La ley de las costumbres
Rajoy se ha significado en la subasta electoral con la propuesta de la obligatoriedad de que los inmigrantes suscriban un contrato que les comprometa, entre otras cosas, a no delinquir y a "respetar las costumbres de los espa?oles". De entrada, el compromiso contractual de no delinquir es tan inocuo en t¨¦rminos preventivos como lo ser¨ªa para la seguridad vial el hecho de que a los conductores se nos obligara a jurar el c¨®digo de la circulaci¨®n. Aun as¨ª, y siguiendo con el s¨ªmil del tr¨¢fico, el jefe de campa?a del PP ha concretado m¨¢s la idea con la iniciativa de crear una especie de visado por puntos. Todo buen racista suele abusar de frases tipo "yo no tengo nada contra los negros, pero...", y detr¨¢s de ese "pero" descarga su insana e hip¨®crita xenofobia. Al PP le ha enga?ado el subconsciente: ellos no tienen nada contra los inmigrantes pero que firmen un contrato, obtengan un visado por puntos y no colapsen las listas de espera de los mam¨®grafos.
La tentaci¨®n de sentirse superior al "otro", est¨¢ en la base de los peores mecanismos del racismo
La xenofobia es evidente, por mucho que las estad¨ªsticas revelen una aceptaci¨®n mayoritaria de la propuesta y, perm¨ªtaseme, abordarla desde el punto de vista de lo de las costumbres. Para que tenga valor jur¨ªdico un contrato que obligue a respetar las costumbres, lo absurdo, casi c¨®mico, es que deber¨ªan existir leyes que estableciesen el cat¨¢logo de esas costumbres. As¨ª nos podr¨ªamos encontrar con una ley que para neutralizar la poligamia isl¨¢mica estableciese que los varones de Espa?a somos mon¨®gamos con una declarada tendencia a la infidelidad y una cierta tolerancia social con el consumo de sexo de pago en barras americanas. Los espa?oles comemos carne de cerdo y es costumbre que las patas de jam¨®n cuelguen por docenas en los techos de las jamoner¨ªas.
Los espa?oles van al f¨²tbol y es costumbre insultar al ¨¢rbitro y agredir a los seguidores del equipo contrario. Los espa?oles tenemos por buena costumbre ceder el paso al acompa?ante ante una puerta, pero apenas tiene arraigo por aqu¨ª el h¨¢bito de lavarse las manos despu¨¦s de orinar.
Ya puestos a hacer leyes de las costumbres, sin duda podr¨ªa llegar a tener sentido en este precario y contradictorio Estado de las autonom¨ªas legislar las costumbres de los gallegos, ley que, sin duda, podr¨ªa inclu¨ªr lo de que aqu¨ª nadie es feo, sin¨® "riqui?o" y bastar¨ªa con darle fuerza de ley al anuncio televisivo de "Vivamos como galegos", a?adi¨¦ndole simplemente algunos aspectos como que respondemos las preguntas con otra pregunta y, no siendo taurinos, mantenemos la tradici¨®n de los "curros" equinos, avalados imperialmente por los rodeos americanos.
La reducci¨®n al absurdo podr¨ªa prolongarse infinitamente y colapsar durante d¨¦cadas la agenda de las c¨¢maras legislativas. Si de lo que se trata es de evitar salvajadas como la ablaci¨®n, ya existen leyes que proh¨ªben esa agresi¨®n f¨ªsica y, si acaso, para legislar sobre el velo habr¨ªa que denunciar el imperativo de algunos restaurantes de acceder a ellos, nativos o inmeigramtes, con corbata. La tentaci¨®n de imponerse y sentirse superior al "otro", al que es simplemnete diferente est¨¢ en la base de los peores mecanismos que deteminan la asimilaci¨®n cultural y el racismo. Es cierto que socialmente la xenofobia avanza y se constata emp¨ªricamente en contacto real con la inmigraci¨®n.
Galicia, un pa¨ªs emigrante, tiene todos los datos para ser solidaria y hospitalaria con los inmigrantes pero, de momento, la inmigraci¨®n alcanza niveles muy bajos entre nosotros. Ser¨ªa muy mal precedente para probar nuestro comportamiento con los diferentes que viven y vivir¨¢n entre nosotros pasar por alto la tensi¨®n de estos d¨ªas en Pontevedra por la ubicaci¨®n de dos familias gitanas, que ya ha llevado a intentar violar la ley de Protecci¨®n de Datos solicitando el certificado de antecedentes penales al Gobierno civil y comienza a alentar la autoorganizaci¨®n de patrullas ciudadanas de payos y gitanos. El problema en este caso no es de ninguna forma la diferencia de costumbres, sino la miseria social del tr¨¢fico de drogas que no tiene etnia y s¨®lo el estigma de la delincuencia y la desigualdad.
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