Origen de nuestros ojos
Vivir sin admiraci¨®n, sin que alg¨²n objeto nos inspire un culto de dul¨ªa, es como vivir en blanco y negro. Los que admiran son retribuidos por su admiraci¨®n y suele ser gente de coraz¨®n ligero. Hac¨ªa treinta a?os que no volv¨ªa sobre Victor Hugo, uno de los m¨¢s olvidados novelistas del siglo XIX. Me empuj¨® al regreso el admirable ensayo de Mario Vargas Llosa sobre Los Miserables recientemente traducido al ingl¨¦s. No obstante, quise regresar por el principio y abr¨ª con fr¨ªo escepticismo la novela "mala" de Hugo, Notre-Dame de Paris. ?Cielo santo, qu¨¦ vuelo estratosf¨¦rico! En el teatro del romanticismo, Dickens y Balzac ocupan el palco real. Esquinado en el gallinero proletario, a Victor Hugo se le pide silencio y que no moleste. Sin embargo, es demasiado grande: como un gigante torpe, en cuanto se mueve descalabra tres estatuas de escayola narrativa y hace a?icos dos ara?as de cristal de poes¨ªa l¨ªrica. Hugo, h¨¦las!
Victor Hugo y los rom¨¢nticos avanzaron por escrito las t¨¦cnicas del cine
El alfabeto del arte e masas tambi¨¦n se encuentra en Wagner y Puccini
El argumento de la novela es un disparate que se reparten un monstruo jorobado, un cura alquimista, una gitana casi imp¨²ber y un caballero m¨¢s puro que Parsifal. Una majader¨ªa, pero ?a qui¨¦n le importa? Con esos mimbres rid¨ªculos Hugo construye un edificio literario cuya ambici¨®n no es otra que la de competir nada menos que con el c¨¦lebre templo del que toma su nombre. En un cap¨ªtulo de delirante especulaci¨®n, Hugo expone una teor¨ªa que sin ¨¦l saberlo estaba trabajando por aquellas fechas el iluminado Friedrich Hegel. En ese fragmento sobrenatural el novelista pone ante los ojos del lector la totalidad del saber humano esculpido en piedra, desde los menhires hasta las catedrales g¨®ticas, y muestra c¨®mo a partir del siglo XV esa cat¨¢strofe llamada "la imprenta" iba a destruir la arquitectura. Los conocimientos humanos ya no se atesorar¨ªan en la piedra, sino en los libros, que son m¨¢s duraderos y baratos.
Lo de menos en ese cap¨ªtulo es la exactitud hist¨®rica. Lo grandioso es la visi¨®n, el ¨ªmpetu po¨¦tico, la descomunal ambici¨®n de competir con los constructores de Notre-Dame. Con una fuerza herc¨²lea que hoy no podemos ni so?ar, Hugo se enfrenta a lo m¨¢s grandioso que conoce para ofrecer su alternativa sobre papel.
Comenz¨® a escribir la novela en julio de 1830, pero hubo de interrumpirla por un par de sucesos molestos. Primero la Revoluci¨®n, luego el nacimiento de su hija Ad¨¨le. Hugo se meti¨® de cabeza en el caos revolucionario, anduvo arriba y abajo por un Par¨ªs cubierto de cad¨¢veres y colabor¨® con los rebeldes mientras ayudaba a su mujer en el posparto y tambi¨¦n al mef¨ªtico amante de su mujer, Sainte-Beuve, muy afectado. A¨²n le quedaba tiempo para navegar por
los remolinos del estreno, unos meses atr¨¢s, de Hernani y el esc¨¢ndalo universal que hab¨ªa montado. De paso, aprovech¨® para cambiar de domicilio porque con la nueva hija ya no cab¨ªan en casa. Bueno, pues para enero hab¨ªa terminado la novela. ?Ochocientas p¨¢ginas! En la actualidad, s¨®lo el cambio de domicilio ya habr¨ªa paralizado al m¨¢s dotado de nuestros escritores.
