Aldeas
Afirma en alg¨²n lugar Riszard Kapuscinski que en todas partes las gentes de la ciudad han despreciado a los campesinos y que as¨ª ha sido tambi¨¦n en Polonia, donde los habitantes de Varsovia s¨®lo han visto en los labriegos la mugre, la rudeza y la ausencia de modales. El juicio vale, desde luego, tambi¨¦n para describir la actitud de los gallegos, enojados tal vez consigo mismos por proceder, en una muy amplia mayor¨ªa, de or¨ªgenes rurales. Fuera de venerables intelectuales galleguistas como Don Ram¨®n Otero Pedrayo, que hizo de la aldea objeto de reflexiones muy sutiles y llenas de empat¨ªa, lo normal entre nosotros ha sido denostar con gran vehemencia, hasta llegar a lo m¨®rbido, la vida del campo.
Pero lo cierto es que Galicia se ha desagrarizado a una velocidad de v¨¦rtigo. De hecho, los historiadores sugieren que ha sido el pa¨ªs europeo en el que se ha consumado ese proceso de una manera m¨¢s r¨¢pida. Hemos pasado de ser un pueblo cuya columna vertebral eran los peque?os propietarios agr¨ªcolas a ser un pa¨ªs capitalista corriente y moliente, con una gran mayor¨ªa de la poblaci¨®n que vive del trabajo asalariado. Aunque mucha gente todav¨ªa identifica la vida dura y dif¨ªcil, la vida pobre, con el campo, lo cierto es que la pobreza del pa¨ªs es m¨¢s probable que vaya a tener lugar, o que ya est¨¦ teniendo lugar, en los barrios populares de nuestras ciudades.
Ese hecho tiene muchas implicaciones. Aunque todav¨ªa se sigue repitiendo ritualmente que en Galicia se sit¨²an la mitad de las entidades de poblaci¨®n de toda Espa?a, lo cierto es que muchas de ellas son ya poco m¨¢s que nombres en un mapa. Las fiestas, verbenas y romer¨ªas mediante las que cada parroquia conmemoraba a su santo han ido perdiendo su enjundia poco a poco. Hoy son ya poco m¨¢s que im¨¢genes en la retina poco a poco sustituidas por la movida de las zonas de copas. Xaqu¨ªn Alvarez Corbacho ha sugerido que ser¨ªa conveniente reducir el n¨²mero de concellos, por motivos de eficacia y ahorro, aunque ello pueda chocar con la mentalidad y los afectos de muchos de sus habitantes.
No hay ni que decir que el Banco de Tierras, la iniciativa que est¨¢ llevando a cabo la Conseller¨ªa de Medio Rural, es un hito m¨¢s en el proceso de progresiva capitalizaci¨®n de nuestro campo. No hay que ser un lince para entender que no es s¨®lo que las explotaciones que sobrevivieron a la reconversi¨®n salvaje de nuestro campo que tuvo lugar en los ¨²ltimos 30 o 40 a?os han de ser, por fuerza, saneadas y dotadas de cierta rentabilidad. Adem¨¢s, la explotaci¨®n de la madera a cargo de grandes propietarios, el ¨¦xito relativo de nuestros vinos -que a¨²n tienen un gran recorrido por delante-; las canteras de granito, tan agresivas para el paisaje y a veces ilegales, o una Coren que no cesa, extendiendo sus propiedades, dibujan una escena de nuestro campo muy distinta a la tradicional en la que el dinero ha entrado con mucha fuerza.
Pero tal vez la ecuaci¨®n m¨¢s complicada de resolver es la que afecta al cambio de actitudes y de mentalidad. Las aldeas ?est¨¢n desapareciendo o simplemente han cambiado de lugar? No puede caber duda de que la aldea ha de buscarse hoy m¨¢s bien en los barrios de nuestras ciudades, en los catedr¨¢ticos de econom¨ªa, los empresarios del metal, las se?oras de la limpieza, los vendedores del Corte Ingl¨¦s y, por supuesto, los miembros del Parlamento. Es all¨ª d¨®nde hay que intentar localizar los gestos, los automatismos, todo el material gen¨¦tico incorporado a una cultura y una forma de vida que no puede evaporarse en el transcurso de una sola generaci¨®n sin dejar rastro.
La aldea ha marcado el comp¨¢s de la vida del pa¨ªs para un gran porcentaje de gallegos desde hace casi 2.000 a?os, desde la ¨¦poca del reino suevo, en que el obispo de Braga, Marti?o de Dumio, elabor¨® el parrochiale suevum. En ese sentido, los ¨²ltimos a?os est¨¢n marcando una transformaci¨®n no s¨®lo hist¨®rica y econ¨®mica, sino, si la palabra no fuese tan ambigua, antropol¨®gica. Est¨¢n emergiendo nuevos tipos de gallegos antes desconocidos como producto de nuevas hibridaciones sociales. Se observan nuevos tipos humanos m¨¢s decididos, pero tal vez de menor capacidad para el humor negro y el sarcasmo.
La mentalidad de nuestros campesinos, que tal vez hemos heredado, estaba forjada por dos factores: la debilidad de su posici¨®n social y la dureza de sus condiciones de vida. De lo primero se derivaba una tendencia a guardar el equilibrio, a la ambig¨¹edad y, en definitiva, una proclividad al pacto, dados los costes que tendr¨ªa una afirmaci¨®n excesiva frente a aquellos de los que depend¨ªa. De lo segundo una tensi¨®n que a veces se resolv¨ªa en explosiones de violencia o de crueldad.
Existe el equ¨ªvoco que hace de Galicia un pa¨ªs blando. Hay poco de cierto en ello. El nuestro es una tierra de gentes que vienen de honduras hist¨®ricas en las que lo que precisamente no era posible era la dulzura.
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