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Reportaje:VIDAS AL L?MITE

El mundo en sus manos

Juan Jos¨¦ Mill¨¢s

He aqu¨ª el relato de una peripecia personal extraordinaria, la de Daniel ?lvarez, que, sordo desde los cuatro a?os y ciego desde los treinta, ha logrado construirse una identidad y una vida que llamar¨ªamos normales, si "lo normal" no nos pareciera tan opaco. Casado con Helen y padre de Natalia, una ni?a de cinco a?os, Daniel despliega una intensa actividad profesional que le obliga a viajar con alguna frecuencia dentro y fuera de Espa?a. Jefe de la Unidad T¨¦cnica de Sordoceguera de la ONCE (que ocupa a 16 personas), adem¨¢s de presidente de la Asociaci¨®n de Sordociegos de Espa?a, posee la medalla Anna Sullivan, que es la condecoraci¨®n m¨¢s prestigiosa y antigua en reconocimiento al esfuerzo realizado a favor de las personas sordociegas.

Aunque Daniel est¨¢ siempre en el interior de su cuerpo (como cualquiera de nosotros, por otra parte), el hecho de que ni oiga ni vea nos obliga a tocarle (como el que llama a una puerta) para hacerle saber que estamos ah¨ª. Hay personas especializadas en tocar a los sordociegos, int¨¦rpretes que deletrean sobre la palma de su mano las palabras del interlocutor con un sistema llamado dactilol¨®gico, que Daniel ha perfeccionado con elementos procedentes de la lengua de signos, alumbrando un m¨¦todo nuevo al que denomina Dactyls. Existe otra forma de comunicarse con ¨¦l: a trav¨¦s del correo electr¨®nico, pues posee un ordenador adaptado que tiene, bajo el teclado convencional, una l¨ªnea braille que traduce a este idioma el texto que aparece en la pantalla visual. Gracias a este avance tecnol¨®gico, pudimos mantener una correspondencia por la que averig¨¹¨¦ que hab¨ªa nacido, mediado el siglo pasado, en Olivenza (Badajoz), donde sus padres ten¨ªan un negocio de zapater¨ªa. Como tres de sus hermanos (son cinco), perdi¨® el o¨ªdo a causa de la estreptomicina, que en los a?os cincuenta se administraba sin control. Tanto sus hermanos como ¨¦l son orales, lo que significa que, pese a no o¨ªr, aprendieron a hablar. A Daniel no resulta f¨¢cil entenderle a menos que est¨¦s muy familiarizado con su dicci¨®n, que ha perdido con el paso de los a?os una calidad que recuperar¨ªa recibiendo clases de logopedia para las que dice no tener tiempo. Al no o¨ªrse a s¨ª mismo, su voz s¨®lo est¨¢ dirigida por su cerebro, de modo que ignora si habla alto o bajo, deprisa o despacio. ?l afirma humor¨ªsticamente que las reuniones con los jefes le han estropeado el habla, porque siempre tienen prisa.

Aprendi¨® a leer y escribir en un colegio de monjas de su pueblo, pero tom¨® la primera comuni¨®n sin haber aprendido a rezar, pues no era capaz de entender por labiolectura a la profesora, que, adem¨¢s de ser muy mayor, lo sentaba a su lado. Daniel mov¨ªa los labios dejando escapar ligeros sonidos que logr¨® hacer pasar por oraciones. Al problema de la sordera se a?adi¨® enseguida el de una miop¨ªa extrema que dificult¨® el aprendizaje de la lectura labial.

De aquella ¨¦poca, recuerda su lucha por demostrar a los compa?eros del colegio que era un chico normal. Dice que acabaron acept¨¢ndolo porque jugaba bien al f¨²tbol, aunque, dadas las dificultades para comunicarse con ¨¦l, le hablaban poco. "La relaci¨®n con mis hermanos", a?ade, "paliaba ese vac¨ªo".

