Ya no s¨®lo inventan ellos
La ciencia avanza en Espa?a en la buena direcci¨®n, pero a¨²n nos encontramos muy lejos del lugar que nos corresponde: junto a los escandinavos, Irlanda, Estados Unidos, Jap¨®n y los pa¨ªses emergentes de Asia
En el relato b¨ªblico del comienzo del G¨¦nesis, la serpiente le dice a la mujer que no debe tener miedo a comer la fruta del ¨¢rbol prohibido porque, si lo hace, "ser¨¦is como Dios, ya que conocer¨¦is el bien y el mal". En uno de los mitos fundacionales de nuestra cultura se nos dice, pues, que el conocimiento es una caracter¨ªstica divina y que su posesi¨®n nos convierte en algo as¨ª como dioses, por lo que, quiz¨¢, todas las religiones en general, y muy particularmente la cristiana en su versi¨®n cat¨®lica, se han cuidado mucho a lo largo de la historia de poner todo tipo de trabas a la exploraci¨®n de lo desconocido y a la reducci¨®n del mito en favor del logos, es decir, a la actividad cient¨ªfica. El orden establecido tambi¨¦n ha visto con preocupaci¨®n el peligro que pueden llegar a tener las teor¨ªas, la solidez epistemol¨®gica de las hip¨®tesis o los hallazgos de la ciencia, sobre todo para el mantenimiento de un determinado statu quo.
En esta legislatura, Espa?a ha duplicado su presupuesto en investigaci¨®n y desarrollo
Nuestro pa¨ªs debe aspirar a tirar del carro europeo en numerosas ¨¢reas de ciencia y tecnolog¨ªa
Han tenido que pasar, en efecto, muchos siglos, para que la humanidad haya comprendido, por fin, la importancia que tiene para su bienestar presente y su supervivencia futura, el cultivo sistem¨¢tico y masivo de la generaci¨®n de conocimiento, es decir, de la ciencia. As¨ª, mientras que no se puede afirmar sin ruborizarse que la cantidad y el nivel de las producciones literarias o art¨ªsticas de nuestro tiempo son las mayores de la historia, porque ah¨ª est¨¢n Cervantes, Rembrandt o Mozart para cuestionarlo, s¨ª se puede decir, en cambio, que la producci¨®n cient¨ªfica de hoy es la m¨¢s abundante, m¨¢s completa y m¨¢s rigurosa que haya existido nunca, con o sin permiso de Newton o de Darwin.
Ello es as¨ª porque, desde hace un siglo, la producci¨®n de conocimientos cient¨ªficos, ha dejado de ser una ocupaci¨®n ocasional de caballeros europeos ilustrados, para convertirse en una estrategia de empresa o en una pol¨ªtica p¨²blica, en la mayor¨ªa de los pa¨ªses industrializados y, por lo tanto, los que nos dedicamos a este oficio de generar conocimiento, somos hoy millones de personas trabajando a tiempo completo en todo el mundo.
En realidad, no se sabe con precisi¨®n cu¨¢ntos somos, pero s¨ª se tienen datos del n¨²mero de licenciados en carreras universitarias y en ingenier¨ªas que existen en el mundo, y as¨ª sabemos que los 73 millones de personas con estudios superiores que hab¨ªa en 1980, hab¨ªan ascendido a 194 millones en el a?o 2000, y que en este mismo periodo, China y la India hab¨ªan multiplicado por dos sus titulados superiores (Science & Engineering Indicators 2006. National Science Foundation).
Desde que la dedicaci¨®n a la ciencia dej¨® de ser una ocupaci¨®n vocacional de gentileshombres y se convirti¨® en I+D, es decir, en una actividad profesional asalariada, se han incrementado exponencialmente los recursos financieros y humanos dedicados a la generaci¨®n de conocimientos y, por lo tanto, ¨¦stos han fluido en un caudal incomparablemente mayor que en ¨¦pocas pasadas.
Europa hab¨ªa sido, hasta el siglo XX, el origen de la casi totalidad de los conocimientos cient¨ªficos, en f¨ªsica, matem¨¢ticas, qu¨ªmica, biolog¨ªa, filosof¨ªa o econom¨ªa, pero, como m¨ªnimo, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, si no antes, nos ha adelantado Estados Unidos en producci¨®n de conocimientos y, al ritmo actual, los grandes pa¨ªses asi¨¢ticos no tardar¨¢n en hacerlo tambi¨¦n. Europa se ha convertido as¨ª, en cuesti¨®n de producci¨®n de ciencia, en una especie de Victoria de Samotracia, un cuerpo todav¨ªa hermoso y a¨²n robusto, pero ya sin cabeza y, en estas condiciones, es muy improbable que pueda utilizar sus alas para volar.
