"Jam¨¢s volver¨¦ a navegar"
Relato de la aventura de dos marineros canarios que tuvieron que sobrevivir durante 23 d¨ªas a la deriva a bordo de un peque?o pesquero
El capit¨¢n de barco jubilado Cristo Herrera sale del coche de su vecina Lourdes vestido todav¨ªa con el pijama del hospital en el que ha recibido el alta hace una hora. Se dirige caminando lentamente hacia el adosado donde vive, en el pueblo de Agaete, a 30 kil¨®metros de Las Palmas. Pero su vecina Lourdes le coge del brazo: "Primero a mi casa. A comer y a descansar algo". El capit¨¢n, de 70 a?os, sonr¨ªe. Se encuentra exhausto. Se ha mareado de debilidad en el viaje en coche desde el hospital.
Tiene la piel de la cara y del cuello muy brillante, requemada, fruto de pasarse d¨ªas enteros de pie al sol en el puente de mando a fin de encontrar en el horizonte alg¨²n barco que les rescatase. ?l y el patr¨®n del barco, Jos¨¦ Quevedo, fueron rescatados el viernes a 300 kil¨®metros al sur de Gran Canaria despu¨¦s de flotar durante 23 d¨ªas sin motor ni bater¨ªa ni radio. "Jam¨¢s volver¨¦ a navegar", se promete el viejo capit¨¢n Herrera un rato despu¨¦s, al salir de la casa de la vecina, "jam¨¢s", repite.
Los motores se averiaron a las pocas horas de salir de Barbate
Los tripulantes aprovecharon las corrientes para acercarse a Canarias
El 13 de marzo, Jos¨¦ Quevedo, de 61 a?os, y Herrera partieron del puerto de Barbate rumbo a Gran Canaria. El primero se hab¨ªa comprado el barco por Internet, un peque?o pesquero de dos motores y 10 metros de eslora, y pidi¨® a su amigo que lo pilotase. La traves¨ªa iba a durar tres o cuatro d¨ªas. Herrera, un marinero retirado, un tipo solitario, poco hablador y algo mis¨¢ntropo, no se lo pens¨® mucho y accedi¨®. Al zarpar, Quevedo prometi¨® a sus hijos llamarles cada 100 millas. No los llam¨® ni una vez. Sus hijos s¨ª que le llamaron pero para su desesperaci¨®n, la ¨²nica vez que alguien respondi¨® el que lo hizo fue un desconocido que hablaba en ¨¢rabe dialectal marroqu¨ª. El 15 de marzo pusieron el caso en manos de las autoridades. Ese d¨ªa, Lourdes Quintana, la vecina de Cristo, contact¨® con la familia Quevedo. Todos ten¨ªan las mismas preguntas: ?Qu¨¦ hab¨ªa pasado? ?Qui¨¦n era ese marroqu¨ª que respondi¨® una vez al m¨®vil? ?D¨®nde estaban?
El viernes, cuando todo hab¨ªa terminado, en la sala de Urgencias donde le examinaban, el capit¨¢n Herrera tuvo tiempo de responder a su amiga: seg¨²n le explic¨®, a las pocas horas de zarpar, fall¨® uno de los motores y las bater¨ªas encargadas de generar electricidad. Poco despu¨¦s, fall¨® el otro motor. En pocas horas se hab¨ªan quedado sin radio y sin potencia. Comenzaron a alarmarse. Entonces, un barco pesquero marroqu¨ª se les acerc¨®. No les ayudaron mucho. Herrera asegur¨® a Lourdes que uno de los pescadores rob¨® el m¨®vil de Quevedo. De ah¨ª la respuesta cuando los hijos llamaron a su padre. El tel¨¦fono de Herrera se qued¨® primero sin cobertura y luego sin bater¨ªa.
Los d¨ªas siguientes fueron peores. El viejo capit¨¢n jubilado utiliz¨® toda su habilidad marinera para intentar gobernar un barco ingobernable. At¨® una manta a modo de vela. Consigui¨® que el barquito fluyera por la corriente buena, la que apuntaba a las islas. De hecho, las atraves¨®, ya que el barco naveg¨®, en direcci¨®n sur, por el pasillo mar¨ªtimo que separa Gran Canaria de Fuerteventura. Pasaron relativamente cerca de la costa pero nadie les vio o los que los vieron nunca supieron que a bordo viajaban dos condenados a muerte. Desde el puente, ajeno al sol que le quemaba la cara y los hombros, el viejo capit¨¢n examinaba el horizonte en busca de los buques que tambi¨¦n aprovechaban esa corriente. Vieron cerca de 30. A todos les hicieron se?as: con los brazos, con las s¨¢banas, con las 30 bengalas que guardaban en el interior del barco. En vano. "Incluso Cristo me dijo que uno de esos barcos par¨®, los vio, y se fue sin ayudarles", explica Lourdes. "?C¨®mo es posible que no los vieran las patrulleras que se supone que ten¨ªan que buscarles? ?C¨®mo los buscaron?", se pregunta.
Salvamento Mar¨ªtimo investigar¨¢ el hecho debido a que no se explica muy bien el incidente, informa Juan Manuel Pardellas. Tambi¨¦n la polic¨ªa y la Guardia Civil interrogar¨¢n a los dos marineros para descubrir los fallos que anularon los motores y las bater¨ªas y aclarar la ruta utilizada.
Siempre tuvieron agua, pero la comida se acab¨® el decimoquinto d¨ªa de navegaci¨®n. Adem¨¢s, el viernes por la ma?ana en el barco el capit¨¢n jubilado supo otra cosa: les quedaba poco tiempo, no m¨¢s de 24 horas, para ser rescatados. Cuando se cumpliese ese plazo, entrar¨ªan en otra corriente diferente que le arrastrar¨ªa sin remedio hacia el oeste, de la misma manera que lleva a?os empujando hacia Brasil a los cayucos que fracasan en su intento de alcanzar Canarias. O se salvaban ese d¨ªa o morir¨ªan de sed y de locura en alg¨²n lugar entre Am¨¦rica y Canarias.
Entonces, la ma?ana de ese mismo viernes, pocas horas antes de que el barco virara hacia la muerte, vieron un mercante de bandera chipriota. Volvieron a hacer se?as, a mover las s¨¢banas. Harto de que nadie les hiciese caso, Quevedo se tir¨® de cabeza para llamar la atenci¨®n. Los del mercante supieron entonces que se las ten¨ªan ante un loco o un desesperado y pararon las m¨¢quinas para sacarlo del agua.
As¨ª, un d¨ªa despu¨¦s, cuando pod¨ªa estar rumbo a Brasil en un ata¨²d flotante, el viejo capit¨¢n solitario abr¨ªa la puerta de su adosado de Agaete. Y juraba no volver a navegar en lo que le queda de vida.
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