Ebrio de Nueva York
Me persegu¨ªa el enigma desde que Monterroso dijera en Viaje al centro de la f¨¢bula que "cr¨®nicas de viaje como New York de Brendan Behan son la m¨¢xima felicidad". Durante largo tiempo estuve pregunt¨¢ndome qui¨¦n diablos ser¨ªa aquel Behan y d¨®nde encontrar su libro. Y recuerdo que, siempre que ve¨ªa a Monterroso, me olvidaba de pregunt¨¢rselo. Y recuerdo tambi¨¦n que, un d¨ªa, cuando menos lo esperaba, hall¨¦ el nombre de Brendan Behan en una nota period¨ªstica sobre hu¨¦spedes famosos del hotel Chelsea de Nueva York. Pero all¨ª de Behan dec¨ªan tan s¨®lo que hab¨ªa sido un brillante escritor irland¨¦s que sol¨ªa describirse a s¨ª mismo como "alcoh¨®lico con problemas de escritura". Tan escasa informaci¨®n agrand¨® a¨²n m¨¢s el enigma de aquel santo bebedor, hasta que un d¨ªa descubr¨ª a Behan camuflado tras el personaje del charlat¨¢n Barney Boyle en la barra de un pub en El secreto de Christine, novela escrita por John Banville con el seud¨®nimo de Benjamin Black. A¨²n sorprendido por el hallazgo, me dediqu¨¦ a espiar el ambiente en el que se mov¨ªa aquel Boyle, contrafigura de Behan: atm¨®sfera de niebla, estufas de carb¨®n, vapores de whisky y humo viciado de cigarrillo. Y me lleg¨® la impresi¨®n de que cada vez estaba m¨¢s cerca del aut¨¦ntico Behan. No me equivocaba. La semana pasada entr¨¦ en una librer¨ªa y, como si hubiera estado all¨ª esper¨¢ndome toda la vida, di de pronto con Mi Nueva York.
Mi Nueva York
Brendan Behan
Traducci¨®n de Julio Lav¨ª
Marbot. Barcelona, 2008
160 p¨¢ginas. 15,50 euros
Ingenioso mon¨®logo, el libro de Brendan Behan es un soliloquio tan emotivo como humor¨ªstico sobre la ciudad de Nueva York, a la que el autor consideraba el lugar m¨¢s fascinante del mundo. Nada pod¨ªa compararse a esa el¨¦ctrica ciudad, el centro del universo. El resto era silencio, flagrante oscuridad. "Despu¨¦s de haber estado en Nueva York", dec¨ªa Behan, "cualquier persona que regrese a casa forzosamente tendr¨¢ que encontrar bastante oscuro su lugar de origen". Y as¨ª Londres, por ejemplo, ten¨ªa que parecerle al londinense, llegando de Nueva York, "una gran tarta aplastada de suburbios de ladrillo rojo, con una pasa en medio que ser¨ªa el West End".
Mi Nueva York, que Behan escribi¨® al final de su vida, es un recorrido por el infinito genio del paisanaje de una ciudad de felices destellos humanos. Behan escribi¨® su libro en el hotel Chelsea, cuando ya estaba muy alcoholizado, a principios de los sesenta. Eran d¨ªas de twist y madison, pero tambi¨¦n de incipiente revoluci¨®n. Unos a?os antes, el gal¨¦s Dylan Thomas se hab¨ªa presentado en el Chelsea en la noche del 3 de noviembre de 1953 anunciando que hab¨ªa tomado dieciocho whiskies seguidos y que aquello le parec¨ªa todo un r¨¦cord (muri¨® seis d¨ªas despu¨¦s). Pasados unos diez a?os, como si del mism¨ªsimo "barco ebrio" del poema de Rimbaud se tratara, "arrojado por el hurac¨¢n contra el ¨¦ter sin p¨¢jaros", el irland¨¦s Behan iba a presentarse tambi¨¦n en aquel hotel en condiciones tan beodas como las del gal¨¦s, y ser¨ªa auxiliado por Stanley Bard, el due?o del Chelsea, que le dar¨ªa alojamiento a ¨¦l y a su mujer, aun sabiendo que al escritor le hab¨ªan echado de todos los hoteles. El gran Stanley Bard sab¨ªa que si hab¨ªa alg¨²n lugar donde Behan podr¨ªa volver a escribir era el Chelsea. Y as¨ª fue. El hotel de la calle veintitr¨¦s, que siempre fue considerado un lugar propicio para la creatividad, se revel¨® crucial para Behan, cuyo libro fue redactado -sospecho que en realidad fue dictado- en la misma galer¨ªa en la que viviera Dylan Thomas.