A los 15 a?os perdi¨® la visi¨®n del ojo izquierdo, pese a lo cual termin¨® el bachillerato elemental y comenz¨® a ir y venir de Barcelona, donde su problema con la vista era tratado en la cl¨ªnica del doctor Barraquer. "Mi madre", recuerda, "se volvi¨® sobreprotectora y no quer¨ªa que fuera en bici ni que jugara al f¨²tbol, pero yo me rebelaba".

A partir de entonces, completamente sordo y medio ciego, tuvo que abandonar los estudios y comenz¨® a echar una mano en la tienda de su padre. Aunque muy poco dado a la autocompasi¨®n, se refiere a aquella ¨¦poca, en la que empezaba a interesarse por las chicas, con cierto desgarro. Se recuerda viendo pasar a la gente al otro lado del escaparate de la tienda, mientras sus amigos permanec¨ªan en el colegio. Finalmente, dada la frecuencia de los viajes a Barcelona, la familia decidi¨® trasladar su negocio a esta ciudad, donde Daniel comenz¨® los estudios de delineante y decoraci¨®n (ambos a distancia), sin terminar ninguno por los problemas relacionados con la vista. S¨ª logr¨® sacar adelante, en cambio, los de grabaci¨®n de datos. Una vez aceptadas sus limitaciones, y en un intento por adaptarse a las circunstancias reales, empez¨® a frecuentar la asociaci¨®n de sordos y a aprender la lengua de signos en compa?¨ªa de sus hermanos.

En la asociaci¨®n hace nuevos amigos con quienes va de excursi¨®n y practica el monta?ismo. De aquel tiempo, que discurr¨ªa despacio, recuerda el gusto por los largos paseos. A veces entraba en librer¨ªas donde permanec¨ªa horas (una de sus frustraciones es no haber podido estudiar Filosof¨ªa y Letras), aunque raramente pod¨ªa comprar un libro. Desde el punto de vista sentimental, la situaci¨®n era de desastre. Conserva de s¨ª la imagen de una persona divertida, pero con dificultades para atraer a las chicas, que se asustaban ante el problema de la sordera, acentuado por unas gafas de 25 dioptr¨ªas.

A los 23 a?os conoci¨® a Asun, una chica oyente de su pueblo y amiga de su hermana menor, con la que se casar¨ªa cuatro a?os m¨¢s tarde. Dice que hac¨ªan una excelente pareja, aunque los dos ten¨ªan un car¨¢cter muy fuerte. Entretanto, la ceguera, pese a las operaciones sucesivas, fue avanzando, de modo que a los 32 a?os ya no ve¨ªa m¨¢s que luz y unos meses m¨¢s tarde era ciego total. As¨ª las cosas, el matrimonio decidi¨® volver a Badajoz, pues la vida en una gran ciudad, dadas las circunstancias, resultaba insoportable.

Atrapado dentro de su cuerpo, sin ver ni o¨ªr absolutamente nada, comenz¨® a leer mucho en braille y mediante una suerte de esc¨¢ner capaz de traducir a este idioma cualquier texto, incluido el del peri¨®dico. Como no soportaba la inactividad, aprendi¨® tambi¨¦n a cocinar y a realizar tareas dom¨¦sticas. Cada d¨ªa se propon¨ªa nuevos retos, como arreglar una l¨¢mpara o colgar un cuadro. Cuando se le acabaron los retos caseros, empez¨® a marcarse desaf¨ªos externos, siempre con la ayuda de Asun, con quien empez¨® a frecuentar la ONCE. Por aquella ¨¦poca aprendi¨® a leer y escribir en ingl¨¦s, y dio alguna conferencia sobre la sordoceguera en Badajoz (su habla todav¨ªa era inteligible).

