El espionaje aceptado
Hay lectores que me preguntan por qu¨¦ me gusta tan poco la sociedad actual o tengo tan mala opini¨®n de ella en su conjunto. Una de las razones principales es que cada vez me parece m¨¢s desde?osa de sus libertades, de su derecho a la privacidad y a la intimidad. O, por decirlo de manera menos period¨ªstica, m¨¢s propensa a olvidar que todo el mundo -y no s¨®lo los pol¨ªticos, que hacen abuso de ¨¦l- tiene derecho a ocultar y a mentir. No necesariamente, adem¨¢s, con el fin de enga?ar, sino sencillamente porque uno puede -y a mi parecer, debe- decidir no contarlo todo, guardarse cosas, que no todo se sepa de uno, que haya esferas de su existencia desconocidas y que pertenezcan s¨®lo a cada individuo. Conviene tener secretos, aunque sean inocuos, y no creo que a nadie le hiciera gracia que alguien estuviera enterado de todos sus pensamientos y actividades, d¨®nde va, en qu¨¦ pierde el tiempo, lo que opina de cualquier asunto, la ¨ªndole de sus aficiones, qu¨¦ compra, cu¨¢les son sus paseos, a qui¨¦n ve o con qui¨¦n se trata. E insisto: en la ocultaci¨®n no tiene por qu¨¦ haber siempre un prop¨®sito de enga?o. Basta con que uno decida: "Esta inocente costumbre es s¨®lo m¨ªa. Nadie tiene por qu¨¦ estar al tanto". O bien: "Esto no voy a contarlo. Simplemente porque no me da la gana". En ocasiones, incluso, he visto c¨®mo alguien callaba algo por modestia, y s¨®lo al cabo de a?os de tratarlo he descubierto, por ejemplo, que ese alguien tocaba el piano magn¨ªficamente. Es decir, ni siquiera debe uno dar explicaciones de por qu¨¦ silencia algo. En cuanto al enga?o, forma parte de la vida y tambi¨¦n debe uno tener la posibilidad de ponerlo en pr¨¢ctica.
"El enga?o forma parte de la vida y debe uno tener la posibilidad de ponerlo en pr¨¢ctica"
Recuerdo que cuando era muy joven y estaba en mis primeros a?os de Universidad -diecis¨¦is, diecisiete a?os-, sal¨ªa casi todas las noches y regresaba tarde. A veces me hab¨ªa quedado de charla con mi primo Carlos Franco y mi amigo Nacho Amado hasta las tantas, sentados en un banco. No ten¨ªa nada que ocultar, pero me irritaba sobremanera que mis padres me preguntaran de d¨®nde ven¨ªa o con qui¨¦n hab¨ªa estado, o que mi madre apelara a su intranquilidad para justificar su desvelo hasta que me o¨ªa entrar por la puerta. No dudo que fuera sincera, pero yo ten¨ªa tanto apego a mi libertad que no estaba dispuesto a cambiar de h¨¢bitos. Era ego¨ªsta, desde luego, pero tambi¨¦n ella lo estaba siendo al pretender que me quedara en casa o regresara m¨¢s temprano. Y reivindicaba mi derecho a ser reservado: "De por ah¨ª, con gente", era mi invariable respuesta. Y eso que mis padres fueron siempre respetuosos de mi vida y de la de mis hermanos, y nunca especialmente inquisitivos, a diferencia de la mayor¨ªa.
Veo que hoy, en cambio, gran parte de la poblaci¨®n acepta ser controlada y espiada. Lejos de protestar porque cada vez haya m¨¢s c¨¢maras vigil¨¢ndonos y grab¨¢ndonos, a los m¨¢s eso les parece una delicia. Gente timorata, hist¨¦rica, con el miedo que le inoculan los poderes p¨²blicos ya instalado en el cuerpo. Gente que, si pudiera, abolir¨ªa todo riesgo y por lo tanto todo azar. Que da por bueno que se sepa d¨®nde est¨¢ y lo que hace, con tal de que eso "disuada" a los peligrosos, a los que no los disuade casi nunca nada. A esta vigilancia obsesiva por parte del Estado, de los bancos y los comercios, se une ahora la de los particulares -unos padres, un marido, una esposa, un celoso-, que nos pueden localizar al instante mediante los tel¨¦fonos m¨®viles o mediante chips o transmisores. Y eso se acepta. Tras leer el reportaje que sac¨® hace un mes en este diario Mar¨ªa Antonia S¨¢nchez-Vallejo, no he le¨ªdo una sola l¨ªnea preocupada por lo que contaba. Con el pretexto de que a cualquier herramienta se le puede dar buen uso (es aconsejable saber d¨®nde est¨¢ un paciente de Alzheimer, un ni?o peque?o, un perro aventurero o un alpinista), da la impresi¨®n de que a todo el mundo le parezca estupendo, o a¨²n peor, normal, que alguien pueda conocer nuestro paradero en todo momento. Para ser objeto de seguimiento s¨®lo hace falta que, desde el propio m¨®vil, se consienta en ello. Nada m¨¢s f¨¢cil que coger el m¨®vil del marido, de la mujer o del hijo, y dar desde ¨¦l un consentimiento usurpado, falso. Ese fue el caso de la rusa Svetlana, asesinada por su ex-novio tras encontr¨¢rselo inesperadamente en un programa de televisi¨®n sin escr¨²pulos. Ella lo ignoraba, pero quien fue su verdugo conoc¨ªa todos sus pasos. Al leer sobre tal posibilidad, a m¨ª se me hel¨® la sangre, pero me temo que estoy casi solo en eso. En el mismo reportaje, hab¨ªa madres c¨ªnicas que obligaban a salir a sus hijos con un microchip y dec¨ªan: "No lo hago por af¨¢n de control, sino porque me da tranquilidad". Y un psic¨®logo majadero a?ad¨ªa: "Los padres tienen la obligaci¨®n de controlar a sus hijos, de velar por su integridad y seguridad, y podemos suponer que su uso no va a ser abusivo". No s¨¦ por qu¨¦ "podemos suponer" tal cosa y no la contraria, dado el car¨¢cter cada vez m¨¢s policial e inquisitorial de nuestras sociedades. En todo caso ser¨ªa de agradecer que alguien hablase de la obligaci¨®n de respetar la vida y la libertad y el secreto de los dem¨¢s, aun a costa de nuestra zozobra. Sea como sea, he aqu¨ª una raz¨®n m¨¢s para no llevar m¨®vil, esa trampa que no s¨®lo nos fuerza a trabajar sin descanso y nos esclaviza, sino que adem¨¢s nos delata.
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