Una reina que lee y otros peligros
Todos los pol¨ªticos, sean o no ministras o ministros (incluido el astro ascendente CAM: no confundir con las siglas de la Canadian Association of Midwives, que agrupa a las comadronas de aquel pa¨ªs), adem¨¢s de sus esposos o esposas, sus asesores, sus guardaespaldas, los ch¨®feres de sus coches, los directores generales, los guardias civiles que controlan la seguridad de los ministerios, y hasta los mism¨ªsimos monarcas y la Royal Family espa?ola en pleno, deber¨ªan leer Una lectora nada com¨²n, la novella de Alan Bennett que Anagrama publicar¨¢ el jueves. Y no me digan que no tienen tiempo: sus 118 p¨¢ginas se leen en tres visitas pausadas al excusado o en lo que dura el puente a¨¦reo a Barcelona. La lectora nada com¨²n (The uncommon reader, t¨ªtulo original que hace un gui?o al ensayo The common reader, de Virginia Woolf) no es otra que Isabel II de Windsor, monarca (por ahora) del Reino Unido y de otras diecis¨¦is naciones (incluida Tuvalu, tan diminuta) con sus correspondientes territorios ultramarinos y dependientes. Resulta que un d¨ªa, mientras Su Majestad curiosea por las dependencias de Buckingham (la Constituci¨®n y la Democracia introdujeron, afortunadamente, el aburrimiento en la realeza), entra a cotillear en un bibliob¨²s del distrito de Westminster aparcado muy cerca de la puerta trasera de las reales cocinas. A partir de ese momento HM (Her Majesty), asesorada por un pinche desgarbado (y gay), se convierte en una adicta a la lectura. Lo que no deja de tener consecuencias: como que, a partir de ese momento, ya no pregunta protocolarias bober¨ªas, sino que su nuevo y particular Lesewut ("furor de leer" que se extendi¨® por Alemania en el XVIII) le induce a interesarse por obras, autores y personajes. HM descubre que las criaturas de ficci¨®n tienen vida interior y, por tanto, tambi¨¦n pueden tenerla sus modelos de carne y hueso. Esta divertida comedia de costumbres -tan brit¨¢nica como el steak and kidney pie- confirma a Alan Bennett en la estela de Waugh y, m¨¢s lejos, de Thackeray. Y, adem¨¢s, me encanta que a HM le guste Alice Munro; por cierto, ?a¨²n no han le¨ªdo La vista desde Castle Rock (RBA)? La verdad, no entiendo que est¨¦n perdiendo el tiempo en esta p¨¢gina mientras los relatos de Munro les aguardan en las librer¨ªas. De nada, a mandar.
Se llevan los libros de no ficci¨®n (aunque no s¨®lo) de tama?o ¨ªnfimo, contenidos breves y precios desproporcionados
Tama?os
A finales del ¨²ltimo milenio Aret¨¦, un sello en el que mandaba mucho mi admirada Carmen Balcells, comenz¨® a publicar novelas de tama?o chocante. Los m¨¢s de 25 cent¨ªmetros de alto por 16 de ancho de las novelas aretianas supon¨ªan m¨¢s de 100 cent¨ªmetros cuadrados "extra" por ejemplar en el codiciado y exiguo espacio de las mesas de novedades. Los vol¨²menes crecieron para ocupar m¨¢s sitio y desplazar a otros en lo que result¨® un astuto empujoncito mercadot¨¦cnico al darwinismo librero que ya de por s¨ª impone el mercado de la ficci¨®n. Y, de paso, la hipertrofia serv¨ªa para justificar el aumento de los precios. El nuevo tama?o fue imitado por muchos editores con el entusiasmo mim¨¦tico t¨ªpico de este sector. De repente, las estanter¨ªas de los hogares lectores quedaron obsoletas: los libros no cab¨ªan verticales y ten¨ªan que colocarse apilados en posici¨®n horizontal, como si estuvieran practicando un extra?o kamasutra librero. Desde entonces Manuel de Lope, Rushdie y Yoko Ogawa, por ejemplo, permanecen en mi atiborrada biblioteca acostados una encima