Intensidad y duraci¨®n
A Marcel Proust hay quien se lo imagina sin haberlo le¨ªdo como un decadente enfermo de nostalgia, pero pocas cosas le gustaban m¨¢s que la m¨²sica de vanguardia y los inventos modernos, y estaba muy alerta a los descubrimientos cient¨ªficos, que le daban ocasi¨®n para met¨¢foras tan rigurosas como audaces. Tal vez fue el primer escritor que hizo excelente literatura con el tel¨¦fono y con el autom¨®vil. En las p¨¢ginas de ? la recherche du temps perdu los aeroplanos surgen como apariciones deslumbradoras, con la belleza de lo que hasta entonces no hab¨ªa existido nunca y a¨²n ten¨ªa mucho de prodigio.
A diferencia de los coches, los tel¨¦fonos y los aviones, otro invento del que Proust fue tambi¨¦n usuario entusiasta no ha tenido el ¨¦xito suficiente como para llegar hasta nosotros, aunque tambi¨¦n parec¨ªa muy prometedor. Se trata del teatr¨®fono, un aparato que permit¨ªa a los aficionados a la m¨²sica asistir a conciertos y funciones de ¨®pera desde la comodidad de sus domicilios, cuando a¨²n no estaba inventada la radio, a trav¨¦s de una l¨ªnea telef¨®nica y mediante dos auriculares. Imaginamos a Proust, tan friolero, aprensivo, recostado sobre los almohadones de la misma cama en la que escrib¨ªa, en la penumbra de su dormitorio burgu¨¦s, escuchando con unos cascos como de radiotelegrafista o de m¨¦dium lun¨¢tico la m¨²sica de alguno de sus compositores predilectos, Wagner o Debussy, que ten¨ªan a¨²n toda la fuerza de su novedad extraordinaria. P¨¦lleas et Melisande se hab¨ªa estrenado en 1902. Proust la escuch¨® gracias al teatr¨®fono en 1911, cuando ya estaba gozosamente sumergido en aquella novela cuyo fin se volv¨ªa m¨¢s lejano seg¨²n ¨¦l la iba escribiendo, porque el acto mismo de escribir revelaba nuevos materiales, yacimientos m¨¢s hondos de la imaginaci¨®n y la memoria. En 1913, reci¨¦n terminado el primer volumen que ning¨²n editor se animaba a publicar -tan inmenso de palabras escritas, y apenas s¨®lo un preludio-, sabemos que Proust escuch¨® en el teatr¨®fono otra vibrante novedad musical, la primera representaci¨®n de Parsifal en Par¨ªs. El influjo de esa ¨®pera traspasa el segundo volumen de la novela, desde su mismo t¨ªtulo. Las muchachas en flor que trastornan con sus plurales tentaciones sentimentales y er¨®ticas al protagonista adolescente son la mismas muchachas-flores que quieren seducir al joven Parsifal, pero el medievalismo entre intemporal y mitol¨®gico de Wagner se corresponde en Proust con la urgencia jovial de un veraneo moderno de hacia 1900: chicas paseando en bicicleta contra el horizonte gris del Atl¨¢ntico, jugando al tenis con vestidos claros y ligeros. Autom¨®viles y aeroplanos le suger¨ªan comparaciones musicales: el claxon que hac¨ªa sonar el ch¨®fer al que am¨® tanto, Alfred Agostinelli, le recordaba el caramillo que toca un pastor en el tercer acto de Trist¨¢n; un aeroplano ascend¨ªa sobre el mar como en el crescendo de la cabalgata de las Walkirias.
Proust describe la m¨²sica de 'Trist¨¢n' y parece que est¨¢ describiendo su propia escritura y su manera de organizar los materiales narrativos a lo largo de una duraci¨®n tan desmesurada como necesaria
A uno, aficionado a Proust, a Wagner y a Bu?uel, le gusta que esa m¨²sica de intensidad y duraci¨®n, tan copiada en casi todas las pel¨ªculas, siga siendo algunas veces la banda sonora secreta de su vida
Me acord¨¦ de ese mar severo de los veraneos de Proust viendo hace unos d¨ªas el Trist¨¢n e Isolda que ha dirigido esc¨¦nicamente Llu¨ªs Pasqual en Madrid: el horizonte levantado que parece inm¨®vil y siempre est¨¢ en movimiento igual que las nubes que le transmiten su grisura de metal o pizarra; el mar que no ven ni oyen los dos personajes cuando se miran el uno al otro sobrecogidos por la revelaci¨®n del amor que los arrastrar¨¢ a la desgracia; el que otean los vig¨ªas en el ¨²ltimo acto con la esperanza de que surja en ¨¦l la mancha blanca de una vela.
