Kusturica Locura contagiosa

?Se trataba de un concierto o de una gamberrada musical? De entrada, era dif¨ªcil tomar partido ante la propuesta del cineasta serbio Emir Kusturica en el Palau. Las paredes temblaron, el suelo se mov¨ªa y nadie paraba quieto mientras el cantante de la banda hac¨ªa equilibrios sobre las barandas de los palcos de platea o lanzaba agua al p¨²blico de las primeras filas ante la mirada descompuesta de algunos acomodadores.

Todo estaba pasado de vueltas, de forma consciente, premeditada y al gusto del p¨²blico euf¨®rico y entregado, que abarrotaba el local. Las entradas se hab¨ªan agotado con un mes de antelaci¨®n y a las puertas del local muchos buscaban infructuosamente una reventa. Hasta 500 euros se ofrec¨ªan por una localidad, pero nadie vend¨ªa.

En el interior, Kusturica, guitarra en mano, parec¨ªa por momentos ajeno a la situaci¨®n, como si sus m¨²sicos se desmadraran por su cuenta, pero la media sonrisa c¨ªnica cuando el caos parec¨ªa haberse apoderado del escenario dejaba bien a las claras que su mente de director cinematogr¨¢fico lo ten¨ªa todo previsto al detalle y el filme, porque de un filme en directo se trataba, discurr¨ªa a la perfecci¨®n. Una pel¨ªcula con un tema sencillo pero eficaz: c¨®mo ser punk a los cincuenta y c¨®mo aplicar esa ideolog¨ªa a la m¨²sica tradicional balc¨¢nica. Perfectamente realizada gracias a un ritmo fren¨¦tico y alocado que no decay¨® en ning¨²n momento (?ni una sola balada o un medio tiempo en todo el concierto!) y una puesta en escena que, de tan transgresora, por momentos, no queda claro si se trata de una parodia o de una oferta sincera. Pura locura tremendamente contagiosa. En fin, Kusturica al cien por cien.