Ecos de samba en R¨ªo de Janeiro
De barrio en barrio por la ciudad emblem¨¢tica de Brasil
De las 31 galer¨ªas de arte brasile?as que har¨¢n vibrar la feria Arco a partir del mi¨¦rcoles, ocho son cariocas. Una excusa para recorrer las calles, con sus colores y texturas, de una metr¨®poli inolvidable.
En las colinas de Santa Teresa, la burgues¨ªa del XIX alz¨® villas y plant¨® jardines desde los que bajaba en tranv¨ªa a sus despachos del centro. Conserva un dulce aire aportuguesado
Copacabana funciona como meridiano de R¨ªo y de Brasil entero: en el espacio y el tiempo. Su construcci¨®n marc¨® un antes y un despu¨¦s para la imagen de la ciudad y del pa¨ªs
Da gusto pasear por las callecitas asomadas a la bah¨ªa, ver el viejo casino varado sobre su playa como un buque fantasma y comer una 'picanha' excelente en la terraza del restaurante Garota da Urca
De puro famosas, hay ciudades desconocidas. Le pasa a R¨ªo de Janeiro: cristalizada en la retina del planeta en tres fotos fijas -el Cristo, la mulata samb¨®droma, los 4,5 kil¨®metros de arena de Copacabana- y por culpa o a pesar de eso poco vista. Durante la resaca de este carnaval temprano, R¨ªo se estar¨¢ palpando para ver si todas las calles siguen en su sitio y puede retomar su d¨ªa a d¨ªa. Es un buen momento para dar la vuelta a la tarjeta postal. No hace falta hablar de sus "secretos mejor guardados" ni lanzarse a buscar con lupa los rincones que "esconde". La esencia de su car¨¢cter es generosa y abierta: basta con tomarse algo de tiempo para pasearla y aceptar lo que ofrece a manos llenas.
Porque sorprende al reci¨¦n llegado lo mucho que se presta R¨ªo a un callejeo a la europea (la amenidad para el paseante quiz¨¢ sea lo que primero diferencia a una ciudad grande de una gran ciudad). Es a pie o en bici por su tupida red de ciclov¨ªas como mejor se va revelando la personalidad de sus barrios: de la solera de Flamengo a la calma belle ¨¦poque de Santa Teresa, del buen tono discreto de Urca al jaleo metropolitano del Centro y el lujo bot¨¢nico de las selvas y cataratas inesperadas en plena ciudad.
R¨ªo ofrece un men¨² tur¨ªstico b¨¢sico y bueno, la verdad. Pero tambi¨¦n se deja degustar a la carta. Recomiendo mucho la segunda opci¨®n: requiere saltarse un par de d¨ªas de playa y abreviar un par de noches de samba; pero con ciudades as¨ª -y nada m¨¢s llegar se entiende que hay pocas o ninguna como ¨¦sta en el mundo- es una pena quedarse sin probar un poco de todo.
Copacabana
Uno puede conformarse, por ejemplo, con patrullar arriba y abajo, ma?ana y tarde, la Orla de Copacabana. Uno sospecha, en realidad, que correr¨ªa el peligro de pasarse toda la vida haci¨¦ndolo, mir¨®n del show perpetuo de las aceras: se?oritas con sus tangas de hilo dental, deportistas cachas, pandillas de las favelas, jubilados con buena facha, gringos socarrados, escultores de arena, modistos de inc¨®gnito. Pero ser¨ªa una pena no volver los ojos hacia las fachadas art d¨¦co de su frente mar¨ªtimo: en el aerodin¨¢mico edificio Ypiranga est¨¢, por ejemplo, el ¨¢tico que Oscar Niemeyer -con predecible buen ojo- eligi¨® como estudio, y al que a sus 100 a?os sigue yendo todos los d¨ªas.
Tambi¨¦n da pena no asomarse a los pisos altos de alguno de sus hoteles para abarcar a vista de p¨¢jaro las aceras de la playa. S¨®lo entonces se entiende que dibujan en adoquines blancos y negros los dise?os de Carlos Burle Marx, el paisajista que tanto cambi¨®, a partir de los cincuenta, la fisonom¨ªa de R¨ªo.
