Un retrato por Boris Izaguirre
Al Premio Planeta lo rodean sombras, leyendas urbanas y todo tipo de envidias. Se dice que est¨¢ apalabrado, al estilo de las designaciones de candidatos presidenciables. Que un ej¨¦rcito de editores colabora con sus ganadores. Y, lo m¨¢s aterrador, que genera parejas de hecho que normalmente terminan enfrentadas al final de la gira nacional de treinta d¨ªas que acompa?a el premio.
Como finalista de la edici¨®n de este a?o, no pienso aclarar ni desmitificar ninguna de estas leyendas. Y aunque el ganador, Juan Jos¨¦ Mill¨¢s, sea archiconocido por los brillantes proyectos sombra que public¨® en esta revista -reportajes en los que el escritor se convert¨ªa en la sombra de una persona durante un periodo de tiempo-, mi andadura junto a ¨¦l por un pa¨ªs preelectoral, dividido y plet¨®rico en su nuevo riquismo, ha arrojado m¨¢s luz y gozo que ninguno de los otros matrimonios planetarios, sin duda. S¨®lo que, una vez concluida la traves¨ªa, Mill¨¢s sigue siendo el mismo misterio, ingenuo y sabio al mismo tiempo; un escritor que gana el premio mas medi¨¢tico de la lengua espa?ola y lo comparte con una vedette.
Conoc¨ª a Juan Jos¨¦ Mill¨¢s en una carretera, al principio del a?o 2000. ?bamos a un bolo de La ventana. As¨ª llamamos a las emisiones en directo del programa radiof¨®nico del que ambos somos colaboradores. Tocaba Teruel, ese lugar que muchas veces no existe, y viaj¨¢bamos en un coche alquilado a trav¨¦s de carreteras con paisaje lunar. ?bamos en silencio hasta que el ch¨®fer decidi¨® parar en uno de esos restaurantes herederos de El planeta de los simios. Entramos, y Mill¨¢s los compar¨® con un western posnuclear, y yo sonre¨ª ante la met¨¢fora al tiempo que me reconoc¨ªa cohibido. Los escritores, cuando viajan juntos, prefieren el silencio porque en realidad est¨¢n pensando en una frase mortal, perfecta, que sintetice su pensamiento y genialidad.
Uno de esos camareros atrapados en el tiempo mir¨® en mi direcci¨®n y musit¨® dos palabras: Cr¨®nicas marcianas. Y lo que hab¨ªa sido un paraje desolador se pobl¨® de personas, se?oras con acentos aragoneses, valencianos, andaluces y hasta canarios; sombreros, alguna ruana de color y servilletas de papel acompa?adas de bol¨ªgrafos. Mill¨¢s observaba m¨¢s que at¨®nito, sublimado por esa inesperada agitaci¨®n. Y, en el deseo de construir otra met¨¢fora sintetizadora, espet¨¦:
-Juanjo, la fama es? vulgar.
Una secreta admiraci¨®n ha crecido en m¨ª desde entonces hasta la noche del fallo del Planeta. Avanc¨¦ en la cavernosa sala repleta de ojos hasta divisar a Mill¨¢s en una mesa claramente ganadora. Fui a abrazarle y de inmediato recib¨ª la embriaguez de su colonia, envolvente, paternal. Cuando se alej¨® para verme la cara, los dos sab¨ªamos qui¨¦nes ser¨ªamos a partir de esa noche, pero yo quise ver m¨¢s y vi a un caballero meticulosamente vestido. La camisa de rayas oscuras perfectamente planchada, ning¨²n pelo fuera de sitio en su rostro, los ojos taladrantes pero jam¨¢s torturadores. Y el silencio, su mejor abrigo.
Al d¨ªa siguiente, los dos nos enfrent¨¢bamos a los medios de comunicaci¨®n. Y a la sensaci¨®n de, en sus palabras, "ser un marciano para el otro". ?sa parec¨ªa ser una clave perfecta para lo que se avecinaba. De nuevo, la pulcritud de su aspecto resultaba fascinante. ?C¨®mo consegu¨ªa que sus camisas estuvieran tan bien planchadas en un viaje? "Me gusta tomarme las cosas con mucha tranquilidad. Me despierto siempre muy temprano. Escribo de madrugada, cuando todo est¨¢ quieto y puedo trabajar solo. Escribo hasta las ocho, cuando se despierta el resto de mi casa; entonces leo la prensa y hago vida familiar. Y regreso, casi siempre a corregir, hasta el mediod¨ªa. Camino una hora todos los d¨ªas, por un parque cerca de mi casa. Me gusta el cambio de las estaciones. Soy met¨®dico". Esa ¨²ltima palabra se convierte en un mantra. Y siembra otras claves para el resto de la gira. "No vamos a ser escritores que se averg¨¹enzan de su ¨¦xito y de ganar un premio como ¨¦ste, quej¨¢ndose de una gira interminable, de viajar en primera y a buenos hoteles y de cenar siempre bien. No, vamos a disfrutarlo. No seremos quejicas del ¨¦xito", me atrevo a decir, sentado a su lado. "Somos Batman y Robin". La fiesta acaba de empezar.
