La m¨ªstica silenciosa
Schuster lidera la plantilla del Madrid con su particular sentido del trabajo psicol¨®gico
Cuando Schuster habla, suele mirar al suelo, o hacia alg¨²n objeto por debajo de su ment¨®n. Nunca a su interlocutor. Salvo en raras ocasiones de expansi¨®n espiritual, dice poco. Si acaso, lo hace para se?alar alguna idea perturbadora o insultante.
Para esto posee un sentido de la iron¨ªa que afila como un arma, d¨ªa a d¨ªa. La emplea constantemente. Sea para aguijonear a los futbolistas, a quienes provoca, o para posicionarse ante la opini¨®n p¨²blica. El s¨¢bado, antes del partido contra el Atl¨¦tico, le preguntaron por su falta de humildad. "Yo soy muy humilde", respondi¨®. "Si no, no habr¨ªa podido llegar a ser tan grande".
"Yo soy muy humilde", respondi¨®; "si no, no habr¨ªa podido llegar a ser tan grande"
En el vestuario, la mayor¨ªa no sabe qui¨¦n fue el alem¨¢n como jugador
"Schuster quiere que juguemos para la gente", dice Marcelo; "eso da m¨¢s alegr¨ªa"
El t¨¦cnico sabe administrar las gotas de sorpresa, como contar chistes leperos
El domingo en el Calder¨®n, el Madrid domin¨® al Atl¨¦tico con el pulso firme de los equipos que hacen ¨¦poca. Su f¨²tbol no deslumbra, pero sus estad¨ªsticas confirman un caso excepcional de eficacia. Suma 16 victorias en 20 partidos. Es el conjunto que m¨¢s goles hace y no encaja un tanto desde hace seis partidos. Va camino de establecer r¨¦cords de puntuaci¨®n, y cabe preguntarse de qui¨¦n es el m¨¦rito. Los jugadores asumen una parte. La otra se la atribuyen a Schuster.
En el vestuario del Madrid, la mayor¨ªa de los futbolistas no saben qui¨¦n fue Bernd Schuster. Pero escuchan rumores. Historias incre¨ªbles de un tipo raro que se comporta como un maleducado en el mundo exterior y que, luego, a la hora del entrenamiento, se mezcla entre ellos en el partidillo. Manolo Ruiz, el ayudante de campo, de pie en un costado, hace de ¨¢rbitro. Schuster no abre la boca. S¨®lo juega. Si hay que ir fuerte, mete la pierna y rasca el hueso -Drenthe se llev¨® una patada en la tibia que le oblig¨® a cojear durante un d¨ªa-. Si hay que recibir, se expone a los golpes. Sus pupilos, en ocasiones enfadados, le atizan sin escr¨²pulos. O le dan balonazos. No importa. Schuster sigue sin decir nada. Y, de vez en cuando, indefectiblemente, mete un pase que deja perplejos a todos. El jueves pasado le dio un servicio a Higua¨ªn de 20 metros. De porter¨ªa a porter¨ªa. El argentino recibi¨® la pelota al pie despu¨¦s de que volara todo el trayecto por un hueco abierto entre diez hombres. El bal¨®n se le pos¨® en la bota como si lo hubieran lanzado con la mano. Al verlo, los chicos s¨®lo pueden bajar la cabeza y obedecer la ¨²nica ley que de verdad temen. En estos d¨ªas son muy pocos los que se atreven a quejarse del t¨¦cnico. El alem¨¢n se ha impuesto por su m¨ªstica.
La charla t¨¢ctica de Schuster no es diferente de la de Capello. Son s¨®lo diez minutos de indicaciones muy concretas. Sin adornos. Lo que ha cambiado no son las palabras, sino los hechos. Ambos t¨¦cnicos se diferencian en las selecciones de jugadores y en su distribuci¨®n en el campo. Mientras que Capello era reacio a poner a Robinho entre los titulares, Schuster le ha brindado toda su confianza. Capello s¨®lo ten¨ªa complicidad con hombres de brega: Cannavaro, Emerson y Ra¨²l. Su sucesor le hace gui?os a los talentosos. Se comunica mejor con la colonia brasile?a. Ha abolido el r¨¦gimen cuartelario y las concentraciones en Madrid. Permite m¨®viles, m¨²sica, ropa de cualquier tipo. Se han suprimido las restricciones suntuarias en el vestuario. Resuenan las radios y los discos. Cunde el comp¨¢s del flamenco.
"Hay un poquito m¨¢s de alegr¨ªa", dice Marcelo. "Capello era m¨¢s duro, m¨¢s defensivo. Schuster quiere que juguemos para la gente. Y la gente quiere ver a Robinho haciendo bicicletas. Ese planteamiento es bueno para todos".
Dec¨ªa Carlos Queiroz que el vestuario es como el escenario de un teatro en el que el entrenador es un actor sometido al escrutinio perpetuo de un grupo de desaprensivos. Schuster, que como jugador se sinti¨® el protagonista indiscutible, domina la escena como un experto. Deja que sea Manolo Ruiz el que hable de t¨¢ctica y obligaciones -una tarea ingrata- mientras ¨¦l se dedica a los gestos. Como Ruiz no le falla y el Madrid funciona como un relojito, el t¨¦cnico se expresa con naturalidad en su roce con la plantilla.
Igual que los maestros del drama, administra las gotas de sorpresa y emoci¨®n en el momento exacto. Para eso se vale del registro gaditano, aprendido en su etapa del Xerez, cuando dedic¨® dos a?os a hacer vida social en el f¨¦rtil entorno de la Bah¨ªa. De esa ¨¦poca data su colecci¨®n de chistes de Lepe. Una faceta que hace poco le sirvi¨® para dejar mudo a su auditorio.
Ya lo dice ¨¦l: "El principal trabajo de un t¨¦cnico del Madrid es el psicol¨®gico".
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