Eleg¨ªa por el 'western'
En el cine de los Coen late un profundo conocimiento de las m¨¢s diversas voces de la cultura americana, que, a menudo, se expresa en forma de pista falsa, juego culterano o trampa para los cr¨ªticos: en El hombre que nunca estuvo all¨ª (2001) jugaron a despojar el universo de James M. Cain de su motor primordial -la pasi¨®n, la genitalidad-; en la monumental O Brother! (2000) bautizaron a un secundario con el nombre de Vernon T. Waldrip para delatar que su inspiraci¨®n no estaba en Homero, sino en Howard Waldrop -el escritor que hab¨ªa recreado los trabajos de H¨¦rcules en clave sure?a en A dozen tough jobs (1989)-; y en Barton Fink (1991) convocaron los espectros de Nathaniel West, Scott Fitzgerald, Faulkner y Clifford Odets para dramatizar su bloqueo durante la escritura de Muerte entre las flores (1990), donde la prosa de Hammett les sirvi¨® como base.
NO ES PA?S PARA VIEJOS
Direcci¨®n: Joel y Ethan Coen.
Int¨¦rpretes: Tommy Lee Jones, Javier Bardem, Josh Brolin, Kelly McDonald, Woody Harrelson.
G¨¦nero: western.EE UU, 2007.
Duraci¨®n: 122 minutos
El encuentro entre los Coen y Cormac McCarthy en esta pel¨ªcula con esp¨ªritu y estructura de cruce de caminos no es, por tanto, un desv¨ªo en una filmograf¨ªa casi siempre sorprendente, sino, en cierto sentido, una consecuencia l¨®gica. O una colisi¨®n anunciada: antes de abordar su d¨ªptico fr¨ªvolo -Crueldad intolerable (2003) y Ladykillers (2004)-, los Coen movieron un proyecto radical, una adaptaci¨®n de la novela Hacia el mar blanco (1993), de James Dickey -autor de Deliverance (1970)-, en forma de pel¨ªcula sin di¨¢logos. Algo sobrevive en esta mod¨¦lica adaptaci¨®n de No es pa¨ªs para viejos de McCarthy: en ambos casos, el reto consist¨ªa en mantenerse fieles a un texto a partir de la articulaci¨®n de un lenguaje visual, una equivalencia cinematogr¨¢fica del laconismo evocador, po¨¦tico y casi m¨ªstico de unas obras donde los personajes hablan a trav¨¦s de sus acciones y no de su psicolog¨ªa.
En la novela de McCarthy, el lector s¨®lo accede al universo interior de los personajes a trav¨¦s de los espaciados mon¨®logos del sheriff Bell, personaje interpretado en la pantalla por Tommy Lee Jones. El resto es acci¨®n, movimiento, azar, fatalismo y, en todo caso, concisos di¨¢logos cortados a cuchillo, pero la sensaci¨®n que, poco a poco, se apodera del lector es la de estar asistiendo al desarrollo de un proceso espiritual. McCarthy habla del ocaso de la ¨¦tica del cowboy y de la emergencia de su sustituto evolutivo: la (a)moralidad del depredador, arbitraria, implacable y ocasionalmente funcional en la jungla corporativa.
Con una depurad¨ªsima caligraf¨ªa visual que logra hacer hablar hasta a las piedras -y a las rayas que las botas de un polic¨ªa estrangulado dejan sobre el lin¨®leo-, los Coen se han convertido en los mejores traductores de McCarthy. Su pel¨ªcula no es un western crepuscular, sino un poswestern: lo que queda cuando el western -entendido como una moral y una ¨¦pica- ha dejado de existir. Los cineastas han sido m¨¢s el¨ªpticos que el escritor, han hecho justificados recortes y han logrado que un reparto excepcional logre el milagro de transustanciar una abstracci¨®n en materia, en carne palpable.
Babelia
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