de otros en un anaquel especial, y no en su correspondiente lugar alfab¨¦tico o ling¨¹¨ªstico, donde ya no caben de pie. En fin, la moda sigue todav¨ªa (v¨¦anse los libros que edita 451), pero con menos virulencia. Y, ahora, nuevo movimiento pendular tambi¨¦n mim¨¦ticamente universalizado: se llevan los libros de no ficci¨®n (aunque no s¨®lo) de tama?o ¨ªnfimo, contenidos breves (art¨ªculos, conferencias, extractos, cartas: a menudo, sobras completas) y precios desproporcionados. No he contado menos de una cuarentena de sellos que los publican. En general se venden como "destilaciones" o "quintaesencias" del pensamiento de sus autores, pero vayan con ojo. Destaco algunos interesantes que he le¨ªdo ¨²ltimamente: el Elogio de S¨®crates, de Hadot (colecci¨®n El Arco de Ulises, de Paid¨®s), Culturas l¨ªquidas en tierra bald¨ªa, de Bartra (Dixit, de Katz), o Un pistoletazo en medio de un concierto; acerca de escribir de pol¨ªtica en una novela, de Gopegui (Foro Complutense). Ya le tengo apalabrada una nueva estanter¨ªa ad hoc a un carpintero de Lilliput que me han recomendado.
Aznariana
Quiz¨¢s algunos de mis improbables lectores se acuerden (en todo caso est¨¢ en YouTube) de la c¨¦lebre "escena de la oreja" de Reservoir dogs (1992): el Sr. Rubio (Michael Madsen) saca una navaja de afeitar de su bota y, mientras en la radio suena Stuck in the middle with you (un estupendo tema de los setenta interpretado por Stealers Wheel), baila jugando con el arma una danza terrible y feral alrededor de un polic¨ªa atado a una silla y cuya boca han tapado con cinta aislante: al ritmo de una m¨²sica que invita al horripilado espectador a mover los pies, el prisionero gana algunas cicatrices, pierde una oreja y se dispone, aterrorizado y sin poder chillar, a convertirse en antorcha humana. Por alguna raz¨®n que tiene que ver con las v¨ªctimas y con las bromas de mal gusto, he recordado la secuencia a prop¨®sito de las infaustas declaraciones del se?or Aznar acerca de Irak, tras un lustro de invasi¨®n y guerra con muertos nada difusos. Ahora que la situaci¨®n "no es id¨ªlica, pero es muy buena" y el fuego de los coches-bomba ilumina cada dos por tres el cielo de la ciudad, quiz¨¢s sea el momento para que el ex presidente busque piso en Bagdad, se haga con una segunda residencia en Tikrit y convenza a su yerno, se?or Agag, para que asesore all¨ª a alguna empresa de patinetes de f¨®rmula 1, un desaf¨ªo, pero quiz¨¢s tambi¨¦n una oportunidad, en un pa¨ªs donde la historia m¨¢s reciente (incluidas una sangrienta dictadura genocida, tres guerras devastadoras y las salvajadas del terrorismo) ha dejado a buena parte de la poblaci¨®n sin una o las dos piernas. Todo lo cual me conduce a confesar con cierta desaz¨®n que tengo grabada indeleblemente en un rinc¨®n de mi ya deteriorado cerebro aquella foto isle?a en que el Emperador tejano pasa su brazo izquierdo por encima del hombro del aplicado disc¨ªpulo, encantado de que el momento quede fijado para la posteridad mientras un rebelde mechoncillo de su poblada cabellera divide su frente en dos simb¨®licas mitades casi id¨¦nticas (?Jekyll y Hyde?). Y no puedo evitar que me venga a la memoria (libre asociaci¨®n psicoanal¨ªtica), a prop¨®sito del indisimulado orgullo que el obediente y mentiroso ac¨®lito muestra en la instant¨¢nea, la famosa exclamaci¨®n que Napole¨®n dirige a su hermano (nuestro futuro rey Botella) el d¨ªa en que es coronado Emperador en Notre Dame: "Jos¨¦, ?si pudiera vernos nuestro padre!".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.