El 1985 fue un a?o decisivo, pues la ONCE le pag¨® la asistencia a la primera Conferencia Europea de Sordociegos, donde descubri¨® el mundo de los gu¨ªas int¨¦rpretes, especialistas que act¨²an de enlace entre los sordociegos y el mundo exterior. All¨ª se hizo una pregunta clave: "Si otros pueden, ?por qu¨¦ yo no?". Elabor¨® entonces un proyecto de atenci¨®n para las personas sordociegas que la ONCE acept¨®, lo que implicaba trasladarse a Madrid y comenzar una vida nueva, laboralmente activa. Tal horizonte llen¨® de optimismo al matrimonio, que decidi¨® tener un hijo. El embarazo y el parto discurrieron sin problemas, pero el ni?o falleci¨® a los dos d¨ªas de nacer. "Nunca", me contar¨ªa Daniel, "pudimos explicarnos esta tragedia".

Una vez en Madrid, y con Asun convertida ya en su gu¨ªa int¨¦rprete, se dedicaron en cuerpo y alma al trabajo. El programa fue creciendo dentro de la ONCE, pero la relaci¨®n entre ellos se deterior¨®, posiblemente, dice, por el hecho de trabajar juntos y de llevarnos los problemas y las tensiones a casa. El caso es que se divorciaron y ella se march¨® a Inglaterra.

Tras valorar la posibilidad de regresar a Barcelona, donde viv¨ªan sus hermanos (sus padres ya hab¨ªan fallecido), Daniel, resuelto a sacar adelante el proyecto que le hab¨ªa conducido a Madrid, decidi¨® permanecer en esta ciudad, pese a no conocer a nadie en ella. Alquil¨® un apartamento de soltero cerca del Centro de Recursos Especiales Educativos de la ONCE, donde trabajaba, e intent¨® llevar una vida normal. Del apartamento al centro de recursos empleaba 20 minutos, que recorr¨ªa cada d¨ªa dos veces, una de ida y otra de vuelta, con la ayuda exclusiva del bast¨®n. Las personas ciegas se orientan especialmente a trav¨¦s del o¨ªdo. Los sordociegos, en cambio, s¨®lo cuentan con el tacto. Excepcionalmente sensible a los est¨ªmulos externos relacionados con este sentido, a veces se guiaba por el roce del Sol en la cara. A primera hora de la ma?ana, sab¨ªa que el Sol se encontraba al Este, de forma que si se extraviaba, lo buscaba con su rostro. Para personas como Daniel, el Sol es de una gran ayuda excepto al mediod¨ªa, cuando se encuentra en el cenit. Al llegar a los sem¨¢foros, sacaba del bolsillo una "cartulina de comunicaci¨®n" que colocaba en alto y en la que pon¨ªa: "No oigo ni veo. Si puede ayudarme a cruzar, ag¨¢rreme de este brazo. Gracias". Siempre lleva encima varias tarjetas de este tipo, una para cada situaci¨®n. No es raro que la gente, mientras le ayuda a subir al autob¨²s o a cruzar la calle, le hable. Yo mismo, durante el tiempo que pas¨¦ con ¨¦l, pod¨ªa aceptar que estuviera sordo, o que estuviera ciego, pero no me acostumbraba a que tuviera los dos problemas al mismo tiempo. De otro lado, la ceguera es, en la mayor¨ªa de los casos, una carencia evidente, pero no hay ning¨²n indicador externo de la sordera. A veces, en los pasos de cebra, que suele cruzar solo, levantando el bast¨®n para avisar a los automovilistas, se acercan a ¨¦l personas que le preguntan si pueden ayudarle y que, al no recibir respuesta, le toman por un maleducado.

Del olfato recibe una ayuda relativa, pues el olor, dice, deja de percibirse cuando es siempre el mismo. "La ¨²nica forma de averiguar si he llegado realmente a mi casa", a?ade, "es ver si encaja la llave". Me cuenta, sin embargo, que en una ocasi¨®n se perdi¨® y percibi¨® un olor a caf¨¦ procedente de un bar en el que entr¨® y, con una de sus "tarjetas de comunicaci¨®n", pidi¨® que llamaran a Yolanda de los Santos, su actual gu¨ªa int¨¦rprete, para que fueran a buscarle.

