Invitaci¨®n a una revuelta
El da?o que han hecho los se?ores de la droga se queda en poco comparado con la pandemia de trastornos mentales promovida por las redes sociales
El remordimiento por algunas tonter¨ªas cometidas en el pasado puede no ser est¨¦ril si nos sirve para actuar con m¨¢s cabeza en el presente. Una tonter¨ªa puede ser tambi¨¦n un error, pero en ella hay algo a?adido de banal y de superfluo que agrava el da?o que produce en vez de aliviarlo. Una disculpa parcial es que los aciertos, los actos de nobleza, el esfuerzo en el trabajo, llevan el sello de lo mejor que cada uno es. La tonter¨ªa tiende a ser colectiva, no producto de la elecci¨®n consciente, sino de la sumisi¨®n atolondrada o cobarde a una consigna de moda. Algunas de las mayores tonter¨ªas de las que me arrepiento en mi vida surgieron no de una apetencia puramente m¨ªa, sino del miedo a quedarme atr¨¢s en algo que otros celebraban, de la ansiedad por compartir algo prestigioso que flotaba en el aire.
Cuando yo rondaba los 18 a?os las drogas empezaron a llegar al mundo provinciano en el que me mov¨ªa, con una leyenda peligrosa y tentadora de clandestinidad que las hac¨ªa m¨¢s atractivas. Asociar la emancipaci¨®n al consumo de hach¨ªs era una tonter¨ªa colosal, m¨¢s a¨²n si se la adornaba con la facultad de abrir las ¡°puertas de la percepci¨®n¡± o desatar la creatividad. Tambi¨¦n se supon¨ªa entonces que el alcohol y el tabaco eran herramientas tan necesarias para la literatura como el papel, la pluma y la m¨¢quina de escribir. Yo me quedaba hasta las tantas escribiendo a m¨¢quina en la mesa camilla de mi casa, al calor declinante del brasero de orujo, y por la ma?ana mi madre encontraba junto a la m¨¢quina y los folios un cenicero lleno de colillas. Con tal m¨¦todo no era probable escribir una obra maestra precoz, aunque s¨ª adquirir una meritoria tos bronqu¨ªtica antes de los 20 a?os.
Siendo medroso por naturaleza, el hach¨ªs me daba miedo. Empec¨¦ a fumarlo por la misma raz¨®n por la que hab¨ªa empezado a fumar tabaco unos a?os antes, por imitar a otros m¨¢s audaces que yo, y porque de repente todo el mundo lo hac¨ªa. Todo el mundo hablaba usando los nuevos t¨¦rminos carcelarios como contrase?as ¡ªel costo, el pasote, el talego, etc.¡ª y a m¨ª me daba verg¨¹enza quedarme antiguo, como se quedaron antiguos de repente unos a?os m¨¢s tarde las chaquetas de pana, las botas de monta?ero o metal¨²rgico y las melenas y las barbas. Eran los ¨²ltimos setenta, los primeros ochenta, y todo iba muy r¨¢pido. Tan r¨¢pido que tambi¨¦n el hach¨ªs se pas¨® de moda, porque de repente lo nuevo y lo ¨²ltimo y reglamentario era la coca¨ªna. Ahora las chaquetas ten¨ªan hombreras como de cine negro y los pantalones colgaban flojos y anchos bajo el cintur¨®n, y algunos de los h¨¦roes barbudos del zurr¨®n y la pana se hab¨ªan afeitado hasta dejarse las patillas a la altura de la sien y hac¨ªan el gesto coqueto de taparse un orificio de la nariz con el dedo ¨ªndice y respirar hacia adentro, para indicar que les quedaba alg¨²n resto de coca¨ªna esnifada poco antes.
El hach¨ªs, la marihuana eran ya antiguallas de tardohippies, o de lo que luego se dio en llamar perroflautas. Lo moderno era la coca. La coca era un s¨ªmbolo de estatus, como el dise?o o los restaurantes de nueva gastronom¨ªa en los que celebraban sus grandes o peque?os pelotazos los beneficiarios de aquellos vendavales de dinero p¨²blico sin freno que tra¨ªan consigo los magnos proyectos de la era socialista, culminados en las olimpiadas y la Expo de 1992 como despliegues gal¨¢cticos de fuego de artificio.
