Los monstruos dormidos de Bomarzo
La novela de Manuel Mujica L¨¢inez y una ¨®pera de Alberto Ginastera reclaman un hueco en el equipaje para una visita al jard¨ªn manierista italiano
Los reencuentros con la memoria literaria, y en menor medida con la musical, condicionan irresistiblemente una visita al jard¨ªn de los Monstruos de Bomarzo en nuestros d¨ªas. Una historia del Renacimiento, la del pr¨ªncipe Pier Francesco Orsini, es recreada -o m¨¢s bien reinventada- por Manuel Mujica L¨¢inez en una novela m¨ªtica para una generaci¨®n, y a partir de ella el compositor Alberto Ginastera compone una ¨®pera de recorrido accidentado, con primeras paradas en Washington y Nueva York, y con censura en su etapa inicial en el teatro Col¨®n por la dictadura argentina, debido, en palabras del cardenal Caggiano, entonces arzobispo de Buenos Aires, a su "visi¨®n horrenda de abyecciones morales que no quiero nombrar". Uno puede viajar a Bomarzo sin tener en cuenta la existencia de Mujica L¨¢inez o Ginastera, y recrearse en la contemplaci¨®n del manierista espacio escult¨®rico al aire libre de mediados del XVI e incluso, en una mirada bajo los par¨¢metros de la Historia del Arte, extender el viaje a la cercana Bagnaia y all¨ª establecer las comparaciones pertinentes con el jard¨ªn geom¨¦trico y renacentista a la italiana de Villa Lante. Los separan unos pocos a?os y son dos concepciones tan distintas de la arquitectura paisajista que parecen haber transcurrido siglos entre una y otra. La opci¨®n de viajar con los fantasmas culturales de la memoria no es, sin embargo, desaconsejable. Hay aspectos de di¨¢logo en el tiempo, de b¨²squeda de inmortalidad, de acercamiento a otras mentalidades, que siempre flotan en la filosof¨ªa de un viaje, y en estas asociaciones las referencias intelectuales y vitales de algunos que estuvieron antes nunca est¨¢n de m¨¢s. Y no precisamente por imitaci¨®n de unos modelos, sino m¨¢s bien como contraste. Mujica L¨¢inez asumi¨® en su novela sobre Bomarzo las vicisitudes de sus personajes, convirti¨¦ndose en una continuaci¨®n de Pier Francesco Orsini varios siglos despu¨¦s. Ginastera dio a la aventura una vuelta de tuerca musical. El viajero hoy puede compartir con ellos sus vivencias creativas o dejarlas al lado. O procurarse otros est¨ªmulos. Es cuesti¨®n de hacer las cosas con mayor o menor complejidad, pero resulta atractivo enriquecer la realidad m¨¢s puramente f¨ªsica con las huellas de la imaginaci¨®n creadora.
Piedras dormidas. Unas treinta esculturas, o espacios escult¨®ricos, alimentan cada d¨ªa los rincones m¨¢s ocultos de la imaginaci¨®n
La familia Bettini recuper¨® este perdido conjunto art¨ªstico sumido durante mucho tiempo en el abandono
Los jardines tienen sus lenguajes ocultos. Y sus met¨¢foras. "El jard¨ªn no es un lugar de soledad", dijo en cierta ocasi¨®n Jos¨¦ ?ngel Valente, "sino un lugar de di¨¢logo apacible generado en estancias de soledad. Es el lugar donde se consuma la reunificaci¨®n del hombre y las cosas, de la naturaleza y la cultura". Di¨¢logos apacibles, encuentros entre naturaleza y cultura: el poeta nos da pistas sobre un posible camino de acercamiento. El director de orquesta William Christie manifiesta sus inquietudes en otras direcciones. Es un "loco" de la jardiner¨ªa. F¨ªjense que a su experiencia con j¨®venes cantantes la denomina "el jard¨ªn de las voces". En una entrevista para Le Monde en 2004, el gran gur¨² de la interpretaci¨®n de la m¨²sica antigua afirm¨® que conocer un jard¨ªn implica "reconocer su valor arquitect¨®nico, bot¨¢nico, est¨¦tico, hist¨®rico; el jard¨ªn es un arte fr¨¢gil, ef¨ªmero y que desaf¨ªa al tiempo. Como la m¨²sica". Otro compa?ero de complicidades.
