Don Juan de La Rambla
Ah¨ª est¨¢n los dos: quietecitos, medio adormilados uno encima del otro, echados sobre un pedazo de alfombra vieja y tomando los primeros rayos del sol de la ma?ana. Ella posa su cabeza sobre su lomo y de cuando en cuando le lame la oreja. ?l se deja acariciar cerrando los ojos mientras la melod¨ªa toca Sabor a m¨ª.
Son Thatcher y Put¨ªn, los perros que acompa?an cada jornada a su due?o, don Juan Molinas, un hombre que sobrepasa los 70 a?os y quien desde hace 14 a?os se gana la vida en La Rambla, dando vuelta a un manubrio que ¨¦l mismo construy¨® para obtener m¨²sica.
De lunes a domingo se les ve llegar a los tres montados en un triciclo con un remolque pintado de colores. Thatcher y Put¨ªn conocen la sistem¨¢tica y saben que en el instante que don Juan deja de pedalear para arrimar el triciclo a un ¨¢rbol, es el momento de sacudirse las pulgas y disfrutar de la m¨²sica. Don Juan prepara la funci¨®n. Amarra a los perros, saca un pedazo de alfombra, la sacude y sobre ella se sientan los tres. Enciende los altavoces y modula el volumen. Aproxima un banco peque?ito donde pone un cesto para recoger monedas. Cuando todo est¨¢ instalado, cruza al bar de enfrente, La Cava Universal, para tomarse un tinto y despu¨¦s va al puesto de peri¨®dicos a comprar unos Ducados. Thatcher se levanta y mira ad¨®nde se ha ido Juan, mientras Put¨ªn se estira y bosteza.
La gente pasa a¨²n con los cabellos mojados de esa y cualquier ma?ana, al tiempo que los primeros turistas se paran y le toman una foto. Cuando nadie lo observa, saca de la mochila el CD, lo frota en su camisa de franela, lo introduce discretamente en la grabadora que guarda dentro del artefacto musical y sin distraerse del manubrio me dice: "?sta es muy bonita, muy rom¨¢ntica", y comienza el tema de Mar¨ªa Grever Cuando vuelva a tu lado.
Colecciona ¨²nicamente interpretaciones en piano u organillo de boleros, baladas norteamericanas, chotis, pasodobles y son los que adquiere en los mercados de Bellcaire o los Encants. La letra, si se la saben, la ponen los curiosos que al acercarse tararean la canci¨®n.
Don Juan tambi¨¦n se abstrae con la melod¨ªa aunque la haya escuchado miles de veces y cierra los ojos al igual que Thatcher y Put¨ªn. Nunca reconoce los autores, excepto si se trata de Jos¨¦ Guardiola o Antonio Mach¨ªn, los compositores que habitualmente bailaba cuando era joven en Girona, su ciudad natal. Entonces no llevaba perros, ni sospechaba que terminar¨ªa trabajando en la calle. Sal¨ªa "vestido de domingo" al baile de las fiestas del pueblo, donde conoci¨® a su primera mujer y con la que tuvo su ¨²nico hijo, "un hijo enfermo, es retrasado mental desgraciadamente", me dice.
"Toda una vida me estar¨ªa contigo/ No me importa en qu¨¦ forma/ Ni c¨®mo, ni d¨®nde, pero junto a ti/ ...".
Su mujer muri¨® y se qued¨® solo con su hijo. Despu¨¦s consigui¨® un trabajo de camionero de carga donde conoci¨® a su segunda esposa "un d¨ªa iba yo manejando y sub¨ª a una mujer que ped¨ªa autostop y me cas¨¦ con ella". Perdi¨® el trabajo de camionero y entonces no le qued¨® m¨¢s remedio que tomar La Rambla de Santa M¨®nica para sobrevivir, y de paso, ser feliz, porque a pesar de su precario aspecto confiesa: "Mi vida no me pesa, estoy contento con lo que soy".
Desde las 9.30 hasta las 19.30, Don Juan toca sin parar, s¨®lo hace unas pausas para comer o cuando su vecino imitador de Michael Jackson comienza su estridente show.
Cae la tarde y la luna se quiebra sobre La Rambla, mientras la gente deambula a los pies de Crist¨®bal Col¨®n entre luces de ciudad y brillos de mar. La manivela da sus ¨²ltimos suspiros, es Agust¨ªn Lara quien despide su jornada.
"Noche de ronda, qu¨¦ triste pasas/ qu¨¦ triste cruzas, por mi balc¨®n/ Noche de ronda, c¨®mo me hieres/ c¨®mo lastimas mi coraz¨®n".
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