El Partido Popular y la gente normal
Raymon Carver tiene un libro titulado De qu¨¦ hablamos cuando hablamos de amor, y bien podr¨ªamos preguntarnos de qu¨¦ hablan ciertos pol¨ªticos de la derecha espa?ola cuando hablan de normalidad. Ellos dicen representar a la gente com¨²n, la gente de la calle, las personas normales. Pero, ?sabemos a qu¨¦ se refieren? Tengo un amigo m¨¦dico que, en una pausa de su consulta, sorprendi¨® la conversaci¨®n de dos compa?eras. "Hija, le dec¨ªa una a la otra, hay qu¨¦ ver que poca gente normal queda en el mundo. Gente como t¨² y yo, sencilla, sin dobleces". Eran dos aut¨¦nticas v¨ªboras, y cualquier motivo les parec¨ªa bueno para maltratar a los pobres pacientes, pero ellas se sent¨ªan las ¨²ltimas representantes de una especie amenazada, la especie de las personas normales y corrientes.
El verdadero lema que conviene a sus conductas es: "Antes muertos que sencillos"
?Es Manuel Pizarro, el fichaje estrella, el prototipo del hombre com¨²n?
The Beatles compusieron en los a?os sesenta una canci¨®n titulada Eleanor Rigby. En ella hablaban de esa gente que anda por el mundo sin saber ad¨®nde ir. Gente solitaria que no entiende gran cosa de lo que les pasa. ?Se refiere a ella Mariano Rajoy cuando una y otra vez insiste en representar a las personas humildes y sencillas? Pero ?las personas que acuden a las manifestaciones convocadas por Alcaraz o por monse?or Rouco, y a las que canta el inefable Kiko Arg¨¹ello, son de verdad as¨ª? Sinceramente, no creo que los Beatles, cuando compusieron su hermosa canci¨®n, estuvieran pensando en ellas.
Dicen que no se deben mezclar las manzanas con las peras, piensan en cr¨ªmenes abominables cuando s¨®lo se trata de evitar el sufrimiento de los agonizantes, persiguen las uniones de los que no son como ellos, se oponen a que se impartan en la escuela asignaturas que hablan de los valores democr¨¢ticos, y quieren impedir a las mujeres que decidan sobre los hijos que, muy a su pesar, no pueden tener. ?stas son algunas de las cosas contra las que se alzan con vehemencia las llamadas personas normales.
Durante el franquismo vivimos una apolog¨ªa semejante de la gente normal. Se nos dec¨ªa que aquel r¨¦gimen s¨®lo era implacable con los que ten¨ªan algo que ocultar, los que estaban llenos de perversas intenciones; y que la gente sencilla, amante del orden, pod¨ªa estar perfectamente tranquila. No estoy hablando del pasado, pues tanto Mayor Oreja como Fraga Iribarne han coincidido estos d¨ªas en celebrar el franquismo como un tiempo de orden y prosperidad. Un tiempo hecho a la medida de los espa?oles de bien, las familias cristianas, la gente que ama las ma?anas soleadas del domingo, ir con los ni?os de paseo, los amores para siempre, la ropa reci¨¦n planchada, los sentimientos limpios. Pero ?esa gente es de verdad tan candorosa y sencilla como ellos mismos aseguran ser?
?Lo son, por ejemplo, nuestros obispos? Me cuesta reconocerlo, sobre todo cuando pienso en los que conoc¨ª en mi infancia y mi adolescencia. Prohib¨ªan a las parejas acariciarse, pon¨ªan ceniza en las frentes de los ni?os, imped¨ªan a las reci¨¦n paridas que asistieran a los bautizos de sus hijos por considerarlas impuras. ?De verdad estas cosas son expresi¨®n de un pensamiento lleno de poes¨ªa, generoso, sin dobleces?
En su reciente libro de memorias, Esther Tusquets nos cuenta c¨®mo siendo una ni?a vio arrojar a un conocido miembro de la burgues¨ªa catalana la sopera a una pobre muchacha que no le hab¨ªa servido como deb¨ªa. Y yo pens¨¦ al leer estas p¨¢ginas en una historia de san Agust¨ªn. Una noche sinti¨® a un ladr¨®n merodeando en el huerto y se llen¨® de angustia por que pudiera hacerse da?o al volver a saltar en su fuga una tapia tan alta. Pero san Agust¨ªn era un verdadero santo: carec¨ªa de orgullo y se interesaba hasta por lo que pudiera haber en el coraz¨®n de un ladr¨®n. Eso es ser educado, abrir un espacio sin da?o donde el otro pueda aparecer y contarnos su historia; un espacio de escucha. San Agust¨ªn nunca habr¨ªa arrojado la sopera a una pobre muchacha, pero tampoco hubiera dado un euro a una periodista inc¨®moda o metido un bol¨ªgrafo en el escote de una locutora demasiado sagaz como han hecho insignes representantes del Partido Popular.