Y ser¨ªa, en fin, una l¨¢stima no pagar los dos reales (unos 0,80 euros) que cuesta el ingreso al Fuerte de Copacabana para subirse a sus ca?ones y pasear por sus pretiles sobre el mar, a la sombra de los ¨¢rboles enormes.
Copacabana funciona como meridiano de R¨ªo y de Brasil entero: en el espacio y el tiempo. Su construcci¨®n marc¨® un antes y un despu¨¦s para la imagen de la ciudad y del pa¨ªs. Corr¨ªan los a?os treinta y Brasil flirteaba peligrosamente con Alemania e Italia, cuna de muchos de sus inmigrantes. La Pol¨ªtica del Buen Vecino estadounidense hizo mucho por inclinar la balanza en su favor y ayud¨® a cimentar una identidad nacional que fragu¨® en este barrio: el samba -ojo, siempre en masculino- como m¨²sica alegre y sensual, el turismo playero y de lujo, el tir¨®n hollywoodiense de Carmen Miranda, el m¨ªtico documental fallido de Orson Welles y hasta la visita de Walt Disney (que incluso se invent¨® un personaje ad hoc, el olvidable loro Z¨¦ Carioca).
Un paseo de norte a sur
Copa est¨¢ hoy algo venida a menos, y gusta m¨¢s a¨²n por eso. En su d¨ªa solidific¨® en piedra y cemento, y hoteles caros, el sue?o de un pa¨ªs que de repente se reconoci¨® -o quiso reconocerse- en ese espejo musical y eternamente soleado. Pero no se puede olvidar que para entonces R¨ªo ya llevaba un siglo siendo una gran capital industrial y financiera del continente (y bastante lluviosa, por cierto). Lo recuerdan los barrios al norte de Copacabana: Botafogo, Urca, Flamengo, Gloria o Santa Teresa. Y tampoco quiso estancarse en los treinta: ah¨ª est¨¢n los barrios al sur, Ipanema, Lebl¨®n, G¨¢vea o Barra, para recordar que la ciudad sigui¨® creciendo y busc¨¢ndose el perfil que tapase mejor sus defectos y la dejase m¨¢s favorecida.
Porque aunque conserva f¨®siles del pasado colonial, R¨ªo es sobre todo una ciudad del siglo XX. Recorrer de norte a sur sus barrios hist¨®ricos es como viajar en el tiempo y repasar a c¨¢mara r¨¢pida todos los sue?os urbanos que Occidente fue creando y descartando durante el siglo pasado. Y s¨ª, tambi¨¦n las pesadillas: el tr¨¢fico espeso (de coches y de drogas), la degradaci¨®n de los barrios pobres, la violencia callejera, las favelas omnipresentes como muestra de incapacidad pol¨ªtica o indiferencia de los ricos.
Se puede rebobinar la cinta hasta llegar a las colinas de Santa Teresa, donde la burgues¨ªa del XIX alz¨® villas y plant¨® jardines desde los que bajaba en tranv¨ªa a sus despachos del centro. Conserva un dulce aire aportuguesado que trae a la memoria, por r¨¢fagas, las calles adoquinadas de Sintra. All¨ª sigue la villa de los Castro Maya, convertida en museo, y las ruinas de la mansi¨®n de Laurinda Lobo, la millonaria mariscala de la cultura carioca en cuyos saraos se desmelenaba Isadora Duncan y Villa-Lobos improvisaba al piano. El tranv¨ªa sigue llevando, a pie de estribo si va lleno, hasta la selva de rascacielos que a partir de los sesenta pas¨® por la piqueta el coraz¨®n de la ciudad colonial y la avenida de R¨ªo Branco. Abruma la mezcla de iglesias barrocas, torres de cristal, callecitas peatonales y los teatros y cines fastuosos de Cinelandia. Y en los espejos submarinos de la Confeitaria Colombo se ha estancado el aire de las novelas del inmenso Machado de Ass¨ªs, el mejor gu¨ªa para ese R¨ªo fantasmal del XIX con el que cuesta dar.
