El dolor que mina la vida
"El mundo es hermoso porque hay de todo", escribi¨® Cesare Pavese y se lee en la primera p¨¢gina de una novela en la que no hay de todo, pero s¨ª hay mucho m¨¢s de lo que hubiese habido hace nada, apenas unos diez o veinte a?os, cuando el pasado de las familias (no la historia misma) segu¨ªa protegido por el miedo, el disimulo o la ignorancia. Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n (Zaragoza, 1960) ha sido un narrador de calidad segura, con algunos espl¨¦ndidos relatos y una novela turbadora, Carreteras secundarias, pero tambi¨¦n se meti¨® de lleno en una narraci¨®n de historiador que supo hacer mejor que la mayor¨ªa de historiadores. Enterrar a los muertos puede leerse como la lecci¨®n de un novelista que renuncia a la novela y hace un vigilante relato contando una infinidad de cosas que fueron historia y hoy suenan invenciblemente a novela.
Dientes de leche
Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n
Seix Barral. Barcelona, 2007
381 p¨¢ginas. 20 euros
Ahora es al rev¨¦s: Dientes de leche es una novela pura, incluso con un narrador entrometido y muy cl¨¢sico, pero tiene un fundamento hist¨®rico que los libros de historia evocan s¨®lo cuando practican historia oral. El silencio sobre la historia no ha existido nunca; lo que ha existido es el silencio de cada sujeto atrapado en la pesadilla de su propia vida en la guerra, o de cada hijo o de cada nieto hipotecado por el silencio de sus mayores, o por su propia ignorancia. Mart¨ªnez de Pis¨®n ha montado con cuidado una trama novelesca que busca usar los recodos del pasado para comprobar su comportamiento al reaparecer en el futuro. Todo pasado es, a pesar suyo y a pesar nuestro, m¨¢s turbio de lo que la subsistencia diaria suele tolerar y sus golpes suelen ser tambi¨¦n tard¨ªos y a menudo sentimentales.
La ciudad es Zaragoza, y el padre de familia es un fascista italiano que se enamora en la guerra de Espa?a y se queda aqu¨ª dejando all¨ª dos problemas con forma de mujer. A cambio, se trae una culpa incurable y una semilla enferma, quiz¨¢ demasiado evidente en su valor simb¨®lico. La novela se hace segura y honda sobre todo en la segunda mitad, cuando las mejores armas del novelista -el an¨¢lisis demorado, la recreaci¨®n de sentimientos, la minucia del pesar preciso o difuso- examinan las relaciones de hijos enfrentados a los padres y enfrentados entre s¨ª, y de nietos rebelados contra los abuelos, y de nueras comprensivas con los suegros pese a sus muchos pecados de antes y de ahora. Es decir, nuestras propias vidas, tanto si arrancan de un combatiente fascista italiano que no ha dejado de ser fascista sentimental (y a ratos de todo tipo) como si vienen del lado contrario. Porque Pis¨®n no quiere contar un caso de paz franquista y de quiebra familiar sino el modo en el que se instala la biograf¨ªa pol¨ªtica en la vida privada, el modo en el que rebrinca una ideolog¨ªa al menor pretexto y c¨®mo intoxica las relaciones humanas. Muchas secuencias y algunos episodios valen por una meditaci¨®n arriesgada en torno al da?o moral que avala o engendra una convicci¨®n o una conveniencia pol¨ªtica. Quiz¨¢ por eso la piedad no sabr¨¢ desasirse de la ira justa de un delicad¨ªsimo y brillante personaje, Paquito, aunque tampoco uno llegue a creerse del todo la conversi¨®n final del abuelo que vino de Italia a hacer la guerra sin ser fascista pero tampoco antifascista. S¨®lo era pobre, y s¨®lo por sacar de la pobreza a su mujer y su hija se fue a una guerra de la que seguramente, y pese a las apariencias, no volvi¨® ya nunca. La guerra se le qued¨® en casa.
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