"Quiero dejar de sufrir durmi¨¦ndome"
Un hombre evoca la muerte por sedaci¨®n de su compa?era
![Ana Alfageme](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F9c68d2e5-1703-474b-a134-16b23abefee5.jpg?auth=5f59648e4b2b6fc4f430669d3b4c434e33164fb087b858e8b27e95e7f8671c6b&width=100&height=100&smart=true)
Lola ten¨ªa mucho car¨¢cter, un gusto exquisito y las ideas claras. El c¨¢ncer que se la llev¨® en apenas un a?o no s¨®lo le dej¨® poco m¨¢s que la piel y los huesos. El dolor le rompi¨® los d¨ªas, la cabre¨® y la aisl¨® de todo. El hombre que estuvo a su lado m¨¢s de 20 a?os le da una calada al cigarro y mira a la calle desde el bar mientras lo cuenta con una media sonrisa. Muy forzada.
Lola sab¨ªa lo que era la muerte. Se cas¨® muy joven para cuidar de un hombre que muri¨® en sus brazos. Era miembro de la Asociaci¨®n por el Derecho a Morir Dignamente (DMD). Firm¨® el testamento vital, que impide, recuerda Jorge, m¨¦dico, que se utilicen medios extraordinarios con un enfermo irreversible. "Pero hay que ir m¨¢s all¨¢, hay que tratar lo que se puede tratar, los signos y s¨ªntomas del sufrir: la asfixia, las crisis de p¨¢nico, y el dolor. Y eso es la sedaci¨®n".
Los cuidados paliativos p¨²blicos que recib¨ªa Lola no contemplaban la sedaci¨®n terminal a demanda del paciente cuando su experiencia de sufrimiento no se debe s¨®lo a s¨ªntomas f¨ªsicos. Y ella quiso acelerar el proceso.
-El peor enemigo del enfermo terminal son sus m¨¢s pr¨®ximos, porque no quieren perder al ser querido -apunta ¨¦l. No me prest¨¦ a colaborar con su decisi¨®n. Una cosa son tus convicciones y otra cosa es sufrirlo en tu pellejo...
Mientras, Lola peleaba con el dolor. Algo tan simple como cruzar con el coche un bad¨¦n le provocaba un latigazo incoercible. Al final, cuando s¨®lo viv¨ªa en la cama, cuando no pod¨ªa sujetar ni el libro ni el vaso del zumo, se enfrentaba a tremendas hemorragias anales que la sacaban de quicio. Porque tambi¨¦n, en el ba?o, se miraba al espejo.
El profesional que les recomend¨® DMD y que le administr¨® la sedaci¨®n habl¨® con ella. Y una m¨¢s, el d¨ªa que se durmi¨®:
-?Qu¨¦ deseas? -pregunt¨® ¨¦l.
-Dejar de sufrir -respondi¨® Lola.
-?C¨®mo?
-Durmi¨¦ndome. Y no quiero despertarme.
-?Lo has hablado con Jorge?
-S¨ª.
-?Y qu¨¦ dice Jorge?
-Que no quiere.
-?Y por qu¨¦?
-No quiere separarse de m¨ª.
-?Y qu¨¦ opinas?
-Que estoy harta de tanta preguntita.
Jorge recuerda claramente el cansancio infinito de Lola al pronunciar aquella ¨²ltima palabra: pre-gun-ti-ta.
Antes de dormirse, se abraz¨® a los hijos. Jorge le dijo:
-No me puedes hacer esto.
Ella abri¨® demasiado los ojos y respondi¨® furiosa:
-?Y quieres hacerme t¨² a m¨ª la otra putada?
Se durmi¨® tranquila. Hasta el punto que, vestida con un pijama de seda, volvi¨® a ser la Lola de siempre, consumida, s¨ª, pero con una expresi¨®n pl¨¢cida, la de antes de la enfermedad.
Han pasado algunos meses. Jorge fuma y mira a la calle. Tiene cierto aire de desamparo.
-El final de la vida es que dejes de estar bien. Y eso empieza con un sufrimiento que no desaparecer¨¢.
Lola no se llamaba Lola. Y Jorge, el hombre que pas¨® con ella los mejores a?os de su vida, tampoco.
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