"Pero ?vosotros quer¨¦is la Liga o no?"
Se dec¨ªa que Azcona no atend¨ªa al tel¨¦fono; que era un mis¨¢ntropo, un ermita?o, que colgaba con malas pulgas cualquier intromisi¨®n, a cualquier hora. Pero se puso, era junio de 1996, y apareci¨® enseguida; deportivo, pelado al cero, con vaqueros; llevaba una camiseta ajustada, parec¨ªa haber decidido que jam¨¢s iba a cumplir los 60, y ya los sobrepasaba. Entr¨® en la editorial con su paso atl¨¦tico, parec¨ªa un joven autor a¨²n sin manuscrito. Pero no quer¨ªa libros, ni entrevistas, nada, "vamos a tomar whiskys", y tomamos whiskys hasta la hora del telediario.
Su ¨²ltimo mensaje, cientos de s¨¢bados despu¨¦s, porque siempre nos llamamos los s¨¢bados desde ese d¨ªa, hiciera fr¨ªo o calor, fue ¨¦ste: "Pero vosotros, ?quer¨¦is la Liga o no? Nosotros ya no podemos hacer m¨¢s, co?o. Abrazo, R.". Era del Madrid, sufr¨ªa, y en ese momento su equipo le brindaba gratis al Bar?a la posibilidad de adelantarse. Bromeaba para levantar el ¨¢nimo de los que le segu¨ªamos queriendo cerca, como si ¨¦l mismo fuera un cord¨®n umbilical de la alegr¨ªa.
Una tribu enorme de personajes que sin ¨¦l deambulan ahora m¨¢s solos que la una le lanzaba cada d¨ªa el mensaje que ¨¦l respond¨ªa a veces tard¨ªamente, pero siempre buscando alg¨²n argumento que alimentara la sensaci¨®n de que no se iba. No ten¨ªa voz, la perdi¨®, y perdi¨® tambi¨¦n, seguramente, la alegr¨ªa que quiso seguir regalando, como si estuviera escribiendo el gui¨®n de una pel¨ªcula con la que alentaba la vida de los otros. Pero ya ¨¦l estaba mal, tan mal que regres¨® del todo al silencio, y en el silencio qued¨®: "Ya est¨¢", parece que dijo al final, como lo escribi¨® Guillermo Cabrera Infante, otro cuyo sue?o fue alimentado por el cine, en Tres tristes tigres y despu¨¦s, cuando iba a morir: "Ya no se puede m¨¢s". Ya no se puede m¨¢s. Ya est¨¢. La ¨²ltima vez que escuch¨¦ su voz rota fue un s¨¢bado tambi¨¦n, hace un mes; colg¨® al fin, no pod¨ªa m¨¢s, "co?o, esto es insoportable".
Luego sigui¨® enviando mensajes, de claridad y de alegr¨ªa. A finales de julio del a?o pasado acababa una comida con Harguindey y con Marta Donada; era desapacible en Madrid, ¨¦l no quer¨ªa ayuda, volver¨ªa a casa solo; pero una intuici¨®n que proced¨ªa de su mirada, huidiza y perpleja, como si le hubiera ca¨ªdo encima un quintal de melancol¨ªa, hizo que pens¨¢ramos que se quer¨ªa ir solo porque ya se quer¨ªa ir solo; fue un ermita?o, lo fue; durante a?os vivi¨® en el subsuelo en el que vive la claridad de los genios, pero surgi¨® a la superficie, sali¨® a plazas, recibi¨® premios y se someti¨® a saraos.
Un d¨ªa me dijo: "Yo a los 60 cre¨ª que me iba a morir, y me sent¨¦ a esperar". Se levant¨® de pronto, a los 70, y regal¨® alrededor una alegr¨ªa extra?a, como sobrenatural, nacida de la elegancia y del genio, y su despedida ("se fue solo, en silencio, eso era ¨¦l", dec¨ªa ayer Sancho Gracia) es de Azcona en estado puro. El amigo perfecto que siempre quiso que los dem¨¢s fueran m¨¢s felices que ¨¦l. Me dijo: "Oye, pero t¨² ?d¨®nde has le¨ªdo que el hombre tenga derecho a ser feliz, d¨®nde lo pone?".
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