Arthur C. Clarke, el creador de '2001'
Era cient¨ªfico, lo que enriqueci¨® sus populares sagas de ciencia-ficci¨®n
"Por ¨²ltima vez, encima de ellos, en la paz de las alturas las estrellas se apagaban una a una...". Valga el final de Los nueve mil millones de nombres de Dios, el sobrecogedor cuento de Arthur C. Clarke, como epitafio para el escritor que nos envi¨® a tantos al espacio y nos hizo pensar, so?ar, y descubrir y acrecentar el sentido de lo maravilloso. En ese relato de su primera ¨¦poca estaban ya los grandes intereses de Clarke: la ciencia, la especulaci¨®n metaf¨ªsica, el placer de narrar y el fino humor.
Las estrellas se han apagado ahora para Clarke (Minehead, Somerset, 1917-Colombo, 2008). Lo han hecho en Sri Lanka, donde resid¨ªa desde los a?os cincuenta por su pasi¨®n por el mar y el submarinismo y, seguramente, tambi¨¦n para vivir con m¨¢s libertad el ser gay.
Hasta la vieja Ceil¨¢n le persiguieron los prejuicios y se difundi¨® el rumor de que viv¨ªa all¨ª entregado a la pederastia. Ese infundio le cost¨®, seg¨²n me explic¨® uno de sus principales colaboradores, el escritor Stephen Baxter, que se discutiera la conveniencia de otorgarle el t¨ªtulo de sir. Cosa que al final hizo personalmente el pr¨ªncipe Carlos. Cuando se le pregunt¨® si era gay, respondi¨® con coqueter¨ªa: "No, merely cheerful (No, simplemente alegre)".
Interesado por la ciencia desde ni?o, Clarke, matem¨¢tico y f¨ªsico, alumbr¨® ideas revolucionarias como el sat¨¦lite artificial en ¨®rbita geoestacionaria (la ?rbita Clarke). Tuvo un papel relevante en la investigaci¨®n y divulgaci¨®n de la ciencia: hay un asteroide y un dinosaurio con su nombre. En Cita con Rama avanz¨® la Spacewatch, vigilancia espacial ante el impacto de un asteroide contra a Tierra.
Adscrito a la ciencia-ficci¨®n dura -tecnol¨®gica, empe?ada en la verosimilitud- y autor de numerosos best sellers (las sagas de Rama, Odisea Espacial y Venus Prime), nunca se vio como literato. Pero, pese a su prosa bastante plana, el sentido del misterio y la maravilla de sus obras es digno de los mejores autores del fant¨¢stico.
En sus m¨¢s de 70 libros, con las colecciones de cuentos de El viento del sol y Relatos de diez mundos, siempre inclu¨ªa notas simp¨¢ticas, como cuando se?alaba, con precisi¨®n cient¨ªfica, el efecto de la falta de gravedad en los pechos de las cosmonautas.
Su inter¨¦s por la filosof¨ªa y las religiones y su colisi¨®n con la ciencia fue constante. As¨ª formul¨® la conocida como Tercera Ley de Clarke: "Toda tecnolog¨ªa lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia".
Racionalista agn¨®stico, aunque fascinado por lo paranormal, apostaba por la ciencia con sentimiento de trascendencia. Cre¨ªa en la permanencia de la especie humana y su evoluci¨®n hacia una forma superior de pura energ¨ªa que nos catapultar¨ªa a explorar el universo al que, cre¨ªa, estamos destinados.
Era su optimismo c¨®smico una especie de religi¨®n a la que consagr¨® obras mayores como El fin de la infancia. La idea de que all¨ª fuera nos aguardan, de que una vez nos despojemos de nuestros pecados y temores, podremos acceder a una herencia gal¨¢ctica, late tambi¨¦n en La ciudad y las estrellas -una de sus novelas m¨¢s conmovedoras: ?a qui¨¦n no le aflorar¨¢n las l¨¢grimas al recordar la devastada Diaspar y su condena, la falsa advertencia de que no hay que mirar al espacio?-. O en relatos como El centinela, en que Stanley Kubrick bas¨® 2001, una odisea del espacio.
Ha muerto sin haber contemplado esa metamorfosis, pero s¨ª la llegada a la Luna, las sondas marcianas y el a?o 2001. Seguiremos mirando, en su nombre, hacia las estrellas.
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