Realismo risue?o y tortura real
El mundo feliz de 'Happy-Go-Lucky' se contrapone al documental sobre las torturas practicadas por soldados estadounidenses a presos iraqu¨ªes en Abu Ghraib
Cuenta el prestigioso director ingl¨¦s Mike Leigh que su cine aspira a captar la complejidad de la vida en un tono cercano al documental, sin hacer juicios morales sobre los personajes, planteando preguntas, inquietando al espectador y removiendo la mala conciencia, neg¨¢ndose a dar respuestas, ya que ¨¦l no las conoce.
Efectivamente, su obra posee esas caracter¨ªsticas, lo cual no implica que sus planteamientos art¨ªsticos le salgan siempre perfectos. Cuando este retratista de los deseos, alegr¨ªas y miserias de gente suburbial o de la clase media ha acertado en su realismo costumbrista, le han salido pel¨ªculas tan veraces y espl¨¦ndidas como Secretos y mentiras y Vera Drake. Otras veces, su voluntad de reflejar la existencia sin adornarla, de crear personajes de carne y hueso en situaciones llenas de humanidad, no ha llegado a ning¨²n puerto. Su estilo y su mirada siempre son reconocibles, pero eso no le concede bula permanente para sus errores, aunque en los festivales de cine siempre exista una parroquia con la boca abierta de gozo antes de que Mike Leigh oficie su esperada misa.
Cuando Leigh acierta le han salido pel¨ªculas veraces y espl¨¦ndidas
Se esfuerza porque los personajes resulten cercanos y reconocibles
Escuchando las risas c¨®mplices y la ovaci¨®n final que ha despedido a su pel¨ªcula
Happy-Go-Lucky sospecho que Leigh se ha convertido en uno de los principales candidatos a llevarse el Oso de Oro en esta Berlinale. Por mi parte, a pesar de mis deseos de poder disfrutar de esa gran pel¨ªcula que casi siempre aparece y te compensa en los festivales de cine m¨¢s mediocres o simplemente insufribles, sigo con las ganas, me es imposible compartir el entusiasmo ante las venturas y desventuras de una risue?a mujer de coraz¨®n limpio y verborrea extenuante dispuesta a hacer feliz a todos los que la rodean, aunque no se dejen, y tambi¨¦n a los desconocidos, e incluso al gato, que no aparece.
Es una profesora de ni?os que simboliza la milagrosa alegr¨ªa de vivir, de saber apreciar todas las peque?as cosas de la existencia, de poseer la receta de la felicidad permanente. Pero como Leigh no es nada tonto y s¨ª muy pretencioso, no permite que este ¨¢ngel de la alegr¨ªa est¨¦ ciego ante los desarreglos y los sufrimientos que ofrece la vida cotidiana. La dama que siempre r¨ªe, que tiene un subid¨®n cuando ve pasar las nubes, transmite su infatigable rollo hedonista a las amigas, los familiares y los amantes, pero tambi¨¦n sabe que existe un valle de l¨¢grimas. Ella se encarga de arreglarlo, inyecta esperanza a los desesperados, comprende a un cr¨ªo maltratado por el novio de su madre, a un mendigo enloquecido, a un psic¨®pata que da clases de conducir, a una hermana burguesa y embarazada que le reprocha su inconsciencia y su eterno optimismo. Demasiada comprensi¨®n para mi gusto.
El director se esfuerza porque nos resulten cercanos y reconocibles los personajes de la historia, y fiel a su moroso estilo puede construir una secuencia de 15 minutos de gente hablando interminablemente de trivialidades y tonter¨ªas. O sea, como en la vida misma.
Observando la regocijada reacci¨®n de la sala ante todo lo que hace y dice esa mujer torrencial que sana las heridas de los dem¨¢s, deduzco que Mike Leigh ha acertado en su propuesta humanista. Mi problema es que no logro contagiarme de la diversi¨®n ajena, encuentro ligeramente cargante la pureza y el jolgorio de la protagonista, no le pillo el encanto ni a ella ni a la fauna tan esforzadamente real que la acompa?a. Debo de ser un cenizo. Que disfruten ustedes un mont¨®n con la chica superguay.
Por el contrario, el lujoso documental, con formato de superproducci¨®n, titulado Standard operating procedure nos habla de que la realidad puede ser algo exclusivamente atroz, de que la odiosa tortura y el ensa?amiento con el preso acorralado no es una intolerable pr¨¢ctica de los salvajes tercermundistas, sino que fue el procedimiento habitual del civilizado Ej¨¦rcito del Imperio en la c¨¢rcel de Abu Ghraib. Lo ¨²nico trascendente de aquella barbarie es que alguien fotografi¨® ese espect¨¢culo de la degradaci¨®n, la confirmaci¨®n de que una imagen vale m¨¢s que mil palabras, de que la clandestina y ritualizada bestialidad se hizo p¨²blica. Enfang¨® no ya a los divertidos autores de aquellos castigos, sino a los jefes militares y a los pol¨ªticos que dieron las ¨®rdenes, o las alentaron, o cerraron los ojos. Si los supuestos y supremos guardianes de la libertad y de la democracia utilizan esa siniestra metodolog¨ªa con sus presos, es normal prever y justificar la inminente llegada del Apocalipsis.
El director Errol Morris recurre al testimonio de los soldados que ejecutaron aquel vandalismo, pero todos sabemos que la responsabilidad no pertenece a unos tarados que se divert¨ªan haciendo su indeseable trabajo. Lo que vemos y o¨ªmos es tan brutal que no precisa de un envoltorio deslumbrante. Pero Morris le encarga al director de fotograf¨ªa Robert Richardson y al l¨ªrico y vibrante m¨²sico Danny Ellman que aporten esteticismo y conmoci¨®n a este museo de los horrores, algo tan innecesario como fr¨ªvolo. Esas fotograf¨ªas causan m¨¢s espanto que el m¨¢s elaborado cine de terror.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.