La primera parada de la gira es Santiago de Compostela y llego tarde al aeropuerto. El avi¨®n despega desde la pista sat¨¦lite de la interminable T-4 de Barajas. Llevo l¨ªquidos en mi equipaje y me arriesgo a perderlos. Milagrosamente, consigo subir a bordo. Y Mill¨¢s ya est¨¢ sentado, nada de sudor, una nueva camisa impecablemente planchada, su abrigo de cuero negro colgado por un azafato feliz. "Apuras demasiado el tiempo", dice, "?sales ganando?". No tengo respuesta, le veo como ese profesor universitario que te enfrenta contigo mismo y te hace ver que llevas demasiados accesorios, peso innecesarios.
Hablamos del proceso de escribir. "Corregir es lo m¨¢s dif¨ªcil", explica. "Lo he contado muchas veces, pero una vez me devolvieron un art¨ªculo porque era muy largo. Empec¨¦ a quitar cosas y me gustaba el resultado. Al final lo quit¨¦ todo, lo escrib¨ª m¨¢s corto y qued¨® perfecto. Eso te lo da el periodismo, sin duda. Un art¨ªculo obligatoriamente ha de ser exacto, ni una palabra m¨¢s ni una menos. Un concepto claro". El azafato se emociona de vernos y se abraza a m¨ª con una efusividad que divierte a Mill¨¢s. "La prueba de que este pa¨ªs ha cambiado", dice, "es estar junto a un hombre que habla repetidamente de su marido y todos lo asumimos como si siempre hubiera sido as¨ª".
Durante el viaje, volvemos a nuestros temas comunes. Sarkozy es uno de ellos. "Mi teor¨ªa es que es bipolar y vive todo como si fuera un subid¨®n. Los bipolares", explica Mill¨¢s, "evaden continuamente el baj¨®n. Si te fijas en las acciones de este hombre, todo es din¨¢mico, grandioso. Rescata azafatas en ?frica, se divorcia, se marcha a Eurodisney con Carla Bruni, lucha por liberar a Ingrid Betancourt. Se comporta como un superh¨¦roe, para evitar enfrentarse a ese instante en que no pueda sostener estar arriba". Otro tema recurrente es mi fascinaci¨®n por los ricos. Est¨¢n desprotegidos, no tienen amigos verdaderos, le explico. Mill¨¢s mira el paisaje gallego y dice: "Ahora, disc¨²lpame, voy a dar una cabezadita".
En Santiago salimos a pasear por sus calles vac¨ªas la noche de un domingo de noviembre. "Los domingos, sea donde sea, son terribles y tristes", sentencia. Yo viv¨ª en Santiago apenas llegu¨¦ a Espa?a, conoc¨ª en estas calles a mi marido y dej¨¦ la ciudad, como a Caracas, con un regusto de frustraci¨®n y amor. Delante de la catedral me dijo que ¨¦sta es como una monta?a persecutoria: vayas donde vayas en Santiago, te sigue, te se?ala, te domina. "Una noche, mi marido me dijo: '?S¨¢came de aqu¨ª!', y yo me di cuenta de que ¨¦sa era la frase de nuestro amor. S¨¢came de aqu¨ª, ll¨¦vame al mundo, d¨¦jame crecer", le digo entre l¨¢grimas, sacudido por el camino recorrido. Y Mill¨¢s me toma por los hombros, conmovido ante mi desequilibrio. De nuevo su colonia recorre el silencio.
Mis amigos, que son sus lectores, me acribillan a preguntas. ?C¨®mo es? ?Serio? ?Honoris causa? ?Aburrido? Mi obsesi¨®n es que terminar¨¦ la gira sin descifrarlo.
En una de las ruedas de prensa, Mill¨¢s me dice al o¨ªdo: "Es curioso c¨®mo los periodistas de cultura jam¨¢s se emocionan. Vas a una rueda de prensa despu¨¦s de un partido de f¨²tbol y todo son gritos, imprecaciones, movimiento. Llegas aqu¨ª y est¨¢n todos en silencio como si estuvieran en una clase de anatom¨ªa. S¨®lo hablas t¨², y vas pensando que ellos en realidad desean estar en tu sitio, ser ellos los merecedores del premio". Al cabo de media hora, lo que ha sido un secreto se verbaliza en su voz, y los periodistas se quedan at¨®nitos. El m¨¢s valiente se excusa diciendo que la convocatoria es muy tempranera, pero Mill¨¢s, el caballero met¨®dico, el padre bien abrigado y de hablar reposado, ha dejado claro su punto de vista.