Flamengo
Que a Brasil le sigui¨® yendo bien en entreguerras se nota al avanzar hacia Flamengo. Fue el barrio bien durante los a?os veinte, y resulta hoy cabal e industrioso, en contraste con el ambiente de eternas vacaciones de los barrios m¨¢s playeros. Tiene el coraz¨®n en el Largo do Machado, con sus mesas de ajedrez y sus palmeras alt¨ªsimas, y un pulm¨®n en el recoleto parque Guinle. Aqu¨ª, Lucio Costa, el planificador de Brasilia, supo casar los jardines rom¨¢nticos con sus bloques de pisos de los cincuenta. Merece la pena visitarlos para entender que aqu¨ª el Movimiento Moderno no se limit¨® a producir cajas de zapatos, y prueban la fuerza pl¨¢stica y la originalidad de la arquitectura brasile?a de la ¨¦poca.
En Flamengo hay que husmear por sus cines y librer¨ªas de viejo y asomarse a los portales como salones de baile de sus edificios buenos. Cuando los ricos emigraron en su eterno ¨¦xodo hacia el sur, se instalaron en sus apartamentos planetarios algunos de los mejores escritores de Brasil: de Clarice Lispector a Mario de Andrade, pasando por la madrile?a adoptiva Rosa Chacel, que vivi¨® casi todo su exilio en R¨ªo (tuvo un amor ambiguo con la ciudad, aunque Flamengo tiene ramalazos casi castizos que recuerdan a Chamber¨ª o Arg¨¹elles, y la calle Paissand¨² dibuja un improbable barrio de Salamanca con palmeras imperiales).
Desde Flamengo hasta Botafogo, los barrios anteriores a Copacabana vieron c¨®mo en los sesenta se alejaban las playas que los remataban. Perdieron olas a la puerta, pero ganaron uno de los mayores parques urbanos del mundo: el Aterro do Flamengo bordea la ciudad y esconde una v¨ªa r¨¢pida imprescindible para aliviar el tr¨¢fico infernal. La convivencia pac¨ªfica de autopista y parque se debe a las pasarelas, ondulaciones y bosquetes de Burle Marx, que impuso aqu¨ª su rescate de plantas aut¨®ctonas de Brasil, vistas hasta entonces como puros matojos. El Aterro es un proyecto ut¨®pico -y por una vez exitoso- que merece el paseo por alguno de los senderos que bordean el mar y se acercan hacia el P?o de A?¨²car.
Urca
A la sombra de la piedra m¨¢s famosa del mundo est¨¢ el peque?o barrio de Urca, que suelen pasar de largo quienes van con prisas por subir al telef¨¦rico del Morro. Pero cuando R¨ªo agota, da gusto pasear por sus callecitas asomadas a la bah¨ªa, ver el viejo casino varado sobre su playa como un buque fantasma y comer una picanha excelente en la terraza del restaurante Garota da Urca (menos conocida, pero quiz¨¢ m¨¢s alimenticia que su tocaya de Ipanema). Es una zona callada y reticente: aqu¨ª viven, sobre todo, los herederos de la casta militar que la coloniz¨® en los a?os treinta. Conservan muchos privilegios: clubes y playas privadas, y capitan¨ªas generales, y altos edificios oficiales que dan a los alrededores de la bonita Praia Vermelha un aire de Gotham City tropical.
Camino a Ipanema
A partir de Urca, R¨ªo deja la bah¨ªa de Guanabara y se abre al Atl¨¢ntico. En Leme, el ambiente de savoir vivre, los edificios afrancesados y los mercadillos de fruta y verduras construyen en el aire, por un segundo, un milagroso Par¨ªs playero. Y tras la decadencia relativa de Copacabana se llega a los barrios ricos del sur, remotos hasta los cincuenta. En Ipanema y Lebl¨®n pas¨® lo que en tantas ciudades del mundo: primero, los artistas y bohemios, como Jobim o Vinicius de Mor?es, sirven de avanzadilla; luego nace la leyenda, crecen los precios y se reproducen los pisos de lujo y las tiendas caras. En esa fase est¨¢n ahora, llenos de gente guapa de todos los pa¨ªses del mundo. Pasean perros de marca por escaparates con pedigr¨ª como los de la calle de Garc¨ªa d'?vila, y viven frente al mar en la avenida de Vieira Souto, la m¨¢s cara de Brasil. Por suerte, tomarse un agua de coco en uno de los quioscos a sus pies no cuesta casi nada, y la puesta de sol sobre el Morro de los Dos Irmaos y el mar, desde la punta del Arpoador, es gratis.