Cuando en una ma?ana de invierno llegamos a Bomarzo, con todos los fantasmas de la memoria revoloteando, llov¨ªa a mares. Las condiciones de luz y misterio no pod¨ªan ser m¨¢s ventajosas. A los jardines y bosques con creaciones est¨¦ticas incorporadas les favorecen las iluminaciones naturales matizadas, lo mismo que la "sombra de la tarde" (en el Museo Guarnacci de Volterra hay una escultura etrusca con esta denominaci¨®n que anuncia ya a Giacometti). El jard¨ªn de los Monstruos de Bomarzo se encuentra en la zona norte de la regi¨®n de Lazio, en ambiente de "soledades etruscas", como canta en la ¨®pera el personaje del duque jorobado, una criatura que hereda signos de Rigoletto y Wozzeck, digamos de paso. Viterbo no est¨¢ lejos, a unos veinte kil¨®metros, y tampoco Tuscania, con la imponente bas¨ªlica rom¨¢nica de San Pedro, ni Orvieto, con su espectacular catedral y el asombroso pozo de San Patricio. Pero el complemento etrusco de la regi¨®n m¨¢s asombroso es Tarquinia con las tumbas de la necr¨®polis de Monterozzi. Por all¨ª recalaron tambi¨¦n Mujica L¨¢inez y sus amigos, y sobre ellas escribi¨® D. H. Lawrence un relato conmovedor en Etruscan Places. Hay mucha belleza acumulada entre Florencia y Roma, que comparten las regiones de Toscana, Umbria y Lazio.
El Sacro Bosque de Bomarzo abre desde las ocho y media de la ma?ana hasta el tramonto. El edificio de recepci¨®n de visitantes es poco simp¨¢tico. Souvenirs de dudoso gusto, m¨¢quinas de juegos electr¨®nicos. Si usted pregunta por la novela de Mujica L¨¢inez le mirar¨¢n con resignaci¨®n, si hace alusi¨®n a la ¨®pera de Ginastera es posible que avisen a los carabinieri por infundir sospechas. En Bomarzo, Ginastera pr¨¢cticamente no existe hoy. Tampoco se ha estrenado su ¨®pera sobre el parque de los Monstruos en Italia. Kiel, Z¨²rich y Londres tomaron la delantera en Europa. En Espa?a ya se sabe que los teatros de ¨®pera miran poco hacia Am¨¦rica.
Piedras dormidas. Unas treinta esculturas, o espacios escult¨®ricos, mantienen el sue?o de Bomarzo y alimentan cada d¨ªa los rincones m¨¢s ocultos de la imaginaci¨®n. Algunas tienen nombres alusivos a su condici¨®n figurativa: el ogro, el drag¨®n, el elefante, las esfinges. Otras desprenden un marcado car¨¢cter narrativo como La lucha entre gigantes, o incitan al simbolismo como el grupo formado por una tortuga, una mujer y una ballena. Las hay de nombre propio como Pegaso, Venus, Neptuno o Proserpina. Mueve a la sonrisa la juguetona Casa inclinada y al recuerdo de la infancia La ninfa dormida o Bella durmiente. La familia Bettini recuper¨® este perdido conjunto art¨ªstico sumido durante mucho tiempo en el abandono. Y contribuy¨® de forma decisiva a este ejercicio de recuperaci¨®n de la memoria Mujica L¨¢inez, y hasta una soprano espa?ola, Isabel Penagos, que cant¨® el personaje de Julia Farnese de la ¨®pera de Ginastera en Washington, Nueva York o Buenos Aires. Pocas veces a la inmortalidad se llega tan directamente por la v¨ªa de la fantas¨ªa. -
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