Despu¨¦s de un tiempo de soledad, conoci¨® a Helen, que trabajaba como gu¨ªa int¨¦rprete y que sab¨ªa ingl¨¦s, por lo que era perfecta para echarle una mano en las reuniones internacionales, a las que acud¨ªa ya con alguna frecuencia. La relaci¨®n laboral evolucion¨® y acabaron enamor¨¢ndose. Tras vivir juntos un tiempo de prueba, se casaron por lo civil. Las cosas al principio no fueron f¨¢ciles, porque Daniel hab¨ªa cogido durante la ¨¦poca en la que vivi¨® solo una fuerte depresi¨®n que le condujo a la bebida, si bien asegura con iron¨ªa que se emborrach¨® por primera vez a los 40 a?os. Cuando las cosas mejoraron, hacia 2001, decidieron tener un hijo "sin miedo". En el momento del parto, Daniel permaneci¨® en el quir¨®fano con un gu¨ªa int¨¦rprete que deletreaba sobre la palma de su mano cuanto ocurr¨ªa fuera. Dice que fue muy emocionante y que la ni?a ha reforzado mucho su relaci¨®n con Helen, cuyo und¨¦cimo aniversario celebraron recientemente.

Natalia naci¨® en abril de 2002. Es una cr¨ªa activa, guapa, muy seductora, que, como me explica su madre, es m¨¢s consciente del riesgo que las ni?as de su edad. Sabe, por ejemplo, que en su casa jam¨¢s debe haber cajones abiertos, o juguetes por el suelo, porque representan un peligro para su padre.

"Cuando era m¨¢s peque?a -a?ade Daniel-, jug¨¢bamos al escondite, pero yo, claro, no la encontraba nunca, as¨ª que lo tuvimos que dejar, pero no fue f¨¢cil explicarle por qu¨¦. Ahora ya sabe que me tiene que tocar para que yo sepa que est¨¢ ah¨ª.

Ha comprendido la situaci¨®n.

"Un d¨ªa -apostilla Helen- se llev¨® al colegio fotos de un viaje de Daniel a Australia y explic¨® a toda la clase c¨®mo era su padre. "Mi padre", dijo, "no ve ni oye, pero puede tocar canguros y koalas, y as¨ª sabe c¨®mo son". Sus compa?eros se quedaron muy impresionados.

Me contaban todo esto mientras desayun¨¢bamos en su casa, situada en un barrio de las afueras de Madrid, ciudad que ¨¦l no ha visto nunca ni cuyos sonidos ha escuchado jam¨¢s, puesto que lleg¨® a ella cuando hab¨ªa perdido ambos sentidos. Un poco antes del desayuno, mientras Helen y Natalia iban y ven¨ªan de la cocina disponiendo la mesa, Daniel y yo hab¨ªamos permanecido sentados el uno al lado del otro algo violentos, me parec¨ªa a m¨ª, por la situaci¨®n. Yo carraspeaba de vez en cuando para que me tuviera localizado, aunque inmediatamente ca¨ªa en la cuenta de que no pod¨ªa o¨ªrme. Entonces, realizaba alg¨²n movimiento en apariencia casual para rozar mi brazo con el suyo, de modo que supiera que me encontraba junto a ¨¦l. Natalia aparec¨ªa corriendo con las tostadas o las tazas y desaparec¨ªa a la misma velocidad. A veces, al depositar los objetos sobre la mesa, rozaba el cuerpo de Daniel, que alargaba su mano en un intento de atrapar la de la ni?a, que se le escurr¨ªa entre los dedos como un pez. Mientras desayun¨¢bamos, Helen tecleaba sobre la palma de la mano del sordociego cuanto yo comentaba y me traduc¨ªa sus respuestas, todo ello sin dejar de desayunar. Daba la impresi¨®n de poseer cuatro manos en vez de dos, o seis, si pensamos que tambi¨¦n ten¨ªa que atender con alguna frecuencia a los requerimientos de Natalia. Les pregunt¨¦ c¨®mo discut¨ªan, pues no era capaz de imaginarme a la pac¨ªfica Helen escribiendo con furia un improperio sobre la palma de la mano de su marido. Se tomaron la pregunta con humor y Daniel a?adi¨® que ¨¦l, al no ver ni o¨ªr, ten¨ªa ventaja en las peleas conyugales.

