Azcona deja el mundanal ruido
El guionista m¨¢s grande del cine espa?ol y maestro de la iron¨ªa muere a los 81 a?os
![?ngel S. Harguindey](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2Fab52df12-59c7-499b-8a1f-d3ec49d9c585.png?auth=22660fcc13273f5dcadb8dac1502074f2d8231f541e0682405c7435a548a0642&width=100&height=100&smart=true)
A estas alturas de la pel¨ªcula ya resulta dif¨ªcil aportar algo nuevo o distinto sobre la obra de Rafael Azcona (Logro?o, 1926) pues, pese a su comprobado amor por la clandestinidad, lo cierto es que en los ¨²ltimos a?os su escrupulosa actitud de alejamiento del mundanal ruido se vio trastocada por una serie de apariciones p¨²blicas, lo que a su vez supuso abrir la veda para una profusi¨®n de comentarios y entrevistas, siempre brillantes por su parte, que acent¨²an la dificultad de encontrar un enfoque novedoso hacia su persona y obra. Muri¨® el lunes a las siete de la ma?ana, pero sus familiares cumplieron su deseo: que no se supiera p¨²blicamente hasta que fuera incinerado, y fue incinerado ayer. Ten¨ªa 81 a?os. Lo tumb¨® un c¨¢ncer de pulm¨®n.
Era ambiguo y sutil, sab¨ªa que en la vida predominan los grises y sepias
Dejaba de lado los grandes conceptos y buscaba la afinidad personal
Sus personajes son perdedores que asumen las reglas del juego
El excelente pr¨®logo que escribi¨® Josefina Aldecoa a la recopilaci¨®n de tres de sus relatos largos o novelas cortas, Estrafalario (Alfaguara), en los que Azcona se reencuentra, 40 a?os m¨¢s tarde, con algunos de sus escritos, reconstruye el momento en el que el guionista recupera su vocaci¨®n primigenia y, sin duda, la m¨¢s deseada: la de escritor, una vocaci¨®n que siente en su pubertad y que lo estimula a dar el gran salto desde Logro?o a Madrid. Hablamos de un tiempo, los muy primeros a?os cincuenta, y de un pa¨ªs en el que el autoritarismo, la represi¨®n y el encumbramiento de la mediocridad s¨®lo pod¨ªan desembocar en lo sombr¨ªo; un tiempo y un pa¨ªs en el que un trayecto de 400 kil¨®metros escasos -y m¨¢s en las condiciones en que pod¨ªa hacerlo Rafael Azcona, rayanas en la indigencia- pod¨ªa ser una epopeya de caracter¨ªsticas similares a las de quienes part¨ªan en busca del nuevo mundo. Pues bien, ese cambio lo dio guiado por su afici¨®n a la literatura, por su ansia de convertirse en escritor.
Una carboner¨ªa, un hotel en el que desempe?aba indistintamente funciones de mantenimiento de fontaner¨ªa y contabilidad, tertulias interminables en caf¨¦s, pensiones de mala muerte, seductor de j¨®venes que le alimentaban a base de bocadillos, horas de paseos nocturnos por la Gran V¨ªa a la espera de que abrieran de nuevo los acogedores caf¨¦s...: los primeros tiempos de Azcona en Madrid son, probablemente sin saberlo, un manantial m¨¢s que una fuente de inspiraci¨®n. All¨ª est¨¢n buena parte de sus futuros personajes, esos batallones de perdedores que sin embargo aceptan las reglas del juego social hasta l¨ªmites insospechados y a los que Azcona trata siempre con ternura.
Releyendo ahora sus novelas cortas, Los muertos no se tocan, nene, El pisito y El cochecito, nos encontramos con muchos personajes ante los que tenemos la impresi¨®n de que ya los hab¨ªamos visto: pobres de solemnidad, funcionarios del ¨²ltimo pelda?o del escalaf¨®n, "chicas de servir", nobles venidos a menos, p¨ªcaros... Son los mismos o similares que ir¨¢n surgiendo en los filmes de Ferreri, Berlanga y Garc¨ªa S¨¢nchez, entre otros. Individuos que asumen su condici¨®n de derrotados con estoicismo, miedo y educaci¨®n, cualidades que se justifican por el desarrollado esp¨ªritu de supervivencia en un medio inh¨®spito como era el franquismo puro y duro -recordemos las mil y una piruetas vitales que hace Pl¨¢cido para conseguir pagar en la tarde de Nochebuena una letra del motocarro- y que en muy escasas ocasiones son capaces de subvertir lo establecido, como en el final de El cochecito -Azcona dijo en varias ocasiones que el de ese viejecito envenenando a toda la familia es el final del que se siente m¨¢s orgulloso de todos cuantos imagin¨®-. En definitiva, todos y cada uno de sus personajes literarios o cinematogr¨¢ficos son Azcona, o una parte importante de ¨¦l porque, preexistentes o inventados, son lo que son gracias a su estilo y a su modo de entender el mundo: l¨²cido, ir¨®nico y tierno.