El libro habla de la ebriedad natural que le provocaba a Behan aquella en¨¦rgica ciudad en la que, al caer la tarde -seguramente la tarde de su propia vida-, se le hac¨ªa siempre patente que a fin de cuentas lo ¨²nico importante en este mundo es "tener algo que comer y algo que beber y alguien que te quiera". En cuanto al estilo del libro, podr¨ªa sintetizarse as¨ª: escribir y olvidar. Los dos verbos suenan como un eco de la conocida relaci¨®n entre beber y olvidar. El propio Behan, que ten¨ªa muy poco de administrador de palabras, dice haberse decantado por esta opci¨®n-express: "Habr¨¦ olvidado este libro mucho antes de que vosotros hay¨¢is pagado vuestro dinero por ¨¦l".
Aunque irland¨¦s, Behan no era administrador de nada, si acaso la excepci¨®n a la regla de aquella afirmaci¨®n de Paul Morand de que Nueva York pertenece a los jud¨ªos, los irlandeses la administran, y los negros la gozan. Porque lo ¨²ltimo que Brendan Behan deseaba hacer era administrar algo de su amada ciudad. Tal vez por eso su estilo en Mi Nueva York est¨¢ hecho de opiniones que son como disparos sin ¨¢nimo de ser administrados m¨¢s all¨¢ del disparo mismo, de descargas o juicios deliberadamente furtivos acerca de todo el personal humano que ten¨ªa a su alcance: los negros, escoceses, camareros, homosexuales, jud¨ªos, taxistas, beatniks -no tiene desperdicio su amable disparo sobre Kerouac-, financieros, latinos, chinos y, por supuesto, los irlandeses, que andaban en clanes familiares por toda la ciudad vigil¨¢ndose los unos a los otros y creando una sensaci¨®n ¨²nica de vida, como si ¨¦sta fuera tan s¨®lo una balada sobre la lluviosa tierra natal.
A lo largo de Mi Nueva York, en ning¨²n momento olvida la energ¨ªa de sus maestros literarios: "Shakespeare lo dijo todo muy bien, y lo que se dej¨® por decir lo complet¨® James Joyce". Precisamente, su forma de acercarse a cada uno de los bares de Nueva York recuerda a esa escena de la biblioteca en el Ulises de Joyce, cuando declina el d¨ªa y el decorado y las personas externas a Stephen empiezan a disolverse en su percepci¨®n, tal vez porque las bebidas que ha tomado en el almuerzo y la excitaci¨®n intelectual de la conversaci¨®n, entre trivial y anodina, de la biblioteca, las va haciendo alternativamente m¨¢s n¨ªtidas o m¨¢s borrosas. As¨ª tambi¨¦n, con alternativas di¨¢fanas o difusas, van apareciendo en el libro de Behan, seg¨²n el grado de su entusiasmo privado, los bares del Nueva York de principios de los a?os sesenta. Y los nombres, a modo de fascinante y perturbadora letan¨ªa sagrada, van cayendo, inexorables, legendarios: McSorley's Old Ale House, Ma O'Brien's, Oasis, Costello's, Kearney's, Four Seasons, y el Metropole de Broadway, donde naci¨® el twist.
Con tan esencial y sacra letan¨ªa, ?c¨®mo no acompa?ar felices el mon¨®logo de este gran enamorado, de este gran ebrio de Nueva York, a lo largo de su recorrido por las calles de la ciudad adorada? Yo le¨ª el libro como si estuviera en una mesa junto a la puerta de hierro del asombroso Oakland, el bar de la esquina de Hicks con Atlantic de Ll¨¢mame Brooklyn, la novela de Eduardo Lago. Y hacia al final, al caer la tarde, hasta cre¨ª vivir con Brendan Behan ese momento irrepetible y oscuro que no se olvida, ese instante entre joyceano y elegiaco en el que los ensue?os del escritor absorben paulatinamente el mundo que tiene alrededor mientras se desvanece la luz diurna y se acumulan las impresiones del d¨ªa en una armon¨ªa de sonidos urbanos y una mezcla conmovedora de sentimientos y luz declinante que llega hasta las mismas puertas del Chelsea, donde nunca apagan la luz.
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