La extra?a m¨²sica de Thomas Mann
Una nueva traducci¨®n de Los Buddenbrook, el relato del fulgor y el ocaso de una familia en la Alemania del XIX, y una serie retoman el inter¨¦s por la vida y la obra del escritor
Lo que se cuenta en Los Buddenbrook es el ascenso y la decadencia de una familia de la alta burgues¨ªa de Alemania a lo largo de cuatro generaciones en el siglo XIX. La serie de televisi¨®n Los Mann tambi¨¦n se centra en una familia, la del autor de la novela, y muestra c¨®mo algunos de sus miembros pasaron del esplendor al ostracismo. Un largo trecho de tiempo y unos cuantos personajes unidos por lazos de sangre para levantar acta, desde la intimidad de la alcoba a los escenarios del mundo, de las vicisitudes de un pa¨ªs. Y para proporcionar unas fin¨ªsimas herramientas con las que asomarse a lo que significa Europa. Thomas Mann es el hilo conductor. Public¨® Los Buddenbrook con 25 a?os, en 1901, y cuando le dieron el Premio Nobel, en 1929, fue esta novela la ¨²nica citada en la justificaci¨®n del jurado. Se trata de una imponente obra de m¨¢s de 800 p¨¢ginas, levantada con una meticulosa construcci¨®n formal y por la que avanza con una elegancia displicente la escritura de un maestro del estilo.
"A la fuerza ten¨ªa que ser raro un tipo que publica 'Los Buddenbrook' a los 25 a?os y que recibe el Nobel con 55. Su modernidad est¨¢ en la iron¨ªa. Por eso hacen falta traducciones que atrapen la frescura de su escritura", afirma Marisa Sigu¨¢n
"Mann no escribe nada por casualidad", explica Isabel Garc¨ªa Ad¨¢nez. Y lo que ha lastrado anteriores traducciones es un respeto demasiado reverencial a la figura del autor. "Ante dos opciones, siempre se ha elegido la palabra m¨¢s neutra"
El primer cap¨ªtulo de Los Buddenbrook es un despliegue de poder¨ªo. La familia, que se ha enriquecido con el comercio, acaba de comprar una nueva mansi¨®n situada en la Mengstrasse (que hoy es lugar de peregrinaci¨®n de los adictos a la obra de Mann), y ha invitado para celebrarlo a un grupo de amigos, todos ellos personas influyentes de L¨¹beck. El escritor es minucioso: en el sal¨®n de los paisajes, por ejemplo, gruesos y el¨¢sticos tapices cuelgan de las paredes con im¨¢genes que representan vastos e id¨ªlicos lugares y que combinan a la perfecci¨®n con la tapicer¨ªa amarilla de los muebles blancos lacados y con las cortinas de seda amarilla. Mediados de octubre de 1835, cae una fina lluvia. Van apareciendo los personajes. El abuelo Johann Buddenbrook tiene sentada en sus rodillas a su nieta Tony y bromea con ella. Todos est¨¢n elegantemente ataviados. Esperan visita.
En el ¨²ltimo cap¨ªtulo s¨®lo aparecen ocho mujeres de negro. Es un oto?o lluvioso de finales de la d¨¦cada de los setenta del siglo XIX, y se han reunido para despedir a Gerda, la mujer del hermano de Tony, que regresa a Amsterdam. Hace unos seis meses perdi¨® a su hijo, que muri¨® de tifus. Ya no hay lujo, ni esperan visitas. Tampoco bromean: recuerdan algunos episodios tristes y hablan de un vago futuro. Tony se ha convertido despu¨¦s de su segundo matrimonio en la se?ora Permaneder: "Mientras yo viva, nos mantendremos unidas las pocas que quedamos...", dice. "Y luego leeremos los papeles de la familia...".
