"Apuesto a que en cinco a?os habr¨¢ mujeres curas"
En el Vaticano hay abierto un dossier con el r¨®tulo Expediente Padre ?ngel. El fundador de Mensajeros de la Paz lo dice como quien cuenta una trastada. "Nunca he tenido problemas con Roma, es como si una hormiga se quisiera enfrentar a un elefante". Acaba de apostar una comida con su bi¨®grafo, el periodista Jes¨²s Bastante Li¨¦bana -El padre ?ngel, mensajero de la Paz, editado por La Esfera de los Libros-, a que Benedicto XVI admitir¨¢ pronto el sacerdocio femenino. "Un d¨ªa en que se levante con un buen pie, dir¨¢: 'Hasta aqu¨ª hemos llegado'. Me apuesto a que antes de cinco a?os lo hace".
?De d¨®nde saca este hombre las fuerzas? Cumple ahora 71 a?os, tiene serios problemas de coraz¨®n y un c¨¢ncer de colon, pero viaja cada mes a Irak o adonde haya una tragedia, con ayuda o para traerse ni?os para operarlos en hospitales "como Dios manda". Esta ma?ana llega antes de tiempo a la cita en la Casa de Asturias en Madrid, con el entusiasmo de quien regresa a casa. A?oranzas de su tierra, donde fund¨® Mensajeros de la Paz en 1962 con el apoyo del cardenal Taranc¨®n. Le dieron el Premio Pr¨ªncipe de Asturias de la Concordia en 1994.
El fundador de Mensajeros de la Paz inspira desconfianza en el Vaticano
Pero la Casa de Asturias cierra hoy, as¨ª que Padre ?ngel (todo el mundo le llama as¨ª) decide esperar en la calle, muerto de fr¨ªo. Nos cobijamos en el caf¨¦. Churros y caf¨¦ con leche. Y sobre todo, charla. Habla deprisa. Vive deprisa. Cree que la enfermedad le conceder¨¢ poco tiempo. Lo dice como si nada. Y no para de sonre¨ªr, incluso cuando se pone serio.
Acostumbrado a embridar a poderosos de toda condici¨®n, reconoce que se deja llevar por arrebatos. "A veces es mejor pedir perd¨®n que pedir permiso", dice. Pero ya est¨¢ fuera del alcance de pedradas irreparables. Hace a?os le pidieron que se hiciera cargo de un reformatorio en Granada. Fue a visitarlo y, entre otras miserias, vio que "a los ni?os les daban bellotas para comer, como a los cerdos". Cogi¨® unas cuantas, se las meti¨® en el bolsillo de la chaqueta y nada m¨¢s llegar a Madrid envi¨® cuatro paquetes: a la casa real, al presidente Su¨¢rez, al ministro de Justicia y al presidente del Consejo de Menores. Les dec¨ªa: "?stas son las bellotas que comen mis hijos. Se las mando para ver si se las comen los suyos". Uno de sus lemas lo tom¨® de Cantinflas: "Yo no quiero que se acaben los ricos: lo que quiero es que se acaben los pobres".
Tambi¨¦n se enoj¨® mucho cuando los obispos erigieron una estatua "muy cara" a Juan Pablo II, a¨²n vivo, frente a la catedral de la Almudena, en Madrid. Escribi¨® tres cartas "un poco desabridas", reconoce: al alcalde, al cardenal Antonio Mar¨ªa Rouco y al Papa. "Me parec¨ªa una barbaridad gastar dinero de los fieles en un monumento, en lugar de dedicarlo a las hermanas de Calcuta".
Tir¨® a la papelera la carta al alcalde, y la que escribi¨® a Rouco tambi¨¦n la rompi¨®, "para no buscar problemas". "Pero la del Papa s¨ª que la envi¨¦, convencido de que nadie la iba a leer". La leyeron. Un monse?or le dijo: "El Papa y yo estamos muy enfadados contigo". "?Conmigo?, ?pero qu¨¦ os he hecho?". La carta. Pensando arreglarlo, prometi¨® escribir a Juan Pablo II y, aparte de buenas palabras, meterle en el sobre 5.000 pesetas "para el dichoso monumento". A cambio, ped¨ªa que se rompiese la misiva anterior. Y el monse?or: "En Roma no se destruye nada. Adem¨¢s, t¨² tienes aqu¨ª un expediente as¨ª de gordo".
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