Cuando abres tu coraz¨®n y admiras, te invade cordialmente el objeto admirado. Entonces ya no es el entero cuerpo lo que te deslumbra, sino cada detalle. As¨ª por ejemplo, ese cap¨ªtulo III que luce t¨ªtulo en espa?ol macarr¨®nico, "Besos para golpes", y que presenta a la gitana Esmeralda. Estamos en invierno, es de noche, arden las hogueras en la Place de Gr¨¨ve donde se han reunido los m¨¢s feroces malhechores parisinos. Se les ve desde arriba, formando un c¨ªrculo de hogueras en cuyo centro baila la gitanilla de pies diminutos, "totalmente andaluces" seg¨²n afirma Hugo con aplomo. La vemos bailar, por as¨ª decirlo, desde la gr¨²a, pero la c¨¢mara desciende cuando en uno de sus pases se le suelta el prendedor y la cabellera se expande con vuelo de mant¨®n. La c¨¢mara entonces recorre los rostros boquiabiertos de los patibularios, pero se detiene en un personaje atravesado al que se acerca en un close up. Rostro inquietante cuya ambigua sonrisa hiela la sangre y nos augura que ese personaje va a jugar un papel decisivo en el destino de la ni?a.
Volvemos al plano general para ver a Esmeralda exhibiendo las dotes circenses de su cabra adivina, pero de nuevo nos arrastra una panor¨¢mica circular del p¨²blico, como las de M el vampiro de Fritz Lang, seguida por un primer plano del siniestro individuo que ahora grita: "?Sacrilegio! ?Profanaci¨®n!". La c¨¢mara regresa a una Esmeralda paralizada de terror, con los ojos desorbitados y una mano alzada como para protegerse de un golpe, puro Lillian Gish. Parece calcado de Eisenstein o de Griffith, pero faltaban cien a?os para que se inventaran ambos modelos de montaje.
Es en verdad misterioso que el romanticismo avanzara por escrito la esencia de la t¨¦cnica visual cinematogr¨¢fica. En otro cap¨ªtulo deslumbrante de la tercera parte, "Par¨ªs a vuelo de p¨¢jaro", Hugo nos ofrece una panor¨¢mica a¨¦rea de Par¨ªs, como si nos hubi¨¦ramos subido al globo en el que Daumier dibuj¨® a Nadar. Con una diferencia notable: las primeras fotos a¨¦reas de Par¨ªs no se ver¨ªan hasta treinta a?os m¨¢s tarde. La ciudad, que s¨®lo hab¨ªa interesado a Balzac (un poco m¨¢s tarde a Dickens) en su horizontalidad, tomaba de pronto una tercera dimensi¨®n que no se realizar¨ªa plenamente hasta la invenci¨®n de la fotograf¨ªa y los primeros bombardeos a¨¦reos.
Estas intuiciones imaginativas son puro zeitgeist y surgen en los talentos m¨¢s despiertos de cada tiempo. Por aquellas mismas fechas, en 1834, viv¨ªa exiliado en Par¨ªs el duque de Rivas y entreten¨ªa su forzado ocio redactando un enorme poema, El moro exp¨®sito, tanto m¨¢s bello cuanto m¨¢s desatendido por los actuales lectores. Si alguien se detiene en esas p¨¢ginas soberbias encontrar¨¢ tambi¨¦n all¨ª secuencias a la Eisenstein. V¨¦ase esta estampa del malvado Rui-Vel¨¢zquez, germen de Ivan el Terrible con m¨²sica de Prokofiev: "?ste, delgado y alto (...) enjuto y macilento, demostraba / temores, dudas e inquietudes grandes; / y cruzados los brazos sobre el pecho, y embozado en su manto, a desiguales / pasos la sala toda recorr¨ªa / formando en suelo y muro una gigante / sombra que era mayor o m¨¢s peque?a / al venir a la luz o al retirarse". Esa sombra animada, esa sombra que crece y mengua, como el baile de Esmeralda, es ya puro cine.
Ser¨ªa agradecido averiguar lo que podr¨ªamos llamar el componente at¨®mico de la imagen popular, el alfabeto del arte de masas que se encuentra ¨ªnsito en las novelas y los poemas del romanticismo, pero tambi¨¦n en las ¨®peras de Wagner y Puccini, en las sinfon¨ªas de Mahler y de Strauss, en la pintura de Goya y Delacroix. Un repertorio que se dir¨ªa inventado por los fot¨®grafos y cineastas de principios del siglo XX cuando en realidad pertenece a un fondo mucho m¨¢s ignoto del que todav¨ªa siguen brotando por mil fuentes im¨¢genes ling¨¹¨ªsticas, musicales y visuales que encantan la imaginaci¨®n popular. Una enigm¨¢tica sima de figuras radicalmente distintas del dep¨®sito cl¨¢sico, anterior al barroco, cuando el soporte del saber era la piedra y los humanos grab¨¢bamos nuestros conocimientos en monumentos m¨¢s fr¨¢giles que el papel.
F¨¦lix de Az¨²a es escritor.
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