Entre una escena y otra se desarrolla la historia de esa familia de L¨¹beck, una historia que siempre va a peor. Estamos en una ciudad comercial de mediano tama?o de la Alemania del siglo XIX, un pa¨ªs atrasado, gobernado por una burgues¨ªa conservadora y donde mandan las apariencias. Los vientos de la historia llegan tambi¨¦n all¨ª, y la novela da cuenta de su peculiar revoluci¨®n de 1848, ese a?o simb¨®lico en el que se desat¨® una tormenta en la Europa de entonces. En L¨¹beck se levantaron unos cuantos marineros y estudiantes y empleados y avanzaron decididos hacia el lugar donde estaba reunido el Consejo de la ciudad. Hab¨ªa casi tantos fuera como dentro del edificio. Como la cosa no avanzaba, algunos revolucionarios se pusieron a merendar pan con mantequilla. Por fin sali¨® el c¨®nsul Johann Buddenbrook. "?Qu¨¦ patochada es ¨¦sta?", les pregunt¨®. "Mire ust¨¦...", le contesta uno de los rebeldes, "ya est¨¢ bien y es que... estamos haciendo la revoluci¨®n".
Una revoluci¨®n que dura lo que dura un rapapolvos del c¨®nsul, pero que llega a afectar tanto a su suegro, tambi¨¦n presente en el Consejo y acaso el m¨¢s afectado por los ademanes de la turba, que esa misma noche muere a sus 80 a?os de un soponcio. As¨ª ocurren las cosas en Los Buddenbrook, y as¨ª las cuenta Isabel Garc¨ªa Ad¨¢nez, la responsable de la nueva traducci¨®n de la novela que acaba de publicar Edhasa. Exist¨ªa una versi¨®n anterior hecha en los cincuenta, pero hab¨ªa envejecido. "Se dice que las grandes obras deben volver a traducirse cada cincuenta a?os", explica en una cafeter¨ªa del barrio universitario de Madrid, "porque las lenguas van cambiando y lo que parec¨ªa natural hace un tiempo resulta hoy forzado". Lo dice porque insiste, una y otra vez, en que si alguien encuentra farragoso a Thomas Mann el responsable es el traductor. "Puede escribir, y lo hace con frecuencia, frases de m¨¢s de quince l¨ªneas, pero en alem¨¢n se leen con toda naturalidad. No hay impostaci¨®n en su voz, hay una fascinante claridad". Pura transparencia. Pero seguramente el reto m¨¢s dif¨ªcil para un traductor es justamente ¨¦se: "No desvirtuar el tono, no salirse nunca del registro que un autor ha elegido".
"Los Buddenbrook se puede leer como un gran culebr¨®n que cuenta la decadencia de una familia", comenta durante una conversaci¨®n telef¨®nica Marisa Sigu¨¢n, catedr¨¢tica de Literatura Alemana en la Universidad de Barcelona y asesora de Edhasa en su proyecto de recuperar, con nuevas traducciones si son necesarias, la obra de Thomas Mann. "Es posible que como retrato de una sociedad, la de la Alemania del XIX, resulte un poco lejana, pero hay ah¨ª una serie de obsesiones en las que explora el escritor que siguen siendo vigentes. La novela es un profundo autoan¨¢lisis de dos tendencias que conviven en su personalidad. De un lado, la energ¨ªa de la vida, que se convierte en su caso en una f¨¦rrea disciplina y en una gran dedicaci¨®n al trabajo; de otro, la tentaci¨®n de dejarse ir, de rendirse a la contemplaci¨®n, de precipitarse en la m¨²sica como si fuera una org¨ªa. Son temas que marcaron sus obras posteriores y que influyeron en el siglo XX y que, creo, siguen vigentes hoy".
Es necesario recuperar la iron¨ªa de Thomas Mann, dice Sigu¨¢n. "A la fuerza ten¨ªa que ser raro un tipo que publica Los Buddenbrook a los 25 a?os y que recibe el Nobel con 55. Era, adem¨¢s, un escritor un tanto decimon¨®nico, que cultivaba formas tradicionales a la hora de narrar. Su modernidad est¨¢ en la iron¨ªa. Por eso hacen falta traducciones que atrapen la frescura de su escritura". De eso se ha ocupado Isabel Garc¨ªa Ad¨¢nez, que ya hizo hace unos a?os una nueva versi¨®n de La monta?a m¨¢gica, otra de las obras maestras del escritor alem¨¢n.