Cuando una buena parte de sus compa?eros de generaci¨®n se enfrentaban al hecho de narrar la sombr¨ªa e injusta Espa?a tend¨ªan a los grandes conceptos, a las dicotom¨ªas radicales, al manique¨ªsmo rotundo. Azcona era m¨¢s sutil, m¨¢s ambiguo: aplicaba su personal lupa a las relaciones humanas y comprobaba que el blanco y el negro son colores abstractos; que en la vida predominan los grises o los sepias, o dicho con sus palabras, que los grandes dramas suelen terminar en melodramas o comedias. Y as¨ª, a bote pronto, cabe citar al personaje que interpreta Fernando Fern¨¢n-G¨®mez en La corte de fara¨®n, de Jos¨¦ Luis Garc¨ªa S¨¢nchez. Se trata de un falangista de viejo cu?o reconvertido en constructor de ¨¦xito con todos los t¨®picos de un reaccionario: fascista, esposo insatisfecho de una mujer de bandera y padre de un homosexual que demuestra su poder¨ªo invitando al comisario y a los muy pr¨®ximos a una paella de Riscal en la casposa comisar¨ªa. Y de esta forma, una persona que tiene todos los ingredientes para convertirse en un ser despreciable se integra perfectamente en esa historia coral de n¨¢ufragos entra?ables sobre los que caen las iras divinas y terrenales por el simple hecho de estrenar una opereta costumbrista y castiza que las fuerzas vivas consideran pecaminosa. En esto hay que reconocer que la actual Conferencia Episcopal mantiene la coherencia.
Pero ser¨ªa injusto, por parcial, si no a?adiera que Azcona fue un gran lector, que ten¨ªa una cultura literaria mucho m¨¢s s¨®lida de la que sol¨ªa exhibir y que esa cultura, como la de tantos otros de su generaci¨®n, y de las posteriores, es completamente personal, hecha a golpes de intuici¨®n y recomendaciones amistosas. Rafael sol¨ªa comentar que el primero que le dej¨® un libro de Kafka -sin duda uno de sus autores preferidos, con Baroja y Dickens- fue un comandante. Tambi¨¦n es verdad que era el comandante menos militar de Madrid: Antonio Mingote, un ser providencial en la vida de Azcona pues no s¨®lo le iba dejando los libros de la biblioteca familiar sino que lo introdujo en La Codorniz y lo anim¨® a escribir colaboraciones y relatos. Fue el comienzo de su tr¨¢nsito hacia el anhelado mundo de los profesionales de la escritura.
Integrado s¨®lidamente en el semanario de humor, es decir, con ingresos fijos, Azcona no renunci¨® a ese primer Madrid de los caf¨¦s y el callejeo, pero ahora con nuevas amistades y algo m¨¢s de dinero. Era el tiempo de las tertulias con los Aldecoa, con Ferlosio y Carmi?a, con Jes¨²s Fern¨¢ndez Santos y Eusebio Garc¨ªa Luengo, las noches de El Comercial con la far¨¢ndula teatrera, el S¨¦samo de Tom¨¢s Cruz, m¨¢s el a?adido de los de La Codorniz: Tono, en primer y respetad¨ªsimo lugar; Quique Herreros padre; ?lvaro de la Iglesia; Edgar Neville; el siempre alabado Mingote, en fin, las gentes que sobreviv¨ªan mal que bien con el esfuerzo de su creatividad y talento.
La simple enumeraci¨®n de sus amistades y contertulios aporta tambi¨¦n bastante informaci¨®n sobre Azcona: la variedad de gentes, de actitudes pol¨ªticas y vitales que frecuentaba nos remite a un aprecio b¨¢sicamente personal. Los criterios de selecci¨®n no se basaban en los planos ideol¨®gicos o te¨®ricos aunque, naturalmente, deb¨ªan de cumplir unos irrenunciables m¨ªnimos en cuanto a dignidad y honradez. Una vez m¨¢s deja de lado los grandes conceptos y busca la afinidad personal. Es una actitud coherente y que durante bastante tiempo no result¨® f¨¢cil, pues no olvidemos que la izquierda m¨¢s militante mantuvo unos criterios inflexibles y sectarios sobre todo aquello que no comulgaba con sus mismas ruedas de molino.
