El mundo por montera

Es indiscutible que las canciones de Javier Krahe gozan de un poderoso hilo narrativo, que las enhebra con el punzante bistur¨ª de una iron¨ªa capaz de atrapar tanto a ne¨®fitos como a los ya iniciados en su culto. S¨®lo as¨ª se explica que el cantautor madrile?o mantenga en vilo y en silencio a toda la audiencia de una sala completamente atestada, desbordada y de visibilidad muy reducida. De hecho, una pantalla instalada en lo alto de una pared era la ¨²nica agarradera visual para todos aquellos rezagados que, al fondo del recinto, ya ni llegar¨ªan a otear el escenario. Mientras, el incorregible Krahe iba a lo suyo: con ambas manos ocupadas por cubata y cigarrillo y la boca llena de humeantes divagaciones plenas de sorna sobre lo divino y lo humano. Y con un acompa?amiento musical tan austero como el propio veh¨ªculo del que se sirve, una canci¨®n din¨¢mica y sencilla que s¨®lo se aparta del patr¨®n brassensiano en alguna descacharrante escapada al terreno de la tarantell -Gracias, canci¨®n- o incluso al del quattrocento italiano -Piero Della Francesca-. En honor a la verdad, no necesita m¨¢s, ya que su taimado arte para sacarle punta a los ataques de cuernos (Navalagamella, Vecindario), a la pulsi¨®n sexual (Eros y Civilizaci¨®n) o a todo aquello que le provoque cierto rechazo (Diente de ajo), entre mil cosas m¨¢s, es el argumento que mejor define sus magn¨¦ticas actuaciones. Largu¨ªsimas ceremonias -dos horas dur¨® la de Matisse- de sano compadreo en las que el acaparador y elaborado af¨¢n de sarcasmo, lejos de caer en la broma chusca, no hace m¨¢s que resaltar las cuitas absurdas del hombre moderno. Con el san¨ªsimo distanciamiento de alguien que, pasados los 60, cada vez se toma m¨¢s el mundo por montera. Y bien que hace.