Tras el desayuno, Daniel sali¨® a la terraza a fumar un cigarrillo. Comenzaba un amanecer que ¨¦l no ve¨ªa, al tiempo que desde el fondo de la calle llegaba un ajetreo de autom¨®viles que ¨¦l no escuchaba. Mientras Helen y Natalia recog¨ªan la mesa, yo observaba al sordociego desde el sal¨®n, fascinado por su hermetismo, intentando ponerme en sus zapatos. Pens¨¦ en su cuerpo como en un ascensor sin puertas y tuve una ligera reacci¨®n claustrof¨®bica. ?l, ajeno a mi presencia, como una isla en medio del mundo, se llevaba el cigarrillo pausadamente a la boca, se tragaba el humo y lo expulsaba con la elegancia con la que en general realiza todos sus actos.

Aunque en negociados distintos, Daniel y su mujer trabajan en el mismo centro de la ONCE, al que acuden juntos en el coche cada ma?ana, despu¨¦s de que Helen haya dejado a la ni?a en el colegio, que est¨¢ muy cerca de la casa. Por la tarde, ¨¦l regresa solo en el autob¨²s, pues no quiere perder la autonom¨ªa y la libertad conquistadas a lo largo de los ¨²ltimos a?os. Aquel d¨ªa acompa?amos todos a Natalia al colegio y luego cogimos el coche. Helen conduc¨ªa con la mano izquierda, mientras que con la derecha traduc¨ªa sobre la mano de Daniel, que iba a su lado, mis comentarios y le pon¨ªa al corriente de las incidencias del tr¨¢fico. Le pregunt¨¦ por sus recuerdos auditivos y me respondi¨® que, aunque eran muy vagos, a veces fantaseaba con la idea de recuperar el o¨ªdo e imaginaba con emoci¨®n la posibilidad de escuchar m¨²sica.

"Mi padre -dice- ten¨ªa muy buena voz y cantaba en el coro de la iglesia. Yo estaba siempre all¨ª, y es lo ¨²nico que recuerdo.

En cuanto a su memoria visual, la recupera sobre todo en los sue?os. Cuando sue?a, ve a las personas con el rostro que ten¨ªan antes de que ¨¦l perdiera la vista, hace ya m¨¢s de veinte a?os. A su mujer y a su hija no las ha visto nunca, de modo que cuando sue?a con ellas, no consigue distinguir su rostro. Ve caras borrosas.

"Cuando ve¨ªa -a?ade-, era un buen fisonomista y me bastaba ver a la gente una vez para reconocerla. Hacerse idea de c¨®mo es una persona con s¨®lo darle la mano no es f¨¢cil. No obstante, yo puedo percibir a trav¨¦s de la mano algunas emociones. Tambi¨¦n soy capaz de calcular la estatura y la complexi¨®n de quien me saluda.

Esa ma?ana visit¨¦, en compa?¨ªa de Daniel y de Yolanda de los Santos, su gu¨ªa int¨¦rprete, una unidad de escolarizaci¨®n de ni?os sordociegos (algunos de ellos, cong¨¦nitos) dependiente de la Unidad T¨¦cnica de Sordoceguera de la ONCE, de la que es responsable el protagonista de estas l¨ªneas. Hab¨ªa seis o siete ni?os atendidos casi por el mismo n¨²mero de profesoras, pues la atenci¨®n debe ser pr¨¢cticamente individualizada. Cuando les comunicaron nuestra presencia, se levantaron para tocarnos. Resultaba evidente la naturalidad con la que se dejaba tocar Daniel y la barrera involuntaria con la que se encontraban al acercarse a m¨ª, cuya rigidez sin duda percib¨ªan. Evoqu¨¦ con sentimiento de culpa un texto del propio Daniel seg¨²n el cual el uso constante del tacto para obtener informaci¨®n del entorno es fundamental, pues desarrolla en estas personas h¨¢bitos nerviosos, cerebrales y musculares que mejoran la capacidad de acceso a la realidad, llena de espacios vac¨ªos, de agujeros, provocados por la falta del o¨ªdo y de la vista.