Unos d¨ªas antes, en un estudio de Telemadrid, la presentadora nos pregunt¨® qu¨¦ nos parec¨ªa estar all¨ª, y Mill¨¢s solt¨®: "A la entrada he visto una pancarta que pone 'aqu¨ª se manipula la informaci¨®n'. ?Es verdad?". Lo pregunta sin perder su adorable frenillo y de nuevo me admiro de ir a su lado. El espeso silencio se cierne, su pregunta no es tal. Es una declaraci¨®n de principios.
En Barcelona, en una escala de la gira, cenamos con Gemma Nierga y su esposo, Antonio. Los Planeta tambi¨¦n conyugados. Lo llamamos "la cena de los esposos". Mill¨¢s est¨¢ divertido: "Desde que voy con Boris, no dejo de ver gays en todas partes. Ayer mismo, en un estudio de cocinas, el chico que las mostraba iba vestido con unos pantalones bajos, un flequillo tap¨¢ndole media cara, siempre sonriente, y yo me dije: 'Vaya, qu¨¦ gay tan moderno'. Al cabo de un rato empez¨® a hablarme de su novia". Todo el mundo r¨ªe, y ¨¦l tambi¨¦n. "Es que, de verdad", agrega, "el cambio de este pa¨ªs es asombroso".
Mientras Mill¨¢s decide el vino -un proceso met¨®dico, estudiado y certero-, Gemma me cuenta c¨®mo su hijo Pau, de dos a?os, ha reconocido a Mill¨¢s de inmediato porque hace un a?o el escritor le regal¨® un zool¨®gico de madera. "Cada animal ven¨ªa envuelto en un papel diferente", cuenta Gemma. Imagino a Mill¨¢s envolviendo las cebras y los leones, y me doy cuenta de que de ni?o nunca recibi¨® un presente tan esmerado.
Isabel, la esposa de Mill¨¢s, es una mujer tan inquietante como ¨¦l, un ojo que no cesa de analizar. En la cena hablamos de nuestro tema favorito, los medios de comunicaci¨®n. "Que una novela te ofrezca escapismo", expone Isabel, "es lo correcto. Imaginas mundos, te solazas en ellos, pero sabes que est¨¢n encerrados entre t¨² y las p¨¢ginas. Cuando la televisi¨®n empieza a jugar con la realidad, como sucede en los realities, la manipulaci¨®n, la tergiversaci¨®n puede acarrear serios problemas de identidad al espectador. Y a los que fabrican ese tipo de programas". En uno de esos programas, Svetlana, una chica rusa, iba a protagonizar una reconciliaci¨®n con su novio espa?ol que termin¨® en su asesinato en la tr¨¢gica intimidad de su hogar. Lejos de ser retirado de la programaci¨®n, el espacio vio su audiencia incrementarse en los d¨ªas posteriores a la noticia. Mill¨¢s se enciende contra la televisi¨®n. "Es intolerable porque ha creado un mundo intolerante, castigador, se?alando permanentemente lo que califica de malo, oprobioso, o que no puede ser aceptado de ninguna manera, cuando al mostrarlo lo est¨¢ convirtiendo en fuente de alimentaci¨®n. Hip¨®crita, despiadada. La televisi¨®n no puede continuar volviendo freaks a todo lo que le da la gana. No somos normales, pero tampoco monstruos. Somos, escogemos. La televisi¨®n cada vez m¨¢s nos impide escoger". Mill¨¢s me mira, su plato limpio, las manos sobre la mesa, su pulcritud es como la de un obispo o la de un estadista comprometido. "Con el premio has dicho que pasas a ser el escritor y no el hombre medi¨¢tico. Aprov¨¦chalo. T¨² mismo lo dices, la televisi¨®n te escoge a ti, nunca al rev¨¦s. Aprovecha tu tique de salida".