"Thomas Mann no escribe nada por casualidad", explica Garc¨ªa Ad¨¢nez. Y lo que a ratos ha lastrado anteriores traducciones de sus obras es un respeto demasiado reverencial a la figura del autor. "Ante dos opciones, siempre se ha elegido la palabra m¨¢s neutra. Si un t¨¦rmino se puede traducir por simple y por simplona se elige simple. Pero resulta que ah¨ª Mann seguramente quiso decir simplona para caracterizar a una persona", comenta. Otro recurso para solemnizar al autor es utilizar palabras rebuscadas. "Mann no es todo el rato po¨¦tico, a veces es simplemente descriptivo. ?Por qu¨¦ entonces no decir s¨®lo que los coches pitaban en vez de hablar de un fragor?".
En Los Buddenbrook, Thomas Mann muchas veces lleva el naturalismo al l¨ªmite y, as¨ª, para dar cuenta del ambiente de la ciudad y definir a sus personajes los hace hablar en bajo alem¨¢n (Plattdeutsch), un dialecto que se utiliza en el norte frente a la lengua est¨¢ndar. "En esos casos, no me gusta utilizar dialectos del espa?ol para mostrar que est¨¢n hablando de distinta manera. Si lo que significa el bajo alem¨¢n es que hablan de una manera vulgar, lo que hago es buscar en espa?ol t¨¦rminos y giros equivalentes". Son el ust¨¦', el monta'o to, el ti¨¦' que ser y el en resum¨ª'as cuentas, entre otros, que utiliza en la novela la chusma revolucionaria de 1848, y del que se sirven otros muchos personajes en seg¨²n qu¨¦ situaciones. Los mismos Buddenbrook lo hacen cuando quieren tratar de manera c¨®mplice a sus sirvientes.
Tambi¨¦n Thomas Mann utiliza en algunos cap¨ªtulos el b¨¢varo, pero como es tan extra?o y eso es justamente lo que quiere contar el escritor, que es ininteligible, Garc¨ªa Ad¨¢nez transcribe las palabras originales. No ha traducido los nombres propios, que est¨¢n elegidos con intencionalidad ir¨®nica (el se?or Gr¨¹hnlich deber¨ªa ser el se?or Verdoso y la se?ora Weichbrodt, la se?ora Pan blando). Las notas est¨¢n reducidas a la m¨ªnima expresi¨®n para que la novela se lea sin interrupciones. Otra cuesti¨®n a la que ha sido muy sensible la nueva traducci¨®n es a los detalles, a la descripci¨®n de los gestos de los personajes (sol¨ªan obviarse) y a los di¨¢logos (es ah¨ª donde la anterior versi¨®n hab¨ªa envejecido peor). "Thomas Mann hace con el idioma cosas dificil¨ªsimas pero las hace como si fuera lo m¨¢s natural", cuenta Garc¨ªa Ad¨¢nez. "Lo controla todo". "Es sutil y fino". "Su alem¨¢n es un prodigio". Eso dice con entusiasmo.
Los Buddenbrook est¨¢ inspirada en la historia de la familia del propio escritor, y la ciudad y algunos personajes secundarios est¨¢n tomados directamente de la realidad. A muchos de los habitantes de L¨¹beck no les gust¨® c¨®mo quedaron, y se soliviantaron y fueron muy cr¨ªticos con la novela. En la serie Los Mann, que apareci¨® hace unos meses en C¨ªrculo de Lectores, hay un momento en que los habitantes de esa ciudad le reprochan a Thomas Mann el haberlos utilizado. "Me consideran un traidor", le dice all¨ª a un periodista que lo est¨¢ entrevistando. Le comenta que no se refer¨ªa a nadie, que s¨®lo son personajes de una novela, y poco despu¨¦s le confiesa: "Todos los personajes tienen algo de m¨ª".
El af¨¢n obsesivo por analizarse, la rigurosa disciplina de trabajo, las numerosas man¨ªas y la frialdad del escritor, su pasi¨®n por los j¨®venes, su coqueter¨ªa, las tensas relaciones con su hermano Heinrich (y sobre todo con la mujer de ¨¦ste) y con sus hijos, la dulzura y paciencia de Katia (la esposa de Thomas), que est¨¢ ah¨ª para reconducir las situaciones m¨¢s complicadas y en la que parece sostenerse todo. Eso, y mucho m¨¢s, es lo que cuenta Los Mann, una serie de tres cap¨ªtulos filmada por Heinrich Breloer y que, durante m¨¢s de cinco horas, consigue reconstruir los distintos lugares en los que vivieron el escritor y su familia.
