El cosmos Saer, expansi¨®n y deseo
La grande, novela p¨®stuma e inacabada del autor argentino, inicia la recuperaci¨®n de su obra
Saer concibi¨® La grande, su novela p¨®stuma e inconclusa, la m¨¢s larga de todas, como una historia en siete cap¨ªtulos que abarcan, cada uno, una jornada, de un martes a un lunes. Los primeros cinco los escribi¨® seg¨²n su forma habitual de trabajo: primero en cuadernos manuscritos, despu¨¦s pasados a limpio. Sabi¨¦ndose gravemente enfermo, el sexto lo escribi¨® directamente en la computadora. Esta informaci¨®n se resume en una nota al final del libro, firmada "A. D.", en la que podemos adivinar a quien fue durante muchos a?os el editor argentino de Saer, Alberto D¨ªaz: "Con los herederos decidimos publicar la novela tal cual la dej¨®. S¨®lo hemos corregido las erratas obvias...". Del s¨¦ptimo s¨®lo escribi¨® una frase, aparentemente la que abr¨ªa el cap¨ªtulo, aunque Saer sol¨ªa decir que, cuando empezaba una novela, lo ¨²nico que ten¨ªa claro era la primera oraci¨®n y la ¨²ltima (con lo cual esa frase podr¨ªa ser la del cierre). Empez¨® a trabajar en La grande en 1999; la novela se public¨® en Buenos Aires poco despu¨¦s de su muerte, sucedida en Par¨ªs el 11 de junio de 2005 (hab¨ªa nacido en Serodino, provincia de Santa Fe, en 1937). Ahora la edita en Espa?a RBA, que empiza, as¨ª, la recuperaci¨®n de algunas de las novelas del autor argentino como Cicatrices, Limonero real y Glosa, adem¨¢s del ensayo El concepto de la ficci¨®n.
La grande
Juan Jos¨¦ Saer
RBA. Barcelona, 2008
448 p¨¢ginas. 23 euros
Alguna vez afirm¨® que no le interesaba el p¨²blico sino el lector. En Saer, orgullo y generosidad eran dos movimientos de un mismo afecto, de su destino electivo
Ni una sola p¨¢gina se aparta de su convicci¨®n de que un escritor debe ser fiel, ¨²nicamente, a su propio proyecto
El car¨¢cter de una obra no finalizada genera un aura de interrogantes que en el caso de La grande alcanza un cariz de extrema intensidad: parece indudable que Saer planeaba cerrar con esa novela su amplio ciclo narrativo de "la Zona" y que la inconclusi¨®n de la novela dej¨® abierto un mundo que ten¨ªa su propia din¨¢mica de expansi¨®n (no una ramificaci¨®n de peripecias ni un abigarramiento de personajes, sino una manera espacial de propagaci¨®n que era intr¨ªnseca a la escritura de Saer, incluso a su periodo gramatical). En ese sexto cap¨ªtulo se dan cita buena parte de los personajes que pueblan ese extraordinario conjunto de novelas y cuentos -el m¨¢s importante de la literatura argentina de la segunda mitad del siglo XX-, y tambi¨¦n muchas de las directrices que sostienen y tensionan su visi¨®n y su estilo. Lo que se cuenta es la reuni¨®n de quince amigos en un asado en casa de Guti¨¦rrez, en un pueblo de la provincia de Santa Fe. Guti¨¦rrez ha vuelto a su tierra natal despu¨¦s de treinta a?os de vivir en el extranjero; se fue con esa facilidad tan argentina para dejar el pa¨ªs y vuelve -hastiado de una "Europa muerta"- en busca de un pasado y de una tierra que acaso s¨®lo existen en su mitolog¨ªa nost¨¢lgica. La narraci¨®n de esa larga tarde resume la forma que Saer desarroll¨® con insuperado talento: "objetivismo" es una manera provisoria de denominarlo. El narrador de Saer es un Ad¨¢n nacido al mundo ya no s¨®lo creado del todo sino en el principio de su descomposici¨®n: nada debe darse por supuesto, todo es visto como por primera vez. En la compleja armon¨ªa que forman las muchas historias que vibran en una reuni¨®n social en apariencia banal puede verse la sombra de Proust; en la trayectoria del hombre que busca su origen -acaso ya borrado- est¨¢ el Ulises hom¨¦rico y, a trav¨¦s de las palabras que marcan su derrota, el joyceano; en la manera en que, en el aire de una narraci¨®n, se entrecruzan la electricidad de los deseos, pensamientos, recuerdos y anhelos de personajes diversos est¨¢ el lirismo extremo de Virginia Woolf. Todas esas cuerdas, presentes en Saer casi desde la primera l¨ªnea que escribi¨®, van a dar a la atm¨®sfera encendida de ese "domingo de abril excepcionalmente caluroso" en que se desarrolla el ¨²ltimo cap¨ªtulo completo de La grande.
