A fumar porros a otro sitio
Tres pa¨ªses, contra los intentos de Maastricht de llevar los locales de droga a sus fronteras
El Mississipi y el Smoky son los nombres de sendos barcos anclados en la orilla del imponente r¨ªo Mosa. Albergan dos de los caf¨¦s m¨¢s famosos de la ciudad de Maastricht, pero en ellos no se puede comer ni tampoco beber alcohol. Con las ventanas cerradas, el humo forma una nube mecida por melod¨ªas que van desde los Beatles hasta los raperos de ¨²ltima hornada. Ambos establecimientos son dos de los 15 con licencia para el consumo de derivados del cannabis, concentrados en el coraz¨®n de una de las ciudades m¨¢s monumentales de Holanda y s¨ªmbolo de la Uni¨®n Europea por el tratado que lleva su nombre.
Sentados frente a una vitrina repleta de utensilios para fumar, cortar o liar la marihuana, juegan a las damas unos j¨®venes llegados del otro lado del Atl¨¢ntico que no pueden ocultar su asombro. "Esto no puede hacerse en Estados Unidos", dicen, mientras fuman con cierta agitaci¨®n.
Holanda cuenta con cerca de 800 'coffee shops', donde s¨®lo se pueden fumar drogas blandas
Los caf¨¦s de este tipo existen desde hace d¨¦cadas. Pero el Ayuntamiento tiene un plan para ellos. Consiste en trasladar una parte de estos coffee shops desde el centro urbano a unos solares en el extrarradio. Ocho de los 15 establecimientos deben agruparse en tres rincones de nueva planta, al lado mismo de la frontera belga. El proyecto lo patrocina el alcalde democristiano, Gerd Leers, cansado del caos circulatorio causado por los turistas de la droga que aprovechan la proximidad de Maastricht a B¨¦lgica, Luxemburgo y Alemania. Unos visitantes que van y vienen apresurados y apenas contribuyen a la econom¨ªa de la ciudad.
A pesar de sumar ingenio al pragmatismo oficial, que otorga a los coffee shops la funci¨®n social de separar el consumo de la droga blanda de la dura, el alcalde ha chocado con unas leyes internacionales mucho m¨¢s restrictivas.
Apoyado por los municipios belgas colindantes de Vis¨¦ y Voeren, furiosos por tener que rozarse con los nuevos locales proyectados por el alcalde Leers, y con sus aparcamientos para centenares de coches, la tambi¨¦n vecina y holandesa villa de Eijsden interpuso una demanda ante los tribunales contra la mudanza. Y los jueces acaban de fallar: consideran que Maastricht no ha demostrado que los nuevos emplazamientos permitan evitar los atascos y la presencia de traficantes de drogas duras, que suelen rondar los coffee shops autorizados para el consumo de porros. "Un aut¨¦ntico desenga?o", seg¨²n el propio Leers, que ha perdido el primer asalto y prepara ya la apelaci¨®n. "Buenas noticias, si bien el peligro no ha desaparecido. Uno de los proyectados rincones habr¨ªa estado a dos o tres minutos de Voeren", dice Huub Broers, alcalde de dicha localidad, que no est¨¢ dispuesto a que su ciudad sea ruta de paso para los narcoturistas.
Despu¨¦s de tres d¨¦cadas de tolerancia con el consumo de marihuana y hach¨ªs, que han convertido a los cerca de 800 coffee shops del pa¨ªs en una atracci¨®n tur¨ªstica m¨¢s, el Parlamento le ha pedido al Ministerio de Sanidad que eval¨²e la despenalizaci¨®n. Una solicitud hist¨®rica que arrojar¨¢ luz sobre la efectividad del hecho de poder comprar cinco gramos diarios por persona y consumirlos en el local autorizado para ello. En la calle o en otro tipo de bar, el mismo usuario se convierte en delincuente y es multado. O bien la aparente paradoja de los due?os de coffee shops, que pueden almacenar hasta 500 gramos del producto para su venta siempre que no lo hayan conseguido traficando. Algo m¨¢s que probable, puesto que cultivar cannabis en cantidades que superen el uso privado est¨¢ prohibido, y un solo local puede recibir miles de clientes semanales y ganar cerca de medio mill¨®n de euros al mes. ?C¨®mo podr¨ªa, entonces, abastecerse sin recurrir al mercado negro? Salvado ese escollo que es perseguido por las autoridades, las cifras de consumo se mantienen estables desde hace a?os. Seg¨²n el Centro Nacional contra las Adicciones, en 2005 hab¨ªa 363.000 usuarios en Holanda. Ese mismo a?o, una de cada cinco personas hab¨ªa probado alguna vez el cannabis.
Con sus 120.000 habitantes, las lagunas de la despenalizaci¨®n de las drogas debatidas en el Parlamento asomaban en Maastricht. Tal y como imponen las normas, a los famosos Mississipi y Smoky s¨®lo se les reconoce por el r¨®tulo. En la entrada, en lugar de los precios o los productos ofertados, se detalla en varias lenguas la obligaci¨®n de ser mayor de edad para poder entrar. En el interior se puede pasar el d¨ªa fumando y consumir refrescos y algunas nueces o patatas fritas.
"Que decidan lo que quieran. Nosotros somos legales, y si nos trasladan seguiremos abiertos. Claro, es l¨®gico que se quejen de los atascos. En especial los fines de semana. Pero este lugar es m¨¢s tranquilo que cualquier discoteca, donde la gente se emborracha y acaba peg¨¢ndose", explica sonriente Tilly, el encargado de Smoky, al evaluar los planes de la alcald¨ªa.
Detr¨¢s de Tilly, al fondo de la bodega del barco, el despacho de hierba tampoco cuenta con el letrero habitual de cualquier vendedor. No hay precios, para evitar la publicidad. De todos modos, las cantidades abonadas suelen variar poco de un local a otro. Algo m¨¢s de un gramo de marihuana (1,4 gramos) cuesta unos 12 euros; un cigarrillo, cuatro euros. Para los que hacen demasiadas preguntas, o es su primera vez a bordo, hay folletos explicativos editados por la asociaci¨®n oficial de coffee shops de Maastricht. Es mejor saber que no todo el cannabis tiene el mismo efecto. Ir bien acompa?ado asegura el regreso a casa. En la calle, las cosas pueden ser menos amables. "Si le sigue un drugrunner [lo mismo puede ser un ladr¨®n que un traficante] no le haga caso. Tampoco le d¨¦ dinero. Ofrecer drogas blandas o duras es ilegal", reza la hojita informativa.
Tanto autocontrol contrasta con las quejas de los hoteleros de la ciudad. Desde el L'Orangerie se pueden ver anclados el Mississipi y Smoky, y la percepci¨®n ambiental es distinta. "Es imposible circular por el paseo fluvial del Mosa. Y aqu¨ª mismo, en esta calle, hay un coffee shop que no ser¨¢ trasladado y s¨®lo nos crea problemas. Los traficantes rondan y acosan a nuestros clientes. Es posible que el cliente que fuma hach¨ªs no haga nada, pero el mundo que le rodea entorpece el negocio hotelero", sentencia la encargada del hotel.
Majestuosa y pr¨®xima a partes iguales, Maastricht prefiere sin duda ser recordada como la sede de la firma del Tratado de la Uni¨®n Europea en 1991. Sin embargo, la decisi¨®n del Gobierno de centro-izquierda de evaluar la tolerancia con las drogas blandas puede acabar jugando a su favor. Apartar de los centros hist¨®ricos urbanos el negocio de la marihuana tiene visos de ganar adeptos entre los legisladores.
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