El maquiav¨¦lico sistema electoral espa?ol
Nuestro sistema es desproporcional, impone el bipartidismo, fomenta la polarizaci¨®n y hace casi imposible que surja un tercer partido moderador. Los nacionalistas quedan como ¨²nica alternativa para pactar
El sistema electoral espa?ol es infinitamente m¨¢s original de lo que parece a primera vista, y es bastante maquiav¨¦lico". Quien as¨ª habla no es ni un desinformado ni un antisistema resentido, es ?scar Alzaga, uno de los padres del propio sistema. Los dos adjetivos que utiliza describen a la perfecci¨®n la criatura que ¨¦l y otros miembros de la UCD alumbraron durante la Transici¨®n y que todav¨ªa perdura.
Su originalidad es tal que los especialistas no acaban de catalogarlo. Aunque la Constituci¨®n habla de "representaci¨®n proporcional", lo cierto es que las desproporciones en los resultados son de las mayores de la escena internacional. No s¨®lo no se garantiza una proporci¨®n m¨¢s o menos ajustada entre votos y esca?os, es que ni siquiera se salvaguarda el mero orden en el que los votantes colocan a los partidos: una formaci¨®n con menos votos que otra puede conseguir m¨¢s esca?os. Por eso muchos estudiosos del sistema no lo consideran proporcional sino mayoritario atenuado.
Puede suceder que el PP quede el 9-M segundo en votos pero primero en esca?os
En las ¨²ltimas generales, un esca?o por Soria supuso 20.000 votos; en Madrid, 100.000
Pero un sistema mayoritario se caracteriza por sobrerrepresentar al partido ganador facilitando as¨ª que forme gobierno. Y nuestro sistema no siempre beneficia al primer partido: en 2004 las elecciones las gan¨® el PSOE, pero el m¨¢s beneficiado fue el PP. Mientras los votantes socialistas recibieron un 3.3% de esca?os por encima de lo que hubiera sido proporcional, los populares se vieron agraciados con un 3.7%. De hecho, con el actual empate t¨¦cnico puede suceder que el PP quede segundo en votos pero primero en esca?os, perdiendo y ganando a la vez las elecciones (?!). Las m¨¢s elementales leyes de la sem¨¢ntica impiden denominar "mayoritario" a un sistema que posibilita semejante resultado.
Entonces, ?qu¨¦ es? Bien, ya se ha dicho: es original. De hecho, lo es tanto que puede afirmarse que su esencia consiste en su inexistencia. El "sistema electoral espa?ol" es una construcci¨®n meramente verbal que carece de una realidad emp¨ªrica a la que aplicarse con sentido. Lo que hay son 52 sistemas electorales (50 por provincia m¨¢s Ceuta y Melilla). Los sistemas en los que se eligen muchos esca?os son proporcionales. Los sistemas en los que se eligen 3, 4 o 5 esca?os no. La ciencia pol¨ªtica suele estimar que estos ¨²ltimos tienen efectos "mayoritarios", algo que a mi juicio no merece el noble principio de mayor¨ªa. Por eso, si me permiten la licencia, yo les voy a denominar "distorsionantes". Porque lo que hacen esos sistemas es distorsionar, y por partida doble y superpuesta.
Pensemos en Teruel, con 3 esca?os. Un sistema as¨ª distorsiona en primer lugar el propio voto de muchos ciudadanos. Un voto ¨²til no es otra cosa que una emisi¨®n de preferencias distorsionada: "Yo prefiero A, pero he de votar por B". Y distorsiona, en segundo lugar, los resultados. Porque el reparto de esca?os va a ser pr¨¢cticamente siempre de 2 a 1 -aunque el partido vencedor lo sea s¨®lo por un voto- y porque todos los votos a terceros partidos se quedan sin representaci¨®n.
Conviene entonces no claudicar ante la magia de las palabras: no hay "un sistema electoral espa?ol", y es preferible hablar, como empiezan a hacer los especialistas, de "los sistemas electorales para el Congreso". La imagen mental adecuada no es la de una entidad m¨¢s o menos un¨ªvoca, sino m¨¢s bien la de una escala. Una escala en la que se sit¨²an 52 posibilidades y cuyos l¨ªmites son por un lado la distorsi¨®n y por otro la proporcionalidad.