Fulgor y ocaso. La historia de los Mann es, de alguna manera, la continuaci¨®n de la de los Buddenbrook. Estamos ya en el siglo XX y todo empieza con un escritor que ya es c¨¦lebre, que ha ganado el Premio Nobel y que es un referente indiscutible en las letras alemanas de su tiempo. Y hay por tanto un mont¨®n de a?os en que todo consiste en disfrutar de la gloria. En trabajar y en vivir con intensidad. Hasta que los nazis llegan en 1933 al poder. Es entonces cuando todo empieza a torcerse.
Thomas y Katia, ya se ha dicho. Pero la serie se alimenta tambi¨¦n con la historia de Heinrich Mann, el autor de El ¨¢ngel azul, el hermano mayor del genio, un hombre de ideas mucho m¨¢s democr¨¢ticas que ha de soportar los iniciales arrebatos nacionalistas de su hermano y que, m¨¢s adelante, asistir¨¢ a su transformaci¨®n. Pero donde, sobre todo, puede seguirse el brillo del triunfo y la ca¨ªda en el anonimato y la desaparici¨®n es en las peripecias de Erika y Klaus, los dos hijos mayores de Thomas Mann. La primera irrumpi¨® en la escena alemana como una brillante actriz, escritora y periodista y, con el paso de los a?os, fue enclaustr¨¢ndose en su radical odio a los nazis. Hasta marchitarse. Klaus tambi¨¦n triunf¨® en la vida y en la literatura cuando empez¨®. Pero las cosas se le fueron torciendo y un d¨ªa, el 11 de julio de 1948, se meti¨® en un hotel y llen¨® un vaso de pastillas. Luego lo bebi¨® y se tumb¨® en la cama.
El exilio es decisivo. La salida de los Mann de Alemania ante la presi¨®n de los nazis. La llegada a Suiza, el traslado a Estados Unidos, el regreso. La serie reconstruye con actores, y en los escenarios reales, muchos de los momentos por lo que pas¨® la familia. Pero incorpora tambi¨¦n viejas entrevistas de archivo con algunos de los hijos -Erika, Golo, Monika- y ofrece im¨¢genes que se grabaron en su d¨ªa de los momentos m¨¢s importantes que protagoniz¨® el escritor. La m¨¢s peque?a de las hijas, Elizabeth, es decisiva (el otro hijo peque?o fue Michael, que tambi¨¦n se suicid¨®). Es ella la que visita los lugares en los que estuvo con sus padres y cuenta c¨®mo vivi¨® tantos disparates y dramas, tanto dolor, tantas alegr¨ªas, el horror de la guerra, la verg¨¹enza de los campos de concentraci¨®n, la extrema distancia de un padre demasiado concentrado en pulir las frases de sus novelas y atrapar las grandes concentraciones de su vida como para perder el tiempo con hijos, nietos y dem¨¢s bagatelas.
Thomas Mann sigue ah¨ª. En Espa?a, Global Rhythm rescat¨® hace poco una serie de textos desconocidos en Hermano Hitler y otros escritos sobre la cuesti¨®n jud¨ªa, y Ediciones B publicar¨¢ el tercer tomo de Jos¨¦ y sus hermanos. En Alemania, a finales de a?o se estrena la superproducci¨®n que Heinrich Breloer ha dirigido de Los Buddenbrook.
En todo momento, pues, esa extra?a m¨²sica que habita toda la obra de Thomas Mann. La lucha entre la vida y la muerte, entre la afirmaci¨®n del trabajo y la llamada de la dispersi¨®n y el placer. En Los Buddenbrook y en Los Mann, ese hilo conductor, esa obsesi¨®n, esa grieta insalvable.
Los Buddenbrook. Thomas Mann. Traducci¨®n de Isabel Garc¨ªa Ad¨¢nez. Edhasa. Barcelona, 2008. 884 p¨¢ginas. 39 euros. Los Mann. Director: Heinrich Breloer. Gui¨®n: Heinrich Breloer, H?rst K?nigstein. Int¨¦rpretes: Phillip Hochmair, Armin Mueller-Stahl, Sebastian Koch. Tres cap¨ªtulos. Duraci¨®n: 315 minutos. Drama. Alemania. Avalon. 17,95 euros.
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