En 2002, en el marco de la primera edici¨®n del festival Kosm¨®polis en el Centro de Cultura Contempor¨¢nea de Barcelona, Juan Jos¨¦ Saer declar¨®: "Desde hace muchos a?os he tenido la intenci¨®n de escribir una novela de seiscientas o setecientas p¨¢ginas, en la que toda la acci¨®n pase r¨¢pidamente, con un mont¨®n de personajes que se sucedan sin que ninguno ocupe m¨¢s que unas cuantas l¨ªneas, hasta que llega una escena central, que abarca veinte o veinticinco p¨¢ginas, en la cual alguien est¨¢ tratando de poner un peque?o tornillo sin conseguirlo. Por suerte no la hice ni la har¨¦, pero digo esto para expresar cu¨¢l es la idea del desfase entre las acciones y los objetos que rige en mis libros". En ese momento, Saer estaba escribiendo La grande, en la que no hay tornillos negados a sus roscas pero s¨ª, por ejemplo, tres personajes que, en una noche lluviosa y bajo un paraguas multicolor, van en busca de unos moncholos -peces del r¨ªo Paran¨¢- en una escena de una el¨¦ctrica y sublime morosidad, uno de esos momentos de elevaci¨®n que refulgen en los libros de Saer como instantes prolongados de belleza inolvidable. ?sta es, desde el principio, una de sus lecciones y elecciones: las formas de una emoci¨®n literaria son de ¨ªndole art¨ªstica, est¨¦tica: no tienen que ver con el tema sino con su desarrollo formal.
Estos extraordinarios momentos pueden hilarse a lo largo de su extensa obra: est¨¢ La mayor (1976), una imponente parodia proustiana cuyas primeras l¨ªneas conocen de memoria, como una consigna, toda una legi¨®n de lectores saerianos: "Otros, ellos, antes, pod¨ªan. Mojaban, despacio, en la cocina, en el atardecer, en invierno, la galletita, sopando, y sub¨ªan, despu¨¦s, la mano...". O Nadie nada nunca, novela de 1980 donde el Gato Garay se ducha, "sin pensar en nada, sin recordar nada, en la lluvia tibia, ayudando, con las manos, a sacar el jab¨®n al agua: sin pensar en nada y sin recordar nada, en una oscuridad que no llena otra cosa que el rumor del agua". Y est¨¢ 'Sombras sobre vidrio esmerilado', de su segundo libro de cuentos, Unidad de lugar (1967), donde una mujer y un hombre intentan largamente descifrar los reflejos de sus siluetas en el cristal que los separa, y que es al mismo tiempo un excelso cuadro del deseo y de su indiscernible costado de decadencia y muerte. O, en fin, est¨¢ Glosa (1985), para muchos la mejor novela de Saer, una lent¨ªsima y a la vez vertiginosa caminata de dos amigos que se abre, una vez m¨¢s, memorablemente: "Es, si se quiere, octubre, octubre o noviembre, del sesenta o del sesenta y uno, octubre tal vez...". La iron¨ªa de poner en duda, de entrada, aquello que un narrador tiene que saber por fuerza no le impide ir llevando al lector, con pulso virtuoso y seguro, al n¨²cleo, a la esencia misma del espanto.
Esta estrat¨¦gica conmoci¨®n de los c¨¢nones del objeto y del tiempo en la narraci¨®n cl¨¢sica -que, como el propio Saer se?ala en uno de sus ensayos m¨¢s importantes, convierte la propia narraci¨®n en un objeto en s¨ª mismo- hizo que la cr¨ªtica siguiera, al leer sus novelas, la huella del nouveau roman. En efecto, Saer llega a Par¨ªs -donde vivir¨ªa el resto de su vida, trabajando como profesor de la Universidad de Rennes- en 1968, en el momento en que Alain Robbe-Grillet, Michel Butor y Nathalie Sarraute son ya actores centrales de la literatura francesa, cuando Roland Barthes -entre otros- los consagrara en uno de sus Ensayos cr¨ªticos titulado, precisamente, 'Literatura objetiva'. Saer nunca neg¨® esa influencia, de su novela El limonero real afirmar¨ªa a?os despu¨¦s, en El concepto de ficci¨®n, que "busca desprenderse de los acontecimientos para resolverse poco a poco en forma pura". Por otra parte, el propio Robbe-Grillet, en tiempos recientes, afirm¨® en diversas ocasiones que consideraba al escritor argentino como uno de los m¨¢s importantes de finales del siglo XX en el mundo entero.