Cuando estos ni?os tienen alg¨²n resto auditivo o visual, por peque?o que sea, se le saca el m¨¢ximo partido. Me explicaron que lo fundamental era establecer la comunicaci¨®n con ellos, no importaba c¨®mo. Una vez establecida esa comunicaci¨®n, se les pod¨ªa ir dirigiendo poco a poco hacia una ense?anza reglada.

"Los sordociegos de nacimiento -insistir¨ªa Daniel- aprenden a base de tocar, tocar y tocar el mismo objeto muchas veces. Cuanto m¨¢s tarde nos llegan, m¨¢s dif¨ªcil es su recuperaci¨®n. No es raro, por otra parte, que los lleven a colegios de deficientes mentales, lo que es un modo de determinarles para el resto de su vida.

Pasamos la ma?ana visitando las distintas dependencias de la unidad y luego nos fuimos a comer. A la comida se incorpor¨® tambi¨¦n Helen. Daniel se sent¨® entre Yolanda de los Santos y su mujer, que se turnaban para explicarle, una en cada mano, c¨®mo era el restaurante y nuestra situaci¨®n en ¨¦l. Helen, para ejemplificar el rechazo que la diferencia, en general, provoca en los otros, cont¨® que a su abuelo, cuando tuvo noticias de su boda con Daniel, lo primero que se le ocurri¨® fue que se casaba con un cad¨¢ver. En cuanto a su hermana, pens¨® que iba a ser un hombre calvo, barrig¨®n y feo. Todo ello contribuy¨® a que no fuera una decisi¨®n f¨¢cil. Me hizo notar tambi¨¦n que no es lo mismo querer a alguien que convivir d¨ªa a d¨ªa con la sordoceguera. Por eso vivieron juntos un a?o antes de pasar por el juzgado.

"Aun as¨ª -a?ade-, perdimos algunos amigos por el camino, porque yo me negu¨¦ a ser s¨®lo su int¨¦rprete. Quien quiera comunicarse con Daniel, ha de hacerlo directamente con ¨¦l.

"Pero t¨² eres un poco rara, ?no?" -me atrevo a apuntar.

"Quiz¨¢ s¨ª. A veces, cuando vamos juntos a recoger a Natalia al cole, algunos padres se apartan. Por lo general, pienso que ellos se lo pierden, pero lo cierto es que a veces me siento una isla con ¨¦l.

Mientras hablo con Helen, Yolanda traduce a Daniel nuestra conversaci¨®n. No dejan un solo segundo de informarle de cuanto ocurre fuera de ¨¦l, ya sea que ha venido el camarero para preguntar si todo est¨¢ bien o lo que hay en el plato de cada uno. Quince segundos sin tocarle son 15 segundos de aislamiento absoluto, de vac¨ªo. Daniel, por otra parte, es un conversador muy activo. Me cuenta que en EE UU y los pa¨ªses n¨®rdicos hay comunidades de sordociegos donde todo est¨¢ preparado para que lleven una vida normal, aut¨®noma, de modo que lo mismo acuden al supermercado que a los centros de reuni¨®n completamente solos. En Espa?a no existe ninguna comunidad de ese tipo, lo que, a?adido al problema de que se trata de colectivo muy disperso, hace las cosas m¨¢s dif¨ªciles. En esto, observo que Yolanda escribe sobre su mano algo que no se corresponde con lo que hablamos.

"Le acabo de decir -me explica- que tiene el carpaccio en las nueve menos cuarto.