Me acordaba del amor de Proust por esta misma m¨²sica que ¨¦l conoc¨ªa de memoria, tan nueva todav¨ªa cuando ¨¦l era joven. "Cuanto m¨¢s legendario encuentran a Wagner, m¨¢s humano lo encuentro yo", escribi¨® en una carta. En un pasaje de La Prisonni¨¨re, el quinto volumen de la novela sin fin que no vivi¨® lo bastante para terminar, describe la m¨²sica de Trist¨¢n y parece que est¨¢ describiendo su propia escritura y su manera de organizar los materiales narrativos a lo largo de una duraci¨®n tan desmesurada como necesaria: ...Me daba cuenta de todo lo que tiene de real la obra de Wagner, volviendo a ver esos temas insistentes y fugaces que visitan un acto, no se alejan m¨¢s que para regresar, y, a veces lejanos, adormecidos, casi separados, son, en otros momentos, aun permaneciendo vagos, tan imperiosos y tan pr¨®ximos, tan internos, tan org¨¢nicos, tan viscerales, que se dir¨ªan menos el regreso de un motivo que el de una neuralgia.
La prosa de Proust tiene la misma ondulaci¨®n que esa m¨²sica, un flujo poderoso que parece arrastrarlo todo y en el que sin embargo cada concepto y cada sensaci¨®n, cada palabra, mantiene su identidad exacta. La frase se dilata hasta ocupar el p¨¢rrafo entero, desborda la p¨¢gina, da la impresi¨®n de haber perdido su armaz¨®n gramatical y el hilo primero de su relato y sin embargo vuelve para alcanzar la cima exacta de un punto. Pero en Proust no hay nada de abandono a la facilidad mec¨¢nica, a la proliferaci¨®n complacida y barroca: hay un prop¨®sito de sostener la m¨¢xima intensidad expresiva para contar el estado de tr¨¢nsito incesante en el que sucede nuestra experiencia del mundo y del tiempo y de nosotros mismos. Esa intensidad al l¨ªmite, esa atenci¨®n sin descanso que el narrador de Proust busca en el amor y en el arte es la misma que trastorna a Isolda y a Trist¨¢n, intoxicados de golpe al probar esa p¨®cima que toman por error pero que no hace sino desatar el deseo que ya estaba latiendo en ellos desde la primera vez que se miraron. En la vida y en la literatura las intensidades tienden a la fugacidad, las duraciones al tedio. Proust y Wagner exigen que lo intenso pueda durar sin declive y sin l¨ªmite. Lo mismo quieren los amantes. Est¨¢n condenados a la desgracia y a la verg¨¹enza igual que a un ¨¦xtasis sexual que es m¨¢s poderoso porque su llegada est¨¢ retras¨¢ndose siempre, y que los dos quieren prolongar en una duraci¨®n que se confunde con el desvanecimiento de la muerte.
Indiferentes al mundo, al esc¨¢ndalo, a la traici¨®n, los amantes se buscan con el fatalismo de un celo biol¨®gico. Como la m¨²sica a nosotros el amor los recluye en un tiempo de pura intensidad cuya duraci¨®n no miden los relojes. Llu¨ªs Pasqual los hace enamorarse en el siglo XII, entregarse por fin el uno al otro y perderse en una noche de finales del XIX, encontrarse y morir en un presente muy parecido al nuestro. Son Trist¨¢n e Isolda y son dos amantes cualquiera: los hemos visto persigui¨¦ndose como son¨¢mbulos en La edad de oro de Bu?uel, esta vez en Par¨ªs y vestidos a la manera de los a?os treinta, ahora encarnando el arrebato moderno del amour fou, enajenados por la repetici¨®n obsesiva del preludio de Trist¨¢n. A uno, aficionado a Proust, a Wagner y a Bu?uel, le gusta que esa m¨²sica de intensidad y duraci¨®n, tan copiada en casi todas las pel¨ªculas, siga siendo algunas veces la banda sonora secreta de su vida. -
Trist¨¢n e Isolda, de Richard Wagner. Producci¨®n del Teatro San Carlo de N¨¢poles. Coro y Orquesta titular del Teatro Real. Direcci¨®n de escena de Llu¨ªs Pasqual. Direcci¨®n musical de Jes¨²s L¨®pez Cobos. Hasta el 4 de febrero. www.teatro-real.es
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