Se ha citado el miedo como uno de los componentes esenciales del instinto de supervivencia. Los cobardes, seg¨²n una inteligente opini¨®n de Manuel Vicent, resultan imprescindibles para perpetuar la especie. Las cucarachas que al encenderse la luz de la cocina se meten debajo de la nevera o los soldados que desfilan autosatisfechos tras la victoria son los que conseguir¨¢n que la especie contin¨²e. Por el contrario, las cucarachas que se enfrentan al inquilino del piso o los soldados que abren sus pechos a las balas enemigas resultan biol¨®gicamente in¨²tiles. Si el miedo y la cobard¨ªa cumplen un requisito fundamental para sus cong¨¦neres, el humor es, probablemente, esencial para el propio individuo, para su salud mental. Alguien que vino de Logro?o, que no ten¨ªa ni para comer, que se pasaba las horas muertas en un caf¨¦ sin poder consumir, que su primer abrigo se lo hizo en las madrugadas de las aceras de la Gran V¨ªa madrile?a y al que le pusieron una multa de cinco pesetas, que no ten¨ªa, por agradecerle a una chica en el Retiro el bocadillo que le acababa de bajar, ten¨ªa pocas opciones vitales: poner bombas o re¨ªrse de todo y de todos, incluido de ¨¦l mismo. No hace falta explicar cu¨¢l de las dos opciones eligi¨® Azcona.
La ventaja de quien pose¨ªa un talento como el de ¨¦l es que cuando eleg¨ªa una v¨ªa la desarrollaba hasta las ¨²ltimas consecuencias. En los relatos y en los filmes de Azcona no se salvaba ni Dios: los notarios, las se?oras de los lavabos, el del motocarro, el verdugo, su hija y su yerno, el turismo, la paella, los curas integristas, las monjas, los enamorados, los pajilleros, los marqueses, los financieros, los militares, el servicio dom¨¦stico, los comilones, los hambrientos, los nacionales, los extranjeros, los vivos y los muertos. No salvaba a nadie pero tampoco condenaba a nadie pues su escepticismo y su iron¨ªa se inscrib¨ªan siempre dentro de la bonhom¨ªa y la ternura. Rafael Azcona vio todas las caras posibles de la vida y conoci¨® suficientemente bien la condici¨®n humana como para despreciar cualquier tipo de fundamentalismo. ?sa fue, sin duda, su grandeza.
![La caracter¨ªstica media sonrisa de Rafael Azcona, en una fotograf¨ªa tomada en 2006.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/HFOQKHOJIJ533NQBPKPSJB6ERQ.jpg?auth=6edb0f8429eeb31da23181dd5a0a5f97d2055f96be77732d0ee1ec30ede981a7&width=414)
Una brillante trayectoria
- 1951. Rafael Azcona se instala con 25 a?os en Madrid, donde empieza a colaborar en la revista
La Codorniz.
- 1958. Con su primer gui¨®n, basado en su novela El pisito, que dirigi¨® Marco Ferreri, alcanza enorme popularidad.- 1961. Pl¨¢cido supone el inicio de su colaboraci¨®n, plagada de ¨¦xitos, con Luis Garc¨ªa Berlanga.- 1963. Es el a?o en el que firma El verdugo, su gui¨®n quiz¨¢s m¨¢s emblem¨¢tico que se convierte en una referencia en la historia del cine espa?ol.- 1982. Premio Nacional de Cinematograf¨ªa.- 1986. Escribe el gui¨®n de El a?o de las luces, dirigido por Fernando Trueba, y al a?o siguiente firma. El bosque animado, Jos¨¦ Luis Cuerda, con el que obtiene el Goya al mejor gui¨®n original.- 1990. Recibe otro Goya por el gui¨®n adaptado de Ay, Carmela, de Carlos Saura.- 1992. Con Belle ¨¦poque, de Fernando Trueba, consigue otro cabez¨®n. El filme logr¨® el Oscar al mejor filme en lengua no inglesa. Al a?o siguiente obtiene un Goya por Tirano Banderas, de Jos¨¦ Luis Garc¨ªa S¨¢nchez.- 1997. Goya honor¨ªfico a su carrera.- 1999. Firma el gui¨®n La lengua de las
mariposas, de Jos¨¦ Luis Cuerda, nuevo Goya y se recupera su libro Estrafalario.- 2007. Se rueda su gui¨®n Los girasoles
ciegos, de Jos¨¦ Luis Cuerda.
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