En su c¨®digo, el plato est¨¢ dividido en las mismas partes que un reloj, por lo que basta que le indique una hora para que ¨¦l localice la comida. De todos modos, Daniel no necesita ayuda para comer. Se relaciona perfectamente con todos los utensilios. Encuentra la copa o el pan sin dificultad, rastreando sutilmente el mantel con la punta de los dedos. Yolanda me explicar¨ªa m¨¢s tarde que se trata de una persona exquisita en sus habilidades sociales. Su grado de autonom¨ªa es muy alto en todos los ¨®rdenes de la vida cotidiana. Cuando viajan, por ejemplo, tras explorar juntos la habitaci¨®n del hotel y el cuarto de ba?o, para que se haga una idea espacial del lugar en el que se encuentra, se queda solo y es muy raro que necesite la ayuda de su gu¨ªa int¨¦rprete. Nunca, en los numerosos viajes que han realizado juntos, ha ocurrido nada digno de rese?ar, excepto una vez que se lav¨® la cabeza con el suavizante del pelo.

Despu¨¦s de la comida, y tras resolver alguna cuesti¨®n de ¨²ltima hora en el despacho, Daniel dio fin a su jornada laboral y emprendi¨® el regreso a casa seguido a cierta distancia por m¨ª, que quer¨ªa ver c¨®mo se manejaba solo en la calle. (Conviene a?adir que durante los ¨²ltimos dos meses, y debido a unas obras llevadas a cabo en su domicilio, Daniel y familia hab¨ªan vivido en un apartamento de alquiler situado en otro barrio. Aquel viaje era, pues, el primero que realizaba tras esa larga ausencia).

En alguna ocasi¨®n me hab¨ªa comentado que era "r¨¢pido, pero prudente", lo que comprob¨¦ mientras observaba su forma de moverse por las calles, tanteando el terreno con el bast¨®n, que utilizaba como una terminaci¨®n nerviosa de s¨ª mismo. En los pasos de cebra lo levantaba, coloc¨¢ndolo de forma perpendicular a su cuerpo, y, tras esperar unos segundos, cruzaba. En los sem¨¢foros, sacaba una tarjeta de comunicaci¨®n y esperaba a que alguien lo tomara del brazo para llevarle al otro lado. Alcanz¨® as¨ª, sin problemas, la parada del autob¨²s, cuyos alrededores explor¨® antes de colocarse bajo la marquesina. A continuaci¨®n sac¨® una tarjeta que sostuvo durante unos segundos a la altura de su cabeza y en la que pon¨ªa: "Sordociego. Ay¨²deme a subir. Bus 174". Al poco, una se?ora le toc¨® el brazo en se?al de que hab¨ªa establecido contacto con el exterior. Daniel guard¨® la tarjeta y esper¨® pacientemente la llegada del autob¨²s, cuyo conductor, que le conoc¨ªa, dijo a la se?ora que le hab¨ªa ayudado a subir: "No ve ni oye. Tiene m¨¦rito".

El sordociego ocup¨® un asiento libre cerca del conductor y yo me situ¨¦ unos metros detr¨¢s de ¨¦l, tomando nota de su imperturbabilidad, de su saber estar, de su aplomo. Se desenvolv¨ªa sin miedo (sin p¨¢nico, cabr¨ªa decir) a que en las tarjetas de comunicaci¨®n no hubiera en realidad nada escrito, o a que la parada del autob¨²s estuviera vac¨ªa, o a que al avanzar el pie, en lugar de encontrar el suelo, hallara un abismo" En el entorno del sordociego, me explicar¨ªa, suceden constantemente cosas en las que est¨¢ implicado sin saberlo. En cierta ocasi¨®n, y por culpa de la entrada de un garaje cuya ausencia de acera le despist¨®, acab¨® en medio de la calle, rodeado de coches que, seg¨²n le contaron despu¨¦s, no hac¨ªan m¨¢s que pitar.

"Para alcanzar un m¨ªnimo de autonom¨ªa -dice- se necesita tener un gran control sobre uno mismo, serenidad, capacidad de deducci¨®n y de resoluci¨®n de problemas, y mucho sentido pr¨¢ctico.