Dec¨ªan que la coca te animaba la vida y exaltaba todas tus facultades, incluidas las er¨®ticas, y adem¨¢s no era adictiva. Part¨ªcipe de la tonter¨ªa de mi ¨¦poca, tambi¨¦n la consum¨ª de vez en cuando, sobre todo si me invitaban. En ning¨²n momento pens¨¦ por entonces que estaba alimentando un negocio criminal que ya entonces ahogaba en sangre, terror y corrupci¨®n a una parte del mundo. A lo que ni yo ni nadie pudo cerrar los ojos fue a los efectos atroces que empez¨® a tener sobre muchas personas aquella sustancia al parecer tan beneficiosa como inocua, que no dejaba olores cabezones ni muermos como los de hach¨ªs, ni rastros de sangre y jeringuillas pisoteadas en alg¨²n retrete.
Quiz¨¢s fue el escarmiento de aquellas antiguas tonter¨ªas y adicciones lo que me dej¨® vacunado contra la que se puso de moda muchos a?os despu¨¦s y est¨¢ llegado ahora a su paroxismo destructivo, la de las redes sociales. Como el hach¨ªs o la coca¨ªna, vino con el prestigio de una novedad que uno no pod¨ªa perderse, en la gran ola del mesianismo tecnol¨®gico, que tambi¨¦n tra¨ªa su vocabulario, sus propagandistas y gur¨²s, todos ellos disfrazados como j¨®venes benefactores bohemios. Ahora parece que Facebook es una distracci¨®n de jubilados, como la brisca o el ganchillo, pero hace unos 15 a?os no abrirse una cuenta o perfil o como ahora se llame era tan imperdonable como no inclinarse a esnifar una raya de coca en una reuni¨®n de mangantes de la pol¨ªtica o del dinero. Hombre de mi ¨¦poca, pas¨¦ unas horas en esa red, y me di cuenta de inmediato de lo f¨¢cilmente que podr¨ªa convertirme en adicto, y de la extraordinaria cantidad de tiempo que me robaba sin darme cuenta y sin fruto alguno. El fundador era por entonces un muchacho majete, con aire de adolescente atolondrado y algo gamberro pero un buenazo, con su sudadera y su desparpajo de reci¨¦n llegado al college y su simp¨¢tica consigna, ¡°mu¨¦vete r¨¢pido y rompe cosas¡±. Vaya si rompieron. El da?o que han hecho los se?ores de la droga se queda en poco comparado con la pandemia de trastornos mentales entre ni?os y adolescentes que la compa?¨ªa de este individuo viene fomentando en sus diversas plataformas, cada una m¨¢s adictiva, m¨¢s propagadoras a conciencia de ansiedad y mentira.
La droga de Zuckerberg la prob¨¦ un rato y me dej¨® el desagrado de los primeros porros. La que ahora trafica con tanto ¨¦xito Elon Musk tengo la modesta satisfacci¨®n de no haberla probado nunca. Ni una sola vez en mi vida he entrado en Twitter o X, aunque el veneno que expande es tan t¨®xico que puede da?arlo a uno hasta de lejos. Hab¨ªa que estar en ese sumidero para no perderse nada, para estar informado, porque era lo cool. Siempre el mismo anzuelo. Puedo asegurar que recibo toda la informaci¨®n que necesito, sobre todo en peri¨®dicos impresos y digitales y en emisoras de radio. Y adem¨¢s me ahorro la crispaci¨®n, la agresividad y la inmundicia de ese pozo ciego del que solo me llegan ecos lejanos, aunque desagradables. Habr¨¢ quien participe en esa red con honestidad y decencia. Pero la centrifugadora de mentira y de odio que est¨¢ infectando el mundo por culpa de su influjo, al mismo tiempo que enriquece m¨¢s inmensamente al botarate aterrador de su due?o, me parece que ahoga cualquier resto de utilidad que quedara en ella. Leo con agrado que la ministra de Trabajo y los responsables de El Mundo Today anuncian su retirada, y me pregunto hasta cu¨¢ndo peri¨®dicos serios, instituciones p¨²blicas, servicios esenciales, dirigentes pol¨ªticos de nuestro pa¨ªs, y de Europa, van a permanecer en ese muladar. Es como si el sistema de comunicaciones de un pa¨ªs, de todo un continente soberano, se le confiara al Chapo Guzm¨¢n. El Chapo Guzm¨¢n est¨¢ en una prisi¨®n de m¨¢xima seguridad, pero Zuckerberg, Bezos y Musk y otros cuantos como ellos forman parte de la corte de babosos oligarcas y bufones de Trump. No hay revuelta liberadora y colectiva que no sea una reacci¨®n en cadena de decisiones individuales. En este mundo dominado por fuerzas sobrehumanas y d¨¦spotas sin frenos, una de las pocas libertades efectivas que nos quedan es la de cortar de un tajo nuestra dependencia de esos fabricantes de adicciones, hoy mismo, ahora mismo. No hac¨ªa falta que Musk alzara compulsivamente el brazo en el saludo nazi para saber a qu¨¦ atenernos.
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