Los l¨ªmites de la pol¨ªtica
Ensayo. A ver si podemos despejar un equ¨ªvoco. En Estados Unidos se suele llamar "liberal" a la pol¨ªtica -pensamiento o acci¨®n- que en Espa?a reconocemos en las muchas variantes del "progresismo". Se llama a los progresistas "liberales" porque promueven cambios para que la sociedad siga siendo cada vez m¨¢s libre, raz¨®n por la cual no se incluye entre las filas de la progres¨ªa a quienes de forma manifiesta o encubierta no respetan los valores o los principios de la democracia o s¨®lo lo hacen de forma eufem¨ªstica; y tan s¨®lo participan de la vida democr¨¢tica para, llegado el momento, sustituirla por alguna forma de dictadura de clase o de etnia o de minor¨ªa con la excusa de que as¨ª se exp¨ªa alguna injusticia hist¨®rica. Asimismo, los norteamericanos llaman conservadores no a los reaccionarios sino a quienes no ven necesario promover la cr¨ªtica radical contra el estado de cosas vigente y en cambio prefieren corregir o perfeccionar las tradiciones. Ni que decir tiene que, desde un punto de vista ideol¨®gico y tal como advierte Strauss, en Estados Unidos ambas posturas son vistas como liberales por igual, s¨®lo que los primeros son abiertamente reformistas y los segundos suelen ser algo m¨¢s cautelosos o prudentes en sus aspiraciones. Los liberales progres son laicistas y cosmopolitas mientras que los liberales conservadores son tradicionalistas y religiosos, aunque no necesariamente confesionales o fan¨¢ticos, porque si fuera as¨ª no ser¨ªan liberales. Lo caracter¨ªstico es que unos y otros son anticomunistas, a diferencia de lo que sucede en Espa?a. Aqu¨ª, aunque el liberalismo es la ideolog¨ªa dominante -declamada por unos e inconfesada por los dem¨¢s-, puede ocurrir que el tradicionalismo m¨¢s cerril se arrope con f¨®rmulas socialistas y "de izquierda" o que multitud de individuos consideren "progresista" simpatizar con la Cuba de Fidel Castro.
Liberalismo antiguo y moderno
Leo Strauss
Traducci¨®n de Leonel Livchits
Katz Editores. Madrid, 2007
390 p¨¢ginas. 25 euros
La aclaraci¨®n es importante porque, cuando Strauss se preguntaba si ten¨ªa sentido "denominar liberal a la filosof¨ªa pol¨ªtica cl¨¢sica" o si "el juda¨ªsmo es una de las ra¨ªces del liberalismo" no pretend¨ªa mostrar que Arist¨®teles y Von Hayek fueran lo mismo, ni dar pie a pensar que el liberalismo ultramontano del se?or Aznar, por mucho que se manifieste tan favorable a Israel, sea "judaizante". No; lo que le interesaba a Strauss era investigar si las ideas liberales, es decir, las ideas progresistas, virtuosas y modernas, se daban ya en el pensamiento y la cultura cl¨¢sicas. Cuesti¨®n para ¨¦l fundamental puesto que sosten¨ªa que la modernidad, cuna del liberalismo, introdujo la confusi¨®n en la filosof¨ªa cl¨¢sica, donde todo es pr¨ªstino, razonable y civilizado. A esta confusi¨®n atribuye Strauss que los tiempos modernos hayan dado lugar a reg¨ªmenes -en su opini¨®n- monstruosos o criminales o, en todo caso, absolutamente alejados de los valores de la democracia ateniense. Pensaba, en ¨²ltima instancia, que lo verdaderamente liberal (o sea, lo progresista) estaba ya formulado en los cl¨¢sicos. As¨ª pues, poner el liberalismo -o sea, la voluntad de cambio que es propia de lo moderno y progresista- a tono con las fuentes antiguas era para ¨¦l la mayor contribuci¨®n que un historiador de las ideas pod¨ªa hacer para clarificar la ideolog¨ªa de nuestra ¨¦poca.
En este volumen se re¨²nen materiales producidos por Strauss en distintas ocasiones acerca de obras de Havelock, Maim¨®nides, Lucrecio, Spinoza, Marsilio de Padua y Plat¨®n, adem¨¢s de los ensayos sobre la tradici¨®n liberal. Como siempre, Strauss practica su caracter¨ªstica ex¨¦gesis rigurosa, siempre muy pr¨®xima a la letra de los originales. Hay que decir que, en su af¨¢n por no incurrir en los vicios de la hermen¨¦utica, a veces incurr¨ªa en largas par¨¢frasis que pueden resultar tediosas. En ellas intercalaba, como puede comprobarse en este volumen, esas opiniones contundentes que le dieron fama de autor elitista, atrabiliario y, de tan hostil a lo moderno, un punto retr¨®grado.
Especialmente interesantes son el prefacio a su trabajo sobre la cr¨ªtica de la religi¨®n en Spinoza, donde hace sugestivas observaciones sobre la condici¨®n jud¨ªa; y el texto titulado Un ep¨ªlogo, donde manifiesta su reticencia a la pretensi¨®n, compartida por positivistas y marxistas, de hacer de la pol¨ªtica una "ciencia". Aqu¨ª se expone su idea de la filosof¨ªa pol¨ªtica como una sabidur¨ªa pr¨¢ctica que, lejos de refugiarse en una raz¨®n neutra y formalizada, ha de nutrirse, como en Arist¨®teles, de los valores de la comunidad con objeto de alcanzar la idea de la virtud ciudadana, lo que en definitiva implica dar confianza a (o creer en) la superioridad de los propios prejuicios.
En suma: que de pol¨ªtica mucho, pero de ciencia, nada. -
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