Conviene dosificar un poco las horas muertas en la playa de Ipanema: no se sabe del todo si la carne es triste, como dec¨ªa el poeta, pero desde luego s¨ª que resulta cansada. Una ma?ana rodeados de las juveniles beldades despreocupadas que se aglomeran a la altura del m¨ªtico Coqueir?o del Posto 9 agota tanto como una semana sin salir del Louvre: si la exuberancia art¨ªstica de Florencia caus¨® a Stendhal su famoso s¨ªndrome, aqu¨ª el exceso de belleza f¨ªsica puede causar los mareos y ansiedades de lo que podr¨ªa llamarse sofoc¨®n de Ipanema. Lo mejor para curarlo es llegar hasta la orilla de la Lagoa, que queda a espaldas del barrio. Es quiz¨¢ el lugar m¨¢s hermoso de R¨ªo (que ya es decir): el lago tranquilo bordeado de parques y rascacielos, a la sombra del Corcovado y la alt¨ªsima Pedra Da G¨¢vea, y ante el tel¨®n de la selva de Tijuca. Se puede visitar el hospital y la diminuta guarder¨ªa que construy¨® Niemeyer a sus orillas, en plena ¨¦poca de confianza en los poderes de la arquitectura para transformar el mundo. Y el fabuloso Jard¨ªn Bot¨¢nico, con sus avenidas de palmeras imperiales y sus bonitos pabellones decimon¨®nicos: hay orquideario, claro, pero tambi¨¦n cactario y bromeliario, y hasta un quiosco dedicado a las plantas carn¨ªvoras.
El Corcovado y G¨¢vea
Desde el misterioso parque Lage, tambi¨¦n cerca y en perfecto equilibro asilvestrado, se puede subir a pie hasta el Corcovado atravesando la selva (puede costar sudores, s¨ª, pero se hace en soledad y silencio, y evita los atascos de autobuses y las colas ante el funicular). Y por el barrio ajardinado de G¨¢vea se respira la nostalgia de esa d¨¦cada prodigiosa que fueron para Brasil -y sobre todo para su burgues¨ªa- los cincuenta de la bossa nova, Kubitschek y Brasilia, cuando se ve¨ªa al alcance de los dedos el cambio pac¨ªfico de las estructuras injustas y el pa¨ªs parec¨ªa pisar con pie firme el camino de un progreso igualitario.
En G¨¢vea est¨¢ el Instituto Moreira Salles, en una mansi¨®n de 1951 reconvertida en centro cultural, con jardines de Burle Marx y una arquitectura estupenda que recuerda a veces escenas de Mi t¨ªo, la pel¨ªcula de Tati. Y el parque Da Cidade, que se funde con la selva y esconde cascadas donde ducharse a solas a 10 minutos del coraz¨®n de la ciudad. O de uno de los corazones: si uno entiende algo tras un tiempo en R¨ªo es que la ciudad es muchas en una, casi una por barrio; ninguno la resume del todo, y sin contar con todos no acaba de entenderse ni puede darse por vista.
Javier Montes es autor de Los pen¨²ltimos (Pre-Textos), premio Pereda de Novela 2007.