Soria, con 2 diputados, es un extremo de esa escala; Madrid, con 35, es el otro. Y cada provincia se sit¨²a de acuerdo a su n¨²mero de esca?os. El 62% de los espa?oles votan en circunscripciones de 10 esca?os o menos, por lo que saben que si su primera preferencia no supera aproximadamente el 10% de los votos, su voto ser¨¢ electoralmente in¨²til. En ellas se impone a fuego el bipartidismo, ya que s¨®lo el PP y el PSOE pueden en la pr¨¢ctica verse representados (o, en su caso, los nacionalistas). En las cinco provincias en las que habita el 38% de espa?oles restante ser¨ªan a priori posibles nuevos partidos e iniciativas, pues la proporcionalidad es elevada. Pero recordemos a Alzaga: no s¨®lo original, tambi¨¦n maquiav¨¦lico.
Como en un taller de alquimia, la escala que acabamos de describir se encuentra salpicada con unas cuantas gotas de sufragio desigual. Las provincias m¨¢s peque?as eligen m¨¢s esca?os de los debidos, disfrutando as¨ª de un poder de voto mayor. En las ¨²ltimas generales el precio del esca?o bascul¨® desde las 20.000 papeletas de Soria hasta las 100.000 de Madrid. Tenemos as¨ª dos escalas que corren paralelas pero en sentido contrario. La primera nos divide en 52 grupos de acuerdo a nuestra mayor o menor proporcionalidad (sistemas electorales diferentes). La segunda nos divide en otros tantos grupos de acuerdo a nuestro mayor o menor poder de voto (sufragio desigual).
Maquiavelo habr¨ªa tomado apuntes: los electores cuyos votos son fuertes se hallan en los sistemas "distorsionantes" y por tanto presionados para votar ¨²til o, lo que es lo mismo, a los dos grandes; los votantes eximidos de esa losa psicol¨®gica son libres, pero sus votos son d¨¦biles. En cifras: en Teruel bastan 25.000 votos para alcanzar un esca?o, pero es que eso es un 33% de los votantes turolenses y por tanto s¨®lo el PP y el PSOE pueden permitirse tales esca?os de saldo. En Madrid un 3% de los votos suponen 3 esca?os, pero es que eso equivale nada menos que a 300.000 votantes.
Aunque centrarse s¨®lo en ellos es ya a mi juicio parte del problema, los efectos del entramado son obvios. Por un lado se impone el bipartidismo y se fomenta la polarizaci¨®n, siendo casi imposible que surja un partido de centro que pueda ejercer un factor moderador. Por otro, la ¨²nica alternativa para pactar la ofrecen los nacionalistas.
?Qu¨¦ hacer? La decisi¨®n sobre el sistema electoral configura una situaci¨®n en buena medida excepcional desde el punto de vista de la filosof¨ªa pol¨ªtica. Nadie defiende, por ejemplo, que sean las empresas las que redacten las leyes anti-monopolio: esa labor ha de corresponder a instituciones que, situadas por encima de ellas, vayan m¨¢s all¨¢ de sus intereses. Pero el sistema electoral lo deciden los partidos y, ?qu¨¦ hay por encima de ellos? "La ley y el Estado de Derecho", se dir¨¢, pero es que la ley y por tanto el derecho son, empezando por la propia Constituci¨®n, creaciones suyas.
Si hay otro cuerpo en el Estado que comparte esa situaci¨®n soberana de los partidos es el militar. El ej¨¦rcito no tiene por encima nada que pueda controlarlo, lo que explica el destacado papel que el honor y la obediencia han desempa?ado siempre en su c¨®digo moral: son nuestra ¨²nica garant¨ªa. De ah¨ª que, de la misma manera que la democracia s¨®lo germin¨® cuando las c¨²pulas militares interiorizaron de verdad su acatamiento al poder civil, compartieran o no sus designios, la regeneraci¨®n de la democracia s¨®lo ser¨¢ posible cuando las c¨²pulas partidistas asuman ciertos principios, convengan o no a sus intereses.
Por eso, a pesar de que de ellos no se escuche ya ¨²ltimamente ni el m¨¢s leve susurro, resulta fundamental volver a hablar de principios. Cuando uno lee a los viejos defensores del ideal de la proporcionalidad descubre los valores que la nutren: a los electores les garantiza libertad; a los resultados, justicia. Y cuando uno vuelve a los cl¨¢sicos de la democracia, recuerda que hay un valor que bajo ning¨²n concepto puede claudicarse: la igualdad del voto. Son las ¨¦lites de los grandes partidos las que han impedido que esos tres valores sean hoy y ahora una realidad entre nosotros. Llevar los principios al centro del debate y recordar lo que significa "inalienable" es el primer paso para evitar que puedan seguir haci¨¦ndolo.
Jorge Urd¨¢noz Ganuza es doctor en Filosof¨ªa y Visiting Scholar en la Universidad de Columbia, Nueva York.
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