"Nos llevaban como yo llevo a mi perro"
Luis Eladio P¨¦rez, reci¨¦n liberado por las FARC, evoca su pesadilla en la selva
Desde el ventanal del apartamento de Luis Eladio P¨¦rez se ven los cerros que enmarcan Bogot¨¢. Pero este hombre de 55 a?os, que pas¨® seis a?os, siete meses y 18 d¨ªas en las c¨¢rceles de las FARC, quisiera tener en su lugar un paisaje de edificios y cemento. Los ¨¢rboles le recuerdan su tortura. Pas¨® cuatro a?os encadenado del cuello, con un candado, amarrado a un ¨¢rbol; s¨®lo lo soltaban para ir al ba?o. "Nos llevaban como yo llevo a mi perro".
Su pesadilla empez¨® en Nari?o, al sur del pa¨ªs, en 2001. No se ha curado a¨²n del "ardor de ver la claridad". Permaneci¨® mucho tiempo escondido bajo los ¨¢rboles. "Casi nunca pude tomar sol; no nos dejaban buscar sitios abiertos porque pod¨ªan detectarnos desde el aire. De noche, s¨®lo nos permit¨ªan hacer fuego dos horas para secar la ropa; se cocinaba con gas para evitar el humo".
"Ingrid y yo nos entreten¨ªamos memorizando la Biblia y el 'Quijote"
Han pasado apenas ocho d¨ªas de su regreso a la libertad y no ha podido dormir. Le cuesta comer. "No imaginan lo dif¨ªcil que es aterrizar de nuevo en la realidad", susurra.
Un d¨ªa lo levantaron al amanecer: "Vamos en lancha, esta vez va acompa?ado". Vio a dos mujeres y reconoci¨® a una: "Era Ingrid Betancourt, hab¨ªamos sido colegas en el Senado. Nos abrazamos con emoci¨®n y estuve hablando ocho horas seguidas, r¨ªo abajo. En aquel momento yo llevaba dos a?os solo; ?hablaba con los ¨¢rboles!".
Era agosto de 2003. Ingrid y Clara Rojas llevaban un a?o largo secuestradas. "[A Ingrid] la hab¨ªan enga?ado. Estaba entusiasmada, pensaba que iban a liberarla. Incluso le hicieron una despedida, con whisky".
En aquel momento empez¨® una larga y "bella amistad", aunque les separaron en julio del a?o pasado. "Por Ingrid y por mi familia estoy vivo", reconoce. Ella lo cuid¨® cuando estaba enfermo, le met¨ªa az¨²car a la boca cada vez que le daban crisis de diabetes. "Hasta la ropa me lavaba... Yo tambi¨¦n le ayudaba en lo que pod¨ªa".
Juntos intentaron una vez escapar. Fracasaron. A los cinco d¨ªas se entregaron a los guerrilleros y luego empezaron los castigos. Y fue Ingrid la que le comunic¨® la muerte de su madre. "Nos hab¨ªan quitado las radios, pero ella logr¨® esconder una. Fue muy duro; sobre todo reprimir el dolor para que los guerrilleros no se dieran cuenta".
Ingrid, dice, es consciente de que es la joya entre los canjeables. "Lo asume con tristeza". Cuenta que es una mujer fuerte, muy disciplinada, hace ejercicios todos los d¨ªas. Y hac¨ªan ejercicios de memoria. Usaban dos libros, los ¨²nicos que tuvieron permanentemente: Ingrid, la Biblia; ¨¦l, el Quijote. Los leyeron muchas veces, "para que la memoria no se anquilosara".
Tras la separaci¨®n forzosa, volvieron a verse hace poco cuando se cruzaron, ¨¦l ya de camino hacia la libertad. Le sorprendi¨® mucho verla tan desmejorada. "No s¨¦ qu¨¦ le pas¨®; en los cinco minutos que hablamos no tuve tiempo de preguntarle". Desde julio, Betancourt comparte campamento s¨®lo con polic¨ªas y militares y la convivencia con ellos ha sido siempre muy dif¨ªcil. La guerrilla se ensa?a contra Ingrid y los militares no la quieren, sostiene Luis Eladio.
Adem¨¢s, abundan las peleas propias de convivir 24 horas al d¨ªa en condiciones extremas. ?l asegura que hubiera preferido vivir su cautiverio solo, "hablando con los ¨¢rboles". Cuando hay peleas, cuenta, la guerrilla empieza a disparar al aire. "Los castigos son encadenarlos, amarrados el uno al otro y darles un solo plato para comer".
A los carceleros -casi todos muy j¨®venes- los jefes guerrilleros les inoculan "resentimiento" contra los rehenes: "Les dec¨ªan que nosotros ¨¦ramos los oligarcas, los burgueses, los responsables de que el pa¨ªs est¨¦ tan mal". Ello les hac¨ªa "inmunes" a su dolor. Adem¨¢s, los espacios de acercamiento eran contad¨ªsimos: "Nos regalaban leche en polvo, sal, cambi¨¢bamos a veces cigarrillos". Poco m¨¢s.
Luis Eladio no tuvo nunca oportunidad de charlar sobre pol¨ªtica con un mando fariano: "Uno se siente una mercanc¨ªa; Ingrid dec¨ªa que hab¨ªa que tener mentalidad de malet¨ªn. No se puede preguntar: '?Vamos a dormir aqu¨ª?', '?La marcha es larga?'. Nadie responde. Cero comunicaci¨®n", dice.
Parad¨®jicamente, uno de los guerrilleros que m¨¢s lo odiaba le dio la mano en uno de los muchos momentos dif¨ªciles. "El pasado 31 de diciembre estaba mal. Ya no ve¨ªa posibilidades de salir. Llam¨¦ al comandante y ped¨ª que me dejara enviar una carta a mi familia. Pero la carta era de despedida. ?l lo entendi¨®. 'Tranquilo', me dijo, 'tom¨¦monos un vino'. Y trajo una botella. Este tipo que me odiaba se sent¨® conmigo a tomar: 'Qu¨¦ le pasa, tranquilo, t¨®melo con calma', me repet¨ªa".
?Su formula para resistir? "No guardar rencor ni acumular amargura por las constantes humillaciones y maltrato". "?Para qu¨¦ ponerme bravo con muchachos que cumpl¨ªan ¨®rdenes, que hab¨ªan buscado una opci¨®n de vida a trav¨¦s de la guerrilla?", se pregunta. Y a?ade otro elemento clave para sobrevivir: "No ser rodill¨®n ni claudicar. Protest¨¦ por la mala comida, por maltrato, hice huelgas de hambre...".
El ingrediente principal fue, sin embargo, el humor: "Yo era la alegr¨ªa del campamento; trataba de contribuir para escapar de la rutina de pensamientos como '?Vamos a salir vivos?'. Aqu¨ª, uno piensa en la vida. All¨¢, en la muerte".
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