Hace ya m¨¢s de 15 a?os, los presidentes de las 25 mayores empresas de los Estados Unidos de Am¨¦rica enviaron una carta abierta al Congreso que, entre otras cosas, dec¨ªa: "Nuestro mensaje es simple. Nuestro sistema educativo y sus programas de investigaci¨®n desempe?an un papel cr¨ªtico y central en el avance de nuestro conocimiento... Sin el apoyo federal, la industria americana dejar¨¢ de tener acceso a tecnolog¨ªas b¨¢sicas... Por lo tanto, respetuosamente, solicitamos que se mantenga el apoyo a un vibrante programa de investigaci¨®n...".
Esta carta recoge tres ideas que me gustar¨ªa resaltar: a) la necesidad de generar conocimiento; b) la responsabilidad y obligaci¨®n de los poderes p¨²blicos en financiar la creaci¨®n del conocimiento, y c) la relaci¨®n entre la creaci¨®n de riqueza, por parte del sector privado y el apoyo gubernamental a la ciencia.
En Europa, quiz¨¢ con la excepci¨®n de los pa¨ªses escandinavos y de Irlanda, ning¨²n grupo de empresas l¨ªderes en sus respectivos pa¨ªses se ha dirigido a sus parlamentos o a sus gobiernos con una solicitud parecida a la de sus colegas norteamericanos. ?nase a ello, que la toma de decisiones en esta parte del mundo, suele responder literalmente al t¨ªtulo de un conocido libro de Claude All¨¨gre, Cuando se sabe todo no se prev¨¦ nada y cuando no se sabe nada, se prev¨¦ todo (traducido al espa?ol como La sociedad vulnerable), y se tendr¨¢n las claves para entender por qu¨¦ aquellos solemnes compromisos adoptados en la Agenda de Lisboa del a?o 2000, que pretend¨ªan situarnos a la vanguardia de la sociedad del conocimiento, a la altura del inminente a?o 2010, se han quedado en esa t¨ªpica hojarasca ret¨®rica, a la que somos tan afectos los ciudadanos el Viejo Mundo.
Si dejamos aparte a los pa¨ªses escandinavos y a Irlanda, cuya poblaci¨®n agregada, por lo dem¨¢s, apenas alcanza la mitad de la nuestra, probablemente sea Espa?a el pa¨ªs europeo que mayores esfuerzos ha venido realizando ¨²ltimamente, para alcanzar los compromisos de la Agenda de Lisboa 2000. Es conocido el hecho de que en esta legislatura que ahora termina, se ha duplicado el presupuesto en I+D, lo cual es una especie de haza?a ins¨®lita entre los pa¨ªses comunitarios. Se han incorporado, adem¨¢s, centenares de nuevos investigadores al sistema y se est¨¢n acometiendo unas reformas administrativas, que pueden facilitar la gesti¨®n de los centros de investigaci¨®n, atrapados muchas veces por normas y usos que recuerdan ¨¦pocas pasadas y superadas social y econ¨®micamente.
Avanzamos, pues, en la buena direcci¨®n, pero nos encontramos todav¨ªa muy lejos del lugar adecuado, que es el que nos marcan los escandinavos, Estados Unidos, Jap¨®n y los pa¨ªses emergentes de Asia, porque Espa?a, hoy en d¨ªa, ya no puede contentarse con aspirar a alcanzar los niveles de los llamados "pa¨ªses de nuestro entorno", toda vez que el proceso de convergencia ha terminado y, adem¨¢s, con notable ¨¦xito. Ahora tenemos, nosotros tambi¨¦n, que aspirar a tirar del carro europeo y para ello debemos redoblar el esfuerzo en aquellas pol¨ªticas que m¨¢s contribuyen al bienestar com¨²n y a la resoluci¨®n de los graves problemas que ya nos acechan, como la mejora de la productividad, el reto de la nueva medicina, los asociados al cambio clim¨¢tico, o a la subsistencia de grandes bolsas de pobreza en el mundo.
Tenemos que hacerlo ya, sin esperar al largo plazo porque, como bien dej¨® dicho John Maynard Keynes, "a largo plazo, estamos todos muertos" y que conste que con ese "tenemos", no nos estamos refiriendo s¨®lo, ni preferentemente, a los cient¨ªficos, sino al conjunto de los ciudadanos, porque la pr¨¢ctica de la ciencia, su financiaci¨®n, la explotaci¨®n de sus resultados, su divulgaci¨®n o su institucionalizaci¨®n, son asuntos demasiado importantes como para abandonarlos, sin m¨¢s, en manos de unos pocos expertos.
La responsabilidad sobre el futuro de nuestra sociedad, no puede delegarse, en efecto, en una comisi¨®n de sabios: la ¨¦tica, la pol¨ªtica y aun el sentido com¨²n, exigen, por el contrario, el compromiso de una mayor¨ªa significativa de ciudadanos.
Carlos Mart¨ªnez Alonso es presidente del CSIC.
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