En la mencionada intervenci¨®n en Barcelona, Saer se?al¨®: "Tambi¨¦n debo decir que Antonio Di Benedetto hab¨ªa utilizado ya antes algunos de los procedimientos del nouveau roman, y que si hubiera nacido en Par¨ªs y no en la provincia argentina de Mendoza su obra ser¨ªa hoy conocida en todo el mundo". En la escritura de Saer hay algo magm¨¢tico, algo de materia que se disgrega; algo que, siendo lo contrario de la econom¨ªa expresiva -destreza en la que Di Benedetto condens¨® su gran arte-, genera sin embargo un ajuste nuevo y ya imprescindible entre materia y forma. Fue la manera en la que ¨¦l plasm¨® el escenario que sus narraciones reflejan: ese litoral argentino hecho de r¨ªos, riachuelos y arroyos que rayan la tierra firme como una malla. Ese litoral al que denomin¨® "la Zona", y a la que permaneci¨® fiel a lo largo de toda su vida.
En cierto modo, Saer llev¨® a la prosa lo que su maestro, el gran poeta entrerriano Juan L. Ortiz -a quien trat¨® en sus a?os de iniciaci¨®n al periodismo y la literatura, en la ciudad de Santa Fe-, hab¨ªa hecho en el verso; La grande lleva como ep¨ªgrafe estos versos de Ortiz: "Regresaba. / -?Era yo el que regresaba?". En El lugar de Saer (1984), el primer ensayo significativo que lo ubic¨® en un lugar central de la literatura rioplatense, Mar¨ªa Teresa Gramuglio anotaba como caracter¨ªstica de aquel grupo de j¨®venes escritores, del que tambi¨¦n form¨® parte el poeta Hugo Gola, actualmente radicado en M¨¦xico: "El trabajo cuidadoso sobre el lenguaje y la forma, la cr¨ªtica del naturalismo y del populismo, la colocaci¨®n privilegiada de la poes¨ªa, el rechazo de la cultura masiva y de las modas literarias y est¨¦ticas. Y as¨ª como los martinfierristas [los vanguardistas de los a?os veinte, entre ellos Borges y Oliverio Girondo] hicieron de Macedonio Fern¨¢ndez su padre literario, este grupo tambi¨¦n tuvo el suyo: el poeta Juan L. Ortiz".
Una idea comprensiva del "sistema Saer" debe recorrer las l¨ªneas de fuerza que, a trav¨¦s de Los adioses o de La vida breve de Onetti, y de Gran Sert¨®n: veredas del brasile?o Guimar?es Rosa, lo lleva hasta William Faulkner, escritor al que veneraba y al que intent¨® liberar de la presunta necesidad de leerlo, en Am¨¦rica Latina, a trav¨¦s del filtro del realismo m¨¢gico: "Faulkner representa un mundo que es a la vez urbano y rural, y hacia los a?os cincuenta buena parte del continente americano ten¨ªa todav¨ªa esa misma configuraci¨®n". Y, a trav¨¦s, antes y despu¨¦s del autor de ?Absalon, Absalon! est¨¢ Cervantes: "No olvidemos", dec¨ªa Saer, "que Faulkner declar¨®: 'Yo leo el Quijote una vez al a?o, como otros leen la Biblia".
El inter¨¦s persistente que, en los ¨²ltimos a?os y en las diversas latitudes del castellano, despierta la obra de Saer muestra que la posteridad no tiene una din¨¢mica posmoderna: desde?a los premios, olvida las cifras de los contratos, se desinteresa de las estridentes tendencias del mercado. Si exceptuamos el Nadal, obtenido en 1986 por La ocasi¨®n, Saer nunca recibi¨® un premio. Acaso no pueda afirmarse que los despreciaba, sencillamente nunca hizo nada para ganarlos. Ni una sola p¨¢gina de su obra se aparta de su convicci¨®n de que un escritor debe ser fiel, ¨²nicamente, a su propio proyecto; incluso su decisi¨®n de vivir en Par¨ªs puede entenderse como una forma de apartamiento, invirtiendo la concepci¨®n tradicional de centro y periferia. Alguna vez afirm¨® que no le interesaba el p¨²blico sino el lector; en varios de sus art¨ªculos de prensa -recopilados, tambi¨¦n p¨®stumamente, en Trabajos (2006)- se refiere a la ¨¦tica del escritor en la era de la industria cultural. Por eso, en Saer, orgullo y generosidad eran dos movimientos de un mismo afecto, de su destino electivo. Borges dijo alguna vez que un cl¨¢sico es un libro que las generaciones de los hombres leen con una "misteriosa lealtad". Dos palabras que le van bien a La grande y a la obra entera de Juan Jos¨¦ Saer: misterio y lealtad. -
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