Creo sinceramente que los asesores de este partido se han equivocado con el lema de su campa?a. Hay otro que les conviene mucho m¨¢s, y que tomo para ellos del estribillo de una canci¨®n que se hizo muy popular hace un par de a?os. Podr¨ªa verse la escena del euro o del bol¨ªgrafo, o, mejor a¨²n, una grabaci¨®n de aquella jornada ¨¦pica en que todo el PP aplaudi¨® a rabiar y entre risas su triunfo en la votaci¨®n que autorizaba la guerra de Irak (una guerra en la que habr¨ªan de morir miles de personas inocentes, y que ha condenado a la barbarie a un pa¨ªs entero) y que enseguida apareciera en la pantalla, en letras azules, junto a su querida gaviota, que, por cierto, no tiene la culpa de nada, el lema que de verdad conviene a sus conductas: "Antes muertos que sencillos".
Los ejemplos podr¨ªan multiplicarse. Podr¨ªa utilizarse la imagen de Arias Ca?ete haciendo sus recientes declaraciones sobre la bondad de los antiguos camareros; la de ese futuro senador del PP, cuyo nombre he olvidado con gusto, hablando de lesbianas y homosexuales; o la del consejero Lamela reafirm¨¢ndose en su persecuci¨®n indigna a un m¨¦dico que s¨®lo ha cumplido con su deber.
A¨²n m¨¢s, ?se imaginan a una multitud marchando tras los pasos de Alcaraz o de monse?or Rouco al grito de "antes muertos que sencillos?" Ser¨ªa un espect¨¢culo tan irresistible que ser¨ªa dif¨ªcil no terminar sum¨¢ndose a esa ardiente marea humana.
Quien ocupar¨ªa un lugar preferente en medio de ese ardor ser¨ªa Manuel Pizarro, el fichaje estrella del Partido Popular. Prototipo del hombre com¨²n, campechano, que se ha hecho a s¨ª mismo, hace unos d¨ªas declar¨® que de pedir algo a nuestro presidente, le pedir¨ªa la voz de su mujer. Ella canta en un coro y nuestro gran amasador de fortunas, ejemplo moral de tanta gente de bien, le reprochaba que hubiera faltado por esa causa a no s¨¦ qu¨¦ acto oficial. Expresaba as¨ª el audaz pensamiento, propio de la m¨¢s alta escuela de filosof¨ªa, de que lo que tiene que hacer una primera dama, en vez de cantar en un coro, es casar a sus hijas en El Escorial. Antes muerto que sencillo, ?a que tambi¨¦n podr¨ªa rezar as¨ª el lema de su campa?a?
?De qu¨¦ hablamos entonces cuando hablamos de normalidad? No creo que nadie lo sepa. De hecho, lo normal es andar perdido, carecer de certezas, no saber qu¨¦ hacemos aqu¨ª; preguntarse por qu¨¦ mueren las cosas, los amores se rompen o traicionamos a los que queremos. Ver en las dudas y perplejidades de los otros nuestras propias dudas y perplejidades. Lo normal, si me apuran, es querer cantar en un coro. Reunirse con los que andan tan confundidos como nosotros y ponerse a cantar con ellos la canci¨®n m¨¢s triste que quepa imaginar. Por ejemplo, Eleanor Rigby, esa canci¨®n que habla de la gente solitaria, silenciosa y amable.
Para ser sincero, no creo que ese hombre normal al que dicen representar Mariano Rajoy, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar o Esperanza Aguirre sea una criatura menos fant¨¢stica que aquella larga lista de seres desfigurados, vampiros, hombres lobos o mujeres panteras, que poblaban nuestros temores y goces infantiles. Pero ?saben d¨®nde se juega la diferencia entre unas personas y otras? En el tipo de compa?ero imaginario que eligen para su coraz¨®n. Y qu¨¦ quieren que les diga, entre ese autosatisfecho e irritable hombre de bien que reivindica nuestra derecha y el hombre de las nieves, me quedo sin dudar con este ¨²ltimo. Con mi querido y pobre yeti, mi hermano solitario en el pa¨ªs de las nieves eternas.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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