Spacey y Goldblum ligan Jackpot
Tengo sobredosis de estrenos, y bienvenidos sean. A¨²n he de hablarles de La tortuga de Darwin, en la Abad¨ªa, y de El gu¨ªa del Hermitage, en el Bellas Artes. Y todav¨ªa no he visto El c¨ªrculo de tiza caucasiano, en el Nacional catal¨¢n, con la Lizar¨¢n como el juez Azdak, y La forma de las cosas, de Neil Labute, en el Lliure, y el Rey Lear de Vera, que me zampar¨¦ la semana pr¨®xima, pero en medio me he escapado a Londres y traigo tres piezas de caza mayor: 1) el Otelo con Chivetel Ejiofor y Ewan McGregor, que ha desbordado la Donmar Warehouse, 2) el no menos sublime Much Ado for Nothing, en el NT, con Zoe Wanamaker y Simon Russell Beale y 3) el revival de Speed-the-plow, en el Old Vic. Empiezo por ¨¦sta. ?xito descomunal. Por la obra, una de las menos repuestas de Mamet; por su director, Matthew Warchus, el art¨ªfice del triunfo internacional de Art (y coautor, por cierto, de la adaptaci¨®n de The Lord of the Rings, en el Royal Drury Lane) y, ante todo, por la pareja protagonista: el enorme Kevin Spacey, director art¨ªstico del Old Vic, y Jeff Goldblum, que pisa por primera vez un escenario brit¨¢nico, pero arras¨® la pasada temporada en Broadway con su trabajo en The Pillowman, del irland¨¦s Martin McDonagh. El tercer nombre del reparto es Laura Michelle Kelly, recient¨ªsima Mary Poppins en teatro y Lucy Barker en el Sweeney Todd de Tim Burton. La noche del viernes pasado no pude verla: estaba resfriada y actu¨® en su lugar Emma Clifford.
Estamos en un teatro ingl¨¦s (m¨¢s ingl¨¦s imposible), pero esto es el cielo de Broadway: energ¨ªa, t¨¦cnica y convicci¨®n qu¨ªmicamente puras
Speed-the-plow, un retrato del coraz¨®n de Hollywood pintado al vitriolo, se estren¨® hace casi veinte a?os (mayo de 1988) en el Royale Theater de Nueva York, con Joe Mantegna, Ron Silver y Madonna en su debut (y despedida) teatral. En Espa?a ha tenido, que yo sepa, tres versiones: la de Ricard Reguant, floj¨ªsima, en 1991; la de Ferm¨ªn Cabal, ?M¨¦tele ca?a!, en la Abad¨ªa, con Santiago Ramos, en 1994 (que no vi) y, por ¨²ltimo, un notable montaje de Ferran Madico (Taurons, 1999), con Homar, Benito y Mia Esteve en la Villarroel. Con Speed-the-plow (una frase hecha que podr¨ªa traducirse como "?adelante con los faroles!"), entr¨® por primera vez la s¨¢tira negra y el humor centelleante en la obra de Mamet, hasta entonces recorrida por humores m¨¢s el¨ªpticos. Gould y Fox, sus protagonistas, no son muy distintos de los chorizos de poca monta de American Buffalo, los vendedores de Glengarry Glen Ross o los timadores de Casa de juegos: la intriga es su carburante vital y la soledad y el miedo, sus pies de barro. Bobby Gould (Goldblum) acaba de conseguir un puesto de poder en el estudio, y su segundo de a bordo, Charlie Fox (Spacey), cuyo trabajo ha consistido en lamerle el culo durante diez a?os, le trae en bandeja de plata el negocio de sus vidas: producir una buddy movie con el Bruce Willis del momento. El primer acto contiene los ritmos verbales (y f¨ªsicos) m¨¢s veloces desde que Hawks marc¨® con metr¨®nomo los di¨¢logos de His Girl Friday: no puedes quitar el ojo ni el o¨ªdo del extraordinario stacatto entre Goldblum y Spacey. Estamos en un teatro ingl¨¦s (m¨¢s ingl¨¦s, imposible), pero esto es el cielo de Broadway: energ¨ªa, t¨¦cnica y convicci¨®n qu¨ªmicamente puras. Mientras calculan el di¨¢metro de sus futuras piscinas, entra en juego Karen (Clifford), la nueva secretaria. Para lig¨¢rsela, Gould le encarga el urgent¨ªsimo informe de un mamotreto sobre el fin de la civilizaci¨®n occidental, que la muchacha ha de llevarle a su casa esa misma noche. El segundo acto es un radical cambio de ritmo y de tono. Contra todo pron¨®stico, el c¨ªnico Gould queda desarmado por la presunta inocencia de Karen, que defiende apasionadamente la novela como "un canto sobre la necesidad de amar". Pregunta capital: ?Karen es una trepadora, una m¨ªstica new age o un ¨¢ngel redentor? Ese segundo acto siempre ha sido un problemazo por el dificil¨ªsimo equilibrio del personaje: para decirlo a la manera de Madonna, no ha de quedar claro, ni para Gould ni para nosotros, si la moza est¨¢ cantando Like a Virgin o Material Girl. El se?or Warchus, su director, nos la mete doblada con un ¨®rdago a la grande. El vestuario nada secretarial de Karen/Clifford inclina la balanza hacia la palmaria opci¨®n lagartona, y la casa de Gould, un picadero de lujo en Mulholland Drive, con hileras de velones afrodisiacos y cama redonda en el centro, parece optar, igualmente, por el sendero del m¨¢s descarado vodevil. Uno est¨¢ con la ceja m¨¢s esdr¨²jula que Arturo Fern¨¢ndez (o que Zapatero) hasta que Warchus logra lo impensable con un remate de alto riesgo: la moza, de pie en la cama, ba?ada por la luz blanqu¨ªsima de un ca?¨®n cenital que deja a Gould en una sombra megametaf¨®rica (noche oscura del alma, blablabl¨¢), culmina su discurso en un estado de trance que ni Juana de Arco con el fuego de la hoguera lami¨¦ndole las plantas. Hasta tal punto de que, a la ma?ana siguiente, tercer acto, un Gould m¨¢s vulnerable y desconcertado que nunca (ol¨¦ Goldblum) le dice a Fox que no promover¨¢ la buddy movie sino la temible alegor¨ªa apocal¨ªptica. Nueva pregunta: ?el tibur¨®n ha visto la luz en el abismo o sus sue?os son tan mediocres como ¨¦l? Charlie Fox no tiene tiempo de dilucidar esas sutilezas: hay demasiado dinero en juego. Como Teach en American Buffalo, Fox es el pragmatismo en estado salvaje. El perrillo se convierte en mast¨ªn, dispuesto a no dejar escapar su bocado, y Kevin Spacey desmonta las ansias de regeneraci¨®n espiritual de su jefe con la contundencia y la ferocidad de un abogado sure?o, culminando la faena con un ataque de c¨®lera creciente, imparable, arrasador: da m¨¢s miedito que cuando interpret¨® al psic¨®pata de Seven. Despejado el camino a la cima, y tras aniquilar a Karen con sus propias armas, Fox y Gould brindan por su venturoso futuro: una interminable ristra de infectas y millonarias buddy movies. La funci¨®n es un trueno, y cuando cae el imaginario tel¨®n todo el p¨²blico se pone en pie, rugiente de entusiasmo, cosa poco frecuente en las pasionales pero un tanto circunspectas plateas del Reino Unido. Reserven ya, que est¨¢ hasta abril.
Speed-the-plow. Teatro The Old Vic. The Cut. Londres. Hasta el 26 de abril.
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