Presencia lejana de Mompou
Desde mi asiento en el auditorio de la Fundaci¨®n Juan March puedo ver de cerca las manos del pianista Javier Perianes, que est¨¢ tocando la M¨²sica callada de Frederic Mompou. Mientras la derecha pulsa unas notas tenues muy separadas entre s¨ª la izquierda se dobla hacia arriba por encima de la mu?eca y los dedos se curvan como para apresar cautelosamente algo, o para dibujar una forma invisible o un gesto de una danza. Las manos del pianista tocan la m¨²sica que se oye, pero tambi¨¦n, con esos gestos encima del teclado, repetidos en el espejo negro del piano, parece que tocan, o rozan, o sugieren, la otra m¨²sica, la m¨²sica callada que Mompou persigue en San Juan de la Cruz: ...la m¨²sica callada / la soledad sonora / la cena que recrea y enamora. Es importante el ¨²ltimo verso de la estrofa: en el recogimiento que sugieren lo mismo San Juan que Mompou, en su misticismo de una contemplaci¨®n tan absorta que parece detener el tiempo, no s¨®lo hay soledad, sino tambi¨¦n complacencia, la cena que recrea y enamora, un deleite pasional so?ado o compartido, un disfrute de las cosas que est¨¢n en el presente o que se recuerdan, resonando en la conciencia como la nota que la mano ya no est¨¢ tocando resuena todav¨ªa en el aire.
Las manos del pianista tocan la m¨²sica que se oye, pero tambi¨¦n parece que tocan, o rozan, o sugieren, la otra m¨²sica, la m¨²sica callada que Mompou persigue en San Juan de la Cruz
Deseaba hacer m¨²sica con las menos notas posibles. La contenci¨®n y la reserva con que ¨¦l mismo defini¨® su m¨²sica se corresponder¨ªan con su extremada timidez personal
No sin remordimiento he salido de mi cuarto esta tarde para venir al concierto, a una hora en la que se me ha ido imponiendo sin que yo me lo propusiera la costumbre de trabajar. Tan sumergido en lo que hago que no me llegan los ruidos del jard¨ªn ni los de la calle, y que me olvido de poner m¨²sica o de escucharla al azar en la radio. Pero a Mompou no lo asocio al espacio p¨²blico de una sala de concierto, sino a la intimidad de este cuarto que ahora, desde hace meses, no abandono nunca por las tardes. Es s¨®lo aqu¨ª donde he escuchado muchas veces la M¨²sica callada en el disco que grab¨® Javier Perianes har¨¢ dos a?os para Harmonia Mundi. Tan exactamente se corresponde con el espacio de mi cuarto que se me hace raro escucharla en otra parte, esforz¨¢ndome por aislarme de las presencias ajenas con las que esta m¨²sica rigurosa parece incompatible, con las toses que arruinan silencios, con esa se?ora de la primera fila que no resiste cada pocos minutos a la tentaci¨®n de explorar sin ¨¦xito el interior de una bolsa de pl¨¢stico, tanteando recipientes sucesivos, el ¨²ltimo de los cuales, como despu¨¦s se descubre, era el envoltorio de un caramelo. Muy joven, vestido de negro, Javier Perianes parece un pianista zen. Mientras las dos manos se quedan en suspenso en el aire al final de una de esas piezas tan breves se vuelve hacia la se?ora y se la queda mirando con una expresi¨®n admirable de resignaci¨®n y fastidio, casi de desaf¨ªo. Pero enseguida se olvida de ella, con la serenidad budista que habr¨¢ adquirido estudiando esta m¨²sica, que exigir¨¢ a su int¨¦rprete un grado monacal de concentraci¨®n y disciplina, manos capaces de tocar cosas que no llegan a escucharse y un o¨ªdo como el que ser¨ªa necesario para percibir aquella palmada de una sola mano a la que alude otro maestro del decir callando, J. D. Salinger.
