Falsas amistades
La memoria, facultad indispensable para conocer el futuro, tambi¨¦n ayuda a equivocarse a la hora de interpretar la realidad. Algunas amistades formales se basan en un equ¨ªvoco de significados. Las declaraciones de Miguel Arias Ca?ete, responsable de econom¨ªa del Partido Popular, invitan a recordar el malhumor de los antiguos se?oritos andaluces. Ese modo de despreciar al servicio y de lamentar la p¨¦rdida de unos camareros diligentes, que entend¨ªan las ¨®rdenes con exactitud y no llenaban de errores sus bandejas o sus sonrisas, se parece mucho al orgullo amarillento de los se?oritos franquistas, acostumbrados a la obediencia temerosa, y enfadados al comprobar que la democracia iba cambiando las costumbres de una gente cada vez menos humillada, desde el campesino que trabajaba en su tierra hasta el guardia civil que le imped¨ªa cazar fuera de temporada. Pero basta recordar otras escenas para entender que en el racismo de Arias Ca?ete hay algo m¨¢s que las viejas herencias franquistas. Al escuchar sus cr¨ªticas sobre los inmigrantes ecuatorianos, que colapsan los servicios de urgencias de los hospitales p¨²blicos, cuesta poco trabajo recordar aquellos trenes andaluces cargados de emigrantes que necesitaban viajar al norte para huir de la pobreza. Hoy son las calles y las costas andaluzas las que se llenan de subsaharianos y latinoamericanos pobres en busca de un modo digno de vida. Algo muy importante ha cambiado, as¨ª que no podemos dejarnos enga?ar por las falsas amistades y creer que el Partido Popular representa una nostalgia franquista llamada a diluirse, como todas las nostalgias hist¨®ricas, con el paso de los a?os. Las mentiras de Arias Ca?ete responden a la nueva derecha que est¨¢ refundando sus valores y pelea con agresividad, en Europa y en los Estados Unidos, para imponer un futuro neoconservador sostenido por el mercantilismo radical, la mentira electoral institucionalizada y la desaparici¨®n de los servicios p¨²blicos y de la pol¨ªtica.
La moral franquista desapareci¨® en Espa?a antes de la muerte de Franco. Los espa?oles pudimos vivir en carne propia unas transformaciones vertiginosas que nos hicieron respirar de forma natural los aires de la libertad. Al ba¨²l de los recuerdos pasaron represiones clericales y humillaciones pol¨ªticas, que pod¨ªan mantenerse acartonadas en el escaparate oficial de alguna instituci¨®n, pero que perdieron su poder efectivo en el tejido social. El franquismo desapareci¨® de la sexualidad, de la cultura, del trato entre los jefes y los empleados y de la pol¨ªtica. Los ciudadanos aprendimos a vivir con orgullo y con dignidad, sin miedo a los poderes negros y a la represi¨®n oficial. A lo que asistimos ahora es a una refundaci¨®n de unos nuevos poderes oscuros, que ya no tienen nada que ver con el franquismo, sino con una derecha extrema neoconservadora. No son se?oritos andaluces, sino ejecutivos que quieren la esclavitud de una mano de obra ilegal, es decir, sin derechos, y que aspiran a que desaparezcan los amparos p¨²blicos para que los intereses privados y los contratos basura tengan las manos libres al hacer sus negocios. Arias Ca?ete no sabe lo que es una sala de urgencias llena de inmigrantes, porque visita a sus m¨¦dicos privados, pero es muy consciente de que el futuro que ¨¦l representa pasa por la destrucci¨®n del sistema p¨²blico de salud. La moral puritana que hoy arremete contra las libertades, desde la existencia de una sexualidad libre hasta el derecho a una muerte digna, tiene uno olor cada vez m¨¢s luterano. La hipocres¨ªa protestante ha sido siempre la moral propia de un capitalismo radical. Los obispos cat¨®licos se han puesto nerviosos porque ven que esta moral protestante los est¨¢ dejando fuera de juego y puede acabar incluso con sus privilegios econ¨®micos. Confieso que yo estoy preocupado tambi¨¦n. Ya me hab¨ªa acostumbrado a vivir en libertad.
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