La man¨ªa de comerse a uno mismo
Me cuentan que existe un trastorno de comportamiento que consiste en arrancarse e incluso comerse la cabellera. Se llama tricotiloman¨ªa. Todos hemos visto, en el colegio, a chicos y chicas que se chupaban golosamente un mech¨®n de pelo, o que se distra¨ªan enrollando unos cuantos cabellos en el dedo y dando tironcitos. Parec¨ªa una cosa bastante normal, esto es, una m¨¢s de esas anormalidades tan comunes, una man¨ªa tan corriente como morderse las u?as, pero ahora resulta que ese tic tiene un nombre impresionante y es una enfermedad. Por lo visto la tricotiloman¨ªa suele empezar o bien en la ni?ez, entre los tres y los seis a?os, o bien justo antes de la pubertad, entre los diez y los trece a?os, y se desconoce cu¨¢l puede ser la causa que lo origina: ?influye el estr¨¦s, la alimentaci¨®n, la gen¨¦tica? Un tercio de los tricos padece depresi¨®n, pero esto quiz¨¢ sea una mera consecuencia del destrozo que pueden llegar a producirse. Las personas gravemente afectadas por este mal llenan sus cabezas de calvas y costras, y se ven tan horribles que a menudo no se atreven a salir de casa. Adem¨¢s, uno de cada cinco tricos se come el pelo que se arranca; este comportamiento se llama tricofagia y puede terminar siendo muy peligroso, porque el cabello forma pelotas en el est¨®mago y hay que operar para sacarlas.
"Tenemos la sensaci¨®n de que hay algo que no termina de funcionarnos por dentro"
Qu¨¦ asombrosamente raros somos los seres humanos. De entrada, se dir¨ªa que padecemos una incomprensible tendencia a la autofagia. No s¨®lo podemos zamparnos la cabellera, sino tambi¨¦n las u?as, los pellejos de los dedos, la carnecilla blanda del interior de las mejillas, los mocos, las esquirlas resecas de la piel de los labios. E incluso nos comemos nuestros propios est¨®magos a golpe de ¨²lcera. Esa necesidad que parecemos sentir de devorarnos a nosotros mismos resulta muy turbadora y debe de tener alg¨²n significado. Es algo que forma parte de las grandes met¨¢foras de la carne, un mensaje cifrado de este cuerpo nuestro, que es un poeta que duele y que mata.
Puede que, como dec¨ªa Arthur Koestler, los humanos seamos animales enfermos, y que todas estas man¨ªas perniciosas surjan de ah¨ª. Nuestro antiguo cerebro reptiliano, explica Koestler, no ha evolucionado hacia un cerebro m¨¢s moderno, sino que ha quedado intacto y ha sido rodeado por el nuevo cerebro. Y lo malo es que, seg¨²n este ensayista, ambos cerebros est¨¢n mal encajados y mal ensamblados. ?sa ser¨ªa la causa de nuestra patolog¨ªa esencial, de nuestra enfermedad inevitable, de una esquizofrenia org¨¢nica penosa. Ignoro si Koestler est¨¢ en lo cierto, pero sus palabras suenan sensatas: creo que todos los humanos tenemos la sensaci¨®n de que hay algo que no termina de funcionarnos por ah¨ª dentro. El sadismo y el retorcimiento de nuestra especie no tiene parang¨®n: somos mucho m¨¢s feroces que las llamadas fieras. Y tambi¨¦n somos mucho m¨¢s neur¨®ticos. S¨®lo los animales cercanos al ser humano, los domesticados y los aprisionados en circos o zoos, muestran comportamientos tan chiflados. Los perros tambi¨¦n pueden mordisquearse neur¨®ticamente un fragmento de piel hasta hacerse una llaga. Y los tigres encerrados en peque?as jaulas pueden restregarse el lomo contra los barrotes hasta pelarse el pellejo. Es como si les contagi¨¢ramos nuestro delirio.
Yo tambi¨¦n pertenezco al sector can¨ªbal, porque desde siempre me he mordisqueado con fruici¨®n los pellejos de los dedos. Me pregunto si alg¨²n d¨ªa me enterar¨¦ de que ese tic tiene un nombre tan rimbombante como la tricotiloman¨ªa. En los pa¨ªses desarrollados hay una tendencia a nombrarlo todo y a ver s¨ªndromes por todas partes, cosa que revela una nefasta tendencia a la patologizaci¨®n de la sociedad, pero que en ocasiones puede ser muy consolador para los afectados. El chico o la chica que no se atreve a salir de casa porque se ha arrancado media cabellera y se considera un monstruo, sin duda se sentir¨¢ aliviado al saber que no es ni mucho menos ¨²nico en lo que hace. Y tal vez poniendo palabras a nuestras rarezas acabemos sabiendo algo m¨¢s sobre nuestro oscuro y atormentado interior, sobre ese desasosiego esencial que nos impulsa, entre otras cosas, a devorarnos.
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