La herida del tiempo
Dos esqueletos de transl¨²cida osamenta, tan s¨®lo ornados por unas flotantes crines rojas de circulaci¨®n extracorp¨®rea, emprenden, abrazados, un macabro vals al ritmo pautado por el aria da capo de las Variaciones Goldberg, de J. S. Bach. He aqu¨ª, por as¨ª decirlo, el escaparate de bienvenida de esta exposici¨®n de Javier P¨¦rez (Bilbao, 1968), para m¨ª uno de los artistas actuales m¨¢s fascinantes y que justo ahora est¨¢ cruzando ese cabo existencial y art¨ªsticamente decisivo de los 40 a?os. Aunque hayan transcurrido cuatro a?os, no creo que quienes vieron su instalaci¨®n en el Palacio de Cristal del Retiro en 2004 no la recuerden, ni que les pasara desapercibida, en 2001, su monumental l¨¢mpara en el pabell¨®n espa?ol de la 49 Bienal de Venecia, por citar un par de ejemplos de su f¨¦rtil trayectoria. Pero la aventura art¨ªstica no deja de crecer en todas las direcciones siempre que no pierda el rumbo concertante de extralimitarse por el espacio para as¨ª ahondar mejor en la palpitante realidad. En este sentido, la alada danza de estos dos esqueletos cristalinos abraza una vieja historia mortal, donde sucesivamente se nos cruzan, entre otros, Cranach, James Ensor, Jos¨¦ Guadalupe Posada o Jos¨¦ Guti¨¦rrez Solana, pero para llevar a nuestro regazo el memorial del tiempo, ese implacable pasar, de rastro musical. La pieza, s¨ª, es de una belleza aterradora, como tiene que serlo todo retablo existencial.
Javier P¨¦rez
Aria da capo
Galer¨ªa Salvador D¨ªaz
S¨¢nchez Bustillo, 7. Madrid
Hasta el 5 de mayo
El sentido musical de Javier P¨¦rez es cristalino, como una resonancia de campanas en clave aguda, pero sin estridencias. Transmite latidos sonoros conminatorios con esa maest¨¤, profunda y solemne, de Duccio o precisamente de Bach. Enseguida lo comprendemos, nada m¨¢s adentrarnos en el formidable escenario oper¨ªstico de su exposici¨®n actual, donde cada una de sus piezas se integra en ese rom¨¢ntico sue?o moderno que es la obra de arte total. De esta manera, el problema no es la versatilidad de soportes utilizados -dibujo, escultura, fotograf¨ªa, v¨ªdeo o performance-, ni el sofisticado y prolijo entramado de materiales que los articulan y visualizan, desde la resina de poli¨¦ster, el polvo de m¨¢rmol o de carb¨®n, las campanas de vidrio soplado, etc¨¦tera, hasta la tinta china sobre papel de pergamino, sino la implacable dramatizaci¨®n que anima el hermoso destino tr¨¢gico de lo org¨¢nico. Cada una de las obras es una reflexi¨®n elegiaca que tensa todos nuestros sentidos corporales hasta esa sutil frontera donde brota la herida luminosa del tiempo.
Al margen de cualquier discurso moralizante al uso, no creo que haya que explicarle a nadie qu¨¦ es lo que Javier P¨¦rez nos quiere contar. Si trata del tiempo, trata de la vida, que es la muerte. La metamorfosis. La fragua. La unidad de lo diverso. El desdoblamiento de lo ¨²nico. El errar de lo min¨²sculo. El indeclinable avanzar hasta el origen. El r¨ªo subterr¨¢neo de la sangre. El anudamiento sonoro de las esferas y de los engranajes. La ciega dilataci¨®n del vientre c¨®smico... Javier P¨¦rez nos recibe y nos abraza en esta asombrosa cueva donde habita la luz. Ninguna de sus im¨¢genes deja de estremecernos. Le basta una l¨ªnea de 60 ovoides para desarrollar un tratado de fisiognom¨ªa, que es instant¨¢nea expresi¨®n y polvo. Le basta un piano de cola, cuyo teclado est¨¢ intercalado con cuchillas, para mostrar lo peligrosamente cortante que es hacer arte. Una radiograf¨ªa de una columna vertebral para visualizar el armaz¨®n del movimiento. Un dibujo vertical para enlazar las ramas con las ra¨ªces. Una fotograf¨ªa para desvelar la ¨ªntima proximidad de un hombre blanco y un caballo negro. Un concierto de campanas para lamentar la fuga del tiempo. Una impresi¨®n digital sobre papel metalizado para resaltar el alambre rojo que gotea en las comisuras de la carne satinada. Un rembrandtiano animal desventrado para abrirnos hasta las entra?as de la tierra. Al final de este emocionante recorrido, nos percatamos que salimos por donde entramos: desde y hacia la luz, pero no sin dejar a nuestra espalda como un rastro de hojas secas, ese hermoso brocado, siempre recomenzado, que hila el tiempo. Esta exposici¨®n discurre: es, as¨ª, pues, un acontecimiento. -
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