Dem¨®cratas, los tiempos han cambiado
Una mujer y un afroamericano. Una u otro ser¨¢n el candidato del Partido Dem¨®crata a la Presidencia de los Estados Unidos en noviembre. El hecho, en s¨ª, culmina dos de las m¨¢s persistentes y arduas luchas pol¨ªticas y sociales de la naci¨®n norteamericana. La emancipaci¨®n de las mujeres y la emancipaci¨®n de los negros.
No se puede acusar a la Constituci¨®n de 1789 y a la Declaraci¨®n de Derechos del Hombre de consagrar libertades que no exist¨ªan en la pr¨¢ctica: la igualdad para las mujeres y los negros. Pero es de la naturaleza de las cartas magnas no s¨®lo consagrar derechos, sino proponerlos como metas a alcanzar. Fue este hecho lo que movi¨® a los norteamericanos a crear un sistema partidista que propusiese, sin menoscabo de la Constituci¨®n, leyes y acciones que atendiesen asuntos concretos y evoluciones parciales.
Una mujer y un afroamericano: es la culminaci¨®n de una ardua lucha social
Tanto la condici¨®n jur¨ªdica de la mujer como la esclavitud negaron los principios de igualdad y justicia constitucionales. Ganar el derecho de la mujer y la libertad del esclavo tomaron tiempo, esfuerzo y voluntad muy grandes. Ni las mujeres ni los esclavos contaban con el voto.
Como lo rese?a el gran historiador James MacGregor Burns en su libro The vineyard of liberty (El vi?edo de la libertad) que cubre la historia de Estados Unidos entre la Revoluci¨®n de Independencia y la Guerra de Secesi¨®n, el camino de los derechos de la mujer fue largo y dif¨ªcil. Para llegar al sufragio femenino obtenido en 1920, la mujer campesina debi¨® soportar, antes, la sujeci¨®n legal al marido y la situaci¨®n de ama de casa o ama de llaves. En el campo, se esperaba que una mujer diese a luz seis hijos entre los veinte y los treinta a?os. En las f¨¢bricas urbanas, la mujer se sofocaba por la falta de ventilaci¨®n, martirizada por el ruido y v¨ªctima de la insalubridad. La tifoidea y la disenter¨ªa diezmaban las filas del trabajo femenino. No hab¨ªa derechos de la mujer: hab¨ªa costumbres, mitos, religi¨®n y machismo.
La educaci¨®n abri¨® el resquicio de la libertad. Muchas mujeres optaron por ser maestras y escapar al dominio del marido. Se abrieron escuelas nocturnas. Se crearon bibliotecas circulantes. Penetraron las ideas ut¨®picas y socialistas. Por fin, en 1834 estall¨® la huelga de las trabajadoras de la f¨¢brica textil de Lowell. Denigradas como "amazonas", las huelguistas fueron puestas en la lista negra. Ped¨ªan ventilaci¨®n y jornada de trabajo tolerable. Estos fueron, entre otros, los derechos exigidos en la Convenci¨®n de los Derechos de la Mujer celebrada en 1848, seguida de la obtenci¨®n del primer derecho al sufragio en 1869 en Wyoming y la consagraci¨®n del voto femenino en quince Estados m¨¢s antes de la enmienda constitucional de 1920.
Elizabeth Cady Stanton, Lucrecia Mott y Susan B. Anthony son las hero¨ªnas de este proceso de emancipaci¨®n femenina. Lo comentaba as¨ª Mehitabel Eastman, trabajadora textil: las palabras de la mujer est¨¢n subdesarrolladas, sus destinos frustrados. "Es una iron¨ªa de la vida que las condiciones que crean nuestro potencial y la conciencia del mismo, sean las mismas condiciones que obstaculizan nuestro camino".
?Pod¨ªa decirse otro tanto de la lucha por la emancipaci¨®n de los negros? Las condiciones de trabajo de los esclavos afroamericanos las ilustran en su m¨¢s cruel manera los Corrales Flotantes en los que los esclavos eran azotados, mutilados, sodomizados, arrojados al mar, abandonados a morir de sed, ejecutados si se mostraban rebeldes. La boca de un negro, dec¨ªan sus torturadores, s¨®lo se lava con vinagre.
Como trabajador de la plantaci¨®n, la suerte del negro era s¨®lo relativamente mejor. Tragedia m¨¢s grande que la privaci¨®n de la libertad era la separaci¨®n de padres e hijos, marido y mujer. Vendidos a diferentes amos u obligada, la mujer negra, a procrear esclavos con un esclavo indeseado.
El reverendo Charles Jones, due?o de la plantaci¨®n Montevideo en la costa de Georgia, se asombra de la "extravagancia" de sus esclavos, sus cantos y bailes, la mezcla de tribalismo africano y religi¨®n evang¨¦lica. Los cantos espirituales, son el anuncio de una cultura propia y de una rebeld¨ªa incipiente. La rebeli¨®n de Nat Turner en 1831, tema de la gran novela de William Styron, condujo al rebelde a la horca. Pero a la postre cinco Estados de Nueva Inglaterra otorgaron el derecho de votar a los negros aunque Massachusetts prohibi¨® los matrimonios interraciales y reforz¨® la segregaci¨®n en transportes, hoteles y restaurantes.
Si Nat Turner pag¨® su rebeld¨ªa con la muerte, Frederick Douglass pag¨® su libertad con la vida. Este esclavo fugitivo aprendi¨® a leer y escribir, educ¨® a otros negros, se hizo marinero y acab¨® mesmerizando con su ret¨®rica a los p¨²blicos del norte. Su mensaje: la abolici¨®n de la esclavitud.
Tomar¨ªa una guerra civil para completar la Revoluci¨®n de Independencia y un movimiento para los derechos civiles en la d¨¦cada de 1960 para completar la promesa de la Guerra de Secesi¨®n. Pero la misma intolerancia que asesin¨® a Martin Luther King y a Robert Kennedy, volver¨¢ a asomar la cabeza contra Barack Obama. Y el mismo prejuicio mis¨®gino atacar¨¢ a Hillary Clinton.
Lo extraordinario es el hecho mismo de que la candidatura dem¨®crata recaiga sobre una mujer o sobre un afroamericano. Como cantara Bob Dylan, los tiempos han cambiado. Y los ha cambiado la historia que aqu¨ª recuento.
Carlos Fuentes es escritor mexicano.
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