados abandonaban sus hogares en buses que dejaban atr¨¢s pueblos y ciudades, mesas y manteles, paquetes de regalo y copas de champ¨¢n (del cava, ni hablamos), nosotros and¨¢bamos liados acogiendo a familiares y amigos, haciendo llamadas para trasladar nuestros mejores deseos, ultimando preparativos para recibir invitados, envolviendo regalos.
Por si les sirve de consuelo o alivia el terror que sufren a causa de la que consideran nuestra deriva familiar, les doy mi fe laica de que he visto c¨®mo los m¨¢s descre¨ªdos, presuntamente, de entre los nuestros, los m¨¢s despegados, los m¨¢s solitarios o independientes, los m¨¢s traumatizados incluso, los menos proclives a defender su n¨²cleo primigenio, esa familia que por divino azar les ha ca¨ªdo en gracia o, tantas veces, en desgracia, cumpl¨ªan, si no religiosamente, s¨ª social y humanamente con sus particulares compromisos y ritos familiares.
Se?or Rouco: ?No era ¨¦ste el sentimiento universal que ustedes me inculcaron?
Algunos, nada sospechosos de mantener las obligaciones propias de sus v¨ªnculos geneal¨®gicos, han declinado mi invitaci¨®n de venir a casa porque ten¨ªan que cenar con el padre que nunca les ha aceptado o con la madre que les hizo la vida imposible durante a?os, o con los hermanos con quienes apenas tienen en com¨²n la pesada abstracci¨®n de una carga gen¨¦tica.
Otros, por su parte, se cruzaron en carretera con los cruzados cuando iban o ven¨ªan de un encuentro familiar alegre, que renueva la ternura como un gui?o puntual y suficiente, que mantiene y sella el doble sentido de un compromiso. As¨ª and¨¢bamos todos, en realidad, defendiendo, como quien dice, a la familia cuando llegaron las huestes provida a recordarnos que ten¨ªamos que hacer lo que est¨¢bamos haciendo. El caso es llevarnos la contraria.
El problema, para ellos, es que nosotros est¨¢bamos defendiendo m¨¢s la familia que sus cruzados de la plaza de Col¨®n. Una familia, adem¨¢s, m¨¢s cristiana; de un m¨¢s sincero cristianismo, quiero decir. Si eso nos importara un r¨¢bano. Como parece que les importa a ellos, paso a explicarme. Mientras las huestes con sotana te?¨ªan de negro las calles aleda?as a la sede del PP, yo me quebraba los cascos pensando qu¨¦ pod¨ªamos cenar en Nochevieja, pues ¨ªbamos a ser veinte. Como mi casa es vegetariana porque estamos en contra del maltrato a los animales que los se?ores obispos bendicen en las fiestas patronales espa?olas y degustan en los canap¨¦s vaticanos de h¨ªgado de pavo torturado, decid¨ª cocinar unas lentejas con verduras. Aunque es un plato sencillo, me hice con los mejores ingredientes, para agasajar a mis seres queridos. Colgamos de las vigas cintas de colores, que decoraron la casa aunque no eran espumill¨®n. Instalamos la mesa de mezclas para la fiesta. A falta de cristaler¨ªa y vajilla lujosas, completamos el menaje necesario con platos y vasos de alegres colores, aunque de su padre y de su madre. Hicimos lista de bebidas para la fiesta y salimos a comprarlas en dulce compa?¨ªa y generoso bote.
A las nueve de la ma?ana del ¨²ltimo d¨ªa del a?o, la que suscribe salpimentaba cuatro perolos de lentejas. A las nueve de la noche, empez¨® a reunirse la familia.
A ver qu¨¦ opinan de esta familia los l¨ªderes provida: hermanastras que dar¨ªan la piel por su media sangre; parejas heterosexuales que llevan a?os am¨¢ndose sin contrato; parejas homosexuales exultando a besos un a?o de amor; orgullosos primos y primas de sangre, pol¨ªticos y de adopci¨®n; fieles cu?adas de hecho; hermanos del alma m¨ªa; vecinos bien avenidos, que ya es decir; c¨¢lidos venezolanos en acogida; ni?os ¨¢rabes por los que matar¨ªamos si les tocara un pelo un cura bostoniano; amigos jordanos con los que coincido en no comer cerdo; pianistas japonesas adolescentes que brindan por primera vez; perfumados gays a quienes me presentan por su nombre de pila cuando les sirvo un cuchar¨®n; gatos rescatados de la calle para que fueran los reyes de la casa; chihuahuas adoptivas, cardiacas, sin papeles y de mis entra?as.
Cu¨¢nto amor. Qu¨¦ luz. Qu¨¦ gran familia. ?O no?, se?or Rouco. ?No era ¨¦ste el sentimiento universal que ustedes me inculcaron? ?No era ¨¦sta la alegr¨ªa de compartir a la que se refer¨ªan? ?No era as¨ª la fraterna celebraci¨®n de la vida que ustedes propugnaban? ?No era as¨ª la mesa a la que me habr¨ªa gustado sentarme cuando era una ni?a entre sus sotanas y me abandonaban en Navidad a mi mala suerte familiar?
Ment¨ªan. Y mienten. Lo suyo no es amor. As¨ª que, d¨¦jennos en paz, seres oscuros.
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