Provisto de esas cualidades, que son el resultado de una conquista personal, Daniel se levanta cada d¨ªa de la cama, se asea, elige la ropa (le preocupa mucho la combinaci¨®n de colores) y se enfrenta con una elegancia sorprendente a una dura jornada de trabajo que es tambi¨¦n (o me lo parece a m¨ª) una dura jornada existencial. Un d¨ªa le pregunt¨¦ si hab¨ªa precisado en alguna ocasi¨®n ayuda psicol¨®gica. Me respondi¨® que tratara de imaginar a una persona que ni ve ni oye frente a alguien que trabaja fundamentalmente con la palabra. Maldici¨®n, me dije, otra vez hab¨ªa olvidado que el problema de Daniel era doble. Aun as¨ª, a?adi¨® que fue, en efecto, a un psic¨®logo tras la disoluci¨®n de su primer matrimonio, pero no pudo resistir mucho tiempo porque ten¨ªa que acudir, l¨®gicamente, con un gu¨ªa int¨¦rprete, lo que hac¨ªa casi imposible el tipo de comunicaci¨®n personal que debe establecerse en tales consultas. Me cont¨® tambi¨¦n que era muy dif¨ªcil encontrar sordociegos sin tratamientos antidepresivos o sedantes, sobre todo si no llevaban una vida muy activa. "Tengo la vaga duda", a?adi¨®, "de si mi m¨¦dico oftalm¨®logo a?ad¨ªa al tratamiento de los ojos alg¨²n calmante para paliar mi angustia en los tiempos de mis operaciones". En general, Daniel rechaza los antidepresivos porque le hacen sentir raro, como si fuera otra persona. Sospecha, por otra parte, que la pasividad de muchos sordociegos proviene de este tipo de tratamientos, aunque se trata de un colectivo con el que es muy dif¨ªcil realizar estad¨ªsticas.

En esto, llegamos a su parada, porque Daniel se levant¨® y se coloc¨® cerca de la puerta. Lo segu¨ª y bajamos en un lugar completamente desconocido para m¨ª y donde adem¨¢s no hab¨ªa un alma. Sin ser de noche, la tarde ten¨ªa ya ese tono turbio que precede a la oscuridad. El sordociego tante¨® con la punta del bast¨®n los l¨ªmites de la marquesina del autob¨²s y fue a tropezar con un contenedor de zapatos viejos que tapaba casi toda la acera y cuya presencia me pareci¨® que le extra?aba (quiz¨¢ lo hubieran colocado a lo largo de esos dos meses que hab¨ªa vivido en otro barrio). El caso es que el contenedor, deduje yo, lo desvi¨® de su rumbo y comenz¨® a errar peligrosamente de un lado a otro. Se me hab¨ªa dicho que no me acercara a ¨¦l a menos que se encontrara en una situaci¨®n dram¨¢tica, pero mir¨¦ a mi alrededor y, al no ver a nadie capaz de ayudarle, me aproxim¨¦ y tom¨¦ su mano, en cuya palma escrib¨ª con mi dedo ¨ªndice: "Te has desorientado". Daniel asinti¨®, a?adiendo que llevaba mucho tiempo sin hacer ese camino. Lo conduje de nuevo a la marquesina, cuyos alrededores explor¨® en esta ocasi¨®n con m¨¢s detenimiento para tomar al fin el camino correcto. Cuando lleg¨® al portal de su casa, me acerqu¨¦ de nuevo a ¨¦l, le toqu¨¦ y nos dimos un abrazo de despedida a lo largo del cual yo pronunci¨¦ absurdamente unas palabras.

M¨¢s informaci¨®n: p¨¢ginas web de la Asociaci¨®n de Sordociegos de Espa?a (www.asocide.org) y de la ONCE (www.once.es).

Juan Jos¨¦ Mill¨¢s se acerca a las peripecias cotidianas de Daniel ?lvarez, presidente de la Asociaci¨®n de Sordociegos de Espa?aV¨ªdeo: Juan Jos¨¦ Mill¨¢s, ?lvaro de la R¨²a, Beatriz Rubio

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Sobre la firma

Juan Jos¨¦ Mill¨¢s
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, adem¨¢s del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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