La gira se nos ha convertido en un viaje inici¨¢tico hacia nosotros mismos. Cosas m¨ªas se instalan en el discurso de Mill¨¢s y anhelo incorporar la meticulosidad, ese bistur¨ª preciso, en mi vida. En Valencia recorremos la ciudad hasta dar con la plaza Redonda. "En uno de mis viajes me perd¨ª y aparec¨ª aqu¨ª. Con sus tiendas de hilos, mantequer¨ªas, esta forma redonda, un solaz curioso, inquieto, ruidoso en medio de la ciudad". En efecto, es un sitio propio de la imaginaci¨®n de un escritor. Y la constataci¨®n de esas dos Espa?as, la triste y pobre de su infancia y la nueva rica y poderosa de la actualidad. Entre nosotros se ha creado un mundo extra?o, cosas en com¨²n, separadas por oc¨¦anos y edades. Acudimos juntos a ver Blade Runner, en mi opini¨®n la pel¨ªcula que mejor puede unirnos. "Porque es realmente una pel¨ªcula moderna, invencible al tiempo", concluye Mill¨¢s. Siempre cari?oso, solos en la sala de cine, Mill¨¢s lo agradece: "Es el mejor regalo de Navidad". En varias ocasiones Mill¨¢s nos ha definido como "felipista, yo, y Boris, m¨¢s bien de la generaci¨®n de Zapatero. Hemos sido muy despreciativos hacia la de Boris y Zapatero. Los vemos como ni?atos que nunca han luchado por nada, lo han tenido todo menos discurso. Cuando en realidad, en silencio, poco a poco, han ido construyendo ese discurso?". Mill¨¢s no termina la frase, no sabemos si lo hemos hecho con acierto.
Hacemos una firma juntos en Madrid. En la de Vigo nos recibieron como si fu¨¦ramos estrellas de rock. Amigos maliciosos se jactan de que para Mill¨¢s todos estos recibimientos ser¨¢n cosa nueva, pero su comportamiento es de nuevo encantador. Comentamos cosas entre nosotros, conversamos con nuestros lectores. Mill¨¢s me mira siempre como si yo fuera el experto mundano, y ¨¦l, un caballero encantado de aprender. La historia de Pigmali¨®n al rev¨¦s. "Con Boris he aprendido a quitarme prejuicios". ?Y cu¨¢les eran? "Me asombra c¨®mo gestionas tu ¨¦xito y tu relaci¨®n con la fama", informa.
Mill¨¢s disfruta de la buena mesa. Se aproxima a Alba, Lola o Laura, las maravillosas chicas Planeta en cualquiera de las ciudades de la gira, y dice: "Hoy vamos a cenar muy bien". Y ordena. En Santiago organiza un fest¨ªn que incluye n¨¦coras, percebes, almejas, pulpo y un primero de pescado para todos. Y, como siempre, su selecci¨®n del vino, albari?o, es inmejorable. Tambi¨¦n recuerda incidentes de su larga carrera como escritor. "Cuando empec¨¦ a publicar, era imposible que una novela lineal fuera considerada digna. Todo era experimentaci¨®n. Y a veces la experimentaci¨®n jugaba malas pasadas a sus autores. Uno de ellos gan¨® un prestigioso premio con una novela que era toda sin puntos ni comas. Enviaron un avance de la misma para publicarlo en El Pa¨ªs Semanal, y el corrector de EL PA?S, ante aquel texto sin puntos ni comas? los coloc¨®. Una vez impresa la revista, alguien se dio cuenta de que la raz¨®n de ser de ese texto era la ausencia de puntos y comas. Demasiado tarde, no pod¨ªan corregir la correcci¨®n. Lo bueno de todo esto es que el texto, claro, hab¨ªa quedado infinitamente mejor". Tras las risas, intuyo el mensaje de Mill¨¢s: un escritor es un ser libre, que debe atravesar distintos infiernos y premios, para volver siempre a la novela lineal.
La ¨²ltima ciudad es Zaragoza. Antes de separarnos tengo ganas de decirle que su libro me ha obligado a enfrentarme con una parcela de mi vida que descubro totalmente abandonada en el fondo de un lejano, oscuro armario. Mi propia infancia. Y que la revelaci¨®n me ha conmovido, sacudido, destrozado. "La columna vertebral de toda existencia es la infancia", dice. "All¨ª se gestan todos los elementos del resto de tu vida. Es aterrador revisarla, o aceptar que ella vuelva a ti el d¨ªa m¨¢s inesperado. Lo hace, tenlo por seguro, vuelve, te enfrenta, te machaca. Y se va para volver otra vez".
En Zaragoza se hacen las fotos de este reportaje. Salimos en medio de un viento inclemente a una gasolinera cercana. Volvemos de regreso al Planeta de los Simios. Todas las parejas terminan, la nuestra no iba a ser distinta. El fot¨®grafo se fija en mis zapatos rojos y pide que los coloque m¨¢s en primer plano. "Y aqu¨ª es cuando todo esto se convierte en un reportaje de moda", exclama Mill¨¢s. Entonces hago la pregunta final: ?un escritor debe crearse una vida para contarla luego, o simplemente escribir? Mill¨¢s reposa sus ojos abrumados por el sol. "Se puede empezar as¨ª, viviendo algo que luego pueda darte una buena novela. Pero a partir de ah¨ª, escribir es lo ¨²nico que tienes".
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