Mompou dec¨ªa que deseaba hacer m¨²sica con las menos notas posibles. Sus testimonios escritos son tan breves, tan entrecortados, como sus composiciones, y dejan una sensaci¨®n parecida de enigma, de presencia lejana, seg¨²n dice Vladimir Jank¨¦l¨¦vich en el ensayo clarividente que le dedic¨®. En la Barcelona wagneriana de su primera juventud opt¨® por la refinada concisi¨®n de Debussy y de Gabriel Faur¨¦, por la iron¨ªa de Erik Satie. La contenci¨®n y la reserva con que ¨¦l mismo defini¨® su m¨²sica se corresponder¨ªan con su extremada timidez personal. Cosas no dichas, melod¨ªas inacabadas, frases que se detienen justo cuando parec¨ªa que empezaban a desplegarse: que se repiten, si acaso, en un tono diferente, como el reflejo inexacto de una figura en el agua. En 1909, con diecis¨¦is a?os, Mompou escuch¨® a Faur¨¦ tocando el piano en su Quinteto, y esa experiencia confirm¨® su vocaci¨®n. Unos a?os m¨¢s tarde lleg¨® a Par¨ªs con una carta de recomendaci¨®n para Faur¨¦ escrita por Enrique Granados. Esperaba en una antesala a que lo recibiera el maestro, con su carta en la mano, durante un tiempo que su timidez y su impaciencia hac¨ªan m¨¢s largo, y antes de que se abriera la puerta sali¨® huyendo. Vivi¨® entre Barcelona y Par¨ªs sin asentarse plenamente en ninguna de las dos ciudades, entre la ida y la vuelta, demasiado t¨ªmido o perezoso para tener una carrera de concertista -"este hijo tan bueno, pero tan holgaz¨¢n", al decir de sus padres-, demasiado poco adicto a las extensiones musicales germ¨¢nicas para entregarse a la composici¨®n de ¨®peras o sinfon¨ªas. Para apartarse de la guerra espa?ola se qued¨® en Par¨ªs; volvi¨® a Barcelona cuando los alemanes ocuparon Francia.
Debajo de la serenidad de esta m¨²sica hay violentas disonancias: su fluir lento se rompe a veces en una erupci¨®n de energ¨ªa. El laconismo de Mompou, su minimalismo, no es ¨¦se, tan afamado ahora, de quien dice muy poco porque no tiene nada que decir, confiando en que el silencio encubra con un simulacro de profundidad el vac¨ªo, o la simple sequedad del alma. Mompou es el digno profesor de casi cincuenta a?os que en 1941 forma parte del jurado de un concurso de piano y al terminar se acerca a una aspirante de poco m¨¢s de veinte y le dice, despu¨¦s de quitarse el sombrero, "Se?orita, he de manifestarle que usted es la que m¨¢s me ha gustado". Pero el arrebato, de alg¨²n modo, se detiene, como la pieza reci¨¦n comenzada con tanto br¨ªo que al cabo de un minuto ha quedado en suspenso, y el amor revelado de golpe al maestro casi cincuent¨®n y a la joven pianista se prolonga en un noviazgo est¨¢tico de diecisiete a?os, por la indecisi¨®n de ¨¦l, por la familia de ella, que no conf¨ªa en ese pretendiente viejo que no parece llegar a nada en la vida. Y cuando se casan, igual de enamorados a pesar del suplicio de una espera tan larga, es casi de cualquier manera, en una ermita perdida, aprovechando las colgaduras y las velas de una boda anterior, enredando de alg¨²n modo al fot¨®grafo de esa misma boda, que act¨²a de padrino en la suya...
Mientras escribo me ha estado acompa?ando la M¨²sica callada, tan familiar que en alg¨²n momento no la escuchaba, igual que no me he dado cuenta de que se hac¨ªa de noche. La tarde de laboriosa concentraci¨®n, tan id¨¦ntica a otras, ya est¨¢ en el pasado, como el concierto de Javier Perianes del que sal¨ª el otro d¨ªa confortado y feliz, absuelto por unas horas del trabajo, disfrutando de una noche casi de primavera anticipada. Pero la m¨²sica se repite intacta con s¨®lo apretar el mando a distancia, una presencia lejana que no pierde su destello, tan resistente en su liviandad que no se disuelve nunca en el tiempo.
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