BRASIL, LA ESTRELLA DE ARCO8
BRASIL NO S?LO es un gigante en lo econ¨®mico, sino tambi¨¦n en lo cultural. Por ello, la 27? edici¨®n de la Feria Internacional de Arte Contempor¨¢neo (ARCO8) ha escogido a este pa¨ªs como invitado.El encuentro, que se celebra en Madrid entre el 13 y el 18 de febrero, permitir¨¢ recorrer 31 galer¨ªas con 100 artistas. En el pabell¨®n 14.1 estar¨¢n presentes las obras de los consagrados: del fot¨®grafo y artista multimedia Vik Muniz, del artista electr¨®nico Eduardo Kac, de Ernesto Neto, Ros?ngela Renn¨® o Leonora Barros, una de las primeras videoartistas del pa¨ªs. Pero los comisarios del evento, Moacir dos Anjos y Paulo Sergio Duarte, no han olvidado a las j¨®venes promesas: las fotograf¨ªas de Cao Guimar?es, los v¨ªdeos de Mariana Manhaesb, los dibujos de Fabiano Gonper y las instalaciones de la madrile?a Sara Ramo, afincada en Belo Horizonte.Pero el arte brasile?o tambi¨¦n ocupar¨¢ museos y centros culturales de la ciudad. Jose Damasceno aterriza hoy en el Reina Sof¨ªa, la muestra Contraditorio, panorama del arte brasile?o (comisariada por Moacir dos Anjos) se podr¨¢ ver desde el 14 de febrero en Alcal¨¢ 31, y la Filmoteca Nacional ofrece hasta finales de mes un ciclo de pel¨ªculas. Adem¨¢s, en las arquer¨ªas de Nuevos Ministerios se abre el pr¨®ximo martes una muestra sobre la arquitectura de S?o Paulo comisariada por Ariadna Cantis, y con el arquitecto Andr¨¦s Jaque como autor del montaje.ARCO (www.arco.ifema.es; 902 22 15 15), se celebra en Ifema del 13 al 18 de febrero
GU?A PR?CTICA
Datos b¨¢sicos- Poblaci¨®n: R¨ªo de Janeiro tiene 5,9 millones de habitantes.- Moneda: real (un euro equivale a 2,58 reales de Brasil). - Prefijo telef¨®nico: 0055 21.- Clima: de diciembre a marzo (verano), el clima es c¨¢lido y se registran muchas precipitaciones; el promedio anual de temperatura es superior a los 20?C.C¨®mo ir- Iberia (www.iberia.com; 902 40 05 00) vuela directo a R¨ªo de Janeiro desde Madrid, ida y vuelta, desde 607,03 euros, tasas y gastos incluidos.- Air Europa (www.aireuropa.es; 902 401 501) vuela directo a R¨ªo desde Madrid, ida y vuelta, a partir de 618,06 euros, tasas y gastos incluidos.- Tap (www.flytap.com; 901 11 67 18), ida y vuelta a R¨ªo de Janeiro, con una escala en Portugal, desde Madrid, a partir de 674,84 euros, precio final.Dormir- En www.riodejaneiro-turismo.com.br se encuentra un listado online de hoteles, bed&breakfast y otros alojamientos en la ciudad.- Hotel Riazor (22 25 01 21). Rua do Catete, 160. Delante de un parque precioso y en pleno centro. La habitaci¨®n doble, desde 35 euros.- Hotel Gl¨®ria (25 55 72 72; www.hotelgloriario.com.br). En el barrio de su nombre, muy bien situado si se quiere huir un poco de las playas y vivir en el R¨ªo m¨¢s real. La doble, desde unos 170 euros.- Hotel Fasano (www.fasano.com.br; 32 02 40 00). Avenida de Vieira Souto, 80. Reci¨¦n inaugurado, con dise?o de Philippe Stark y el m¨¢s cotizado de la ciudad ahora. A partir de 425 euros.- Copacabana Palace (25 48 70 70; www.copacabanapalace.com.br). Avenida Atl¨¢ntica, 1.702. El gran cl¨¢sico, existe desde los a?os veinte. La doble, desde 300 euros.Comer- Mi recomendaci¨®n ser¨ªa que nada m¨¢s aterrizar se compren el suplemento anual de restaurantes y bares de la revista Veja R¨ªo. Es toda una instituci¨®n en la ciudad, lo siguen mucho los propios cariocas y resulta c¨®modo, bueno y manejable. Lo tienen en todos los quioscos.Visitas- Instituto Moreira Salles (32 84 74 00; http://ims.uol.com.br). Rua Marqu¨¦s de S?o Vicente, 476. G¨¢vea.- Consejer¨ªa de Cultura de R¨ªo (www.rio.rj.gov.br/culturas).Informaci¨®n- Turismo de Brasil en Espa?a (915 03 06 87; www.embratur.gov.br; www.braziltour.com).- Oficina de turismo de R¨ªo de Janeiro (21 22 71 70 00; www.riodejaneiro-turismo.com.br).- www.rioconventionbureau.com.br- www.brazilian-coast.com- Turismo de la regi¨®n de R¨ªo de Janeiro (www.turisrio.rj.gov.br).- www.mapilot.com
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