'V¨¦rtigo', la espiral necr¨®fila
Ma?ana por 9,95 euros, con EL PA?S, un DVD y un libro de Hitchcock
La existencia como una espiral, que da vueltas indefinidas alrededor de un punto, de una vida, de una mujer que regresa de entre los muertos. Madeleine, un enigma, una ilusi¨®n, una ir(realidad). Un ente que inspira el amor, que sugiere el sexo, que provoca la necrofilia. V¨¦rtigo es una espiral. Los impactantes t¨ªtulos de cr¨¦dito de Saul Bass ya lo dan a entender. Los acontecimientos pueden repetirse, tambi¨¦n las vidas. F¨ªsicamente, mentalmente. En 1958, Alfred Hitchcock construy¨® su pel¨ªcula m¨¢s compleja, m¨¢s pl¨¢cida, m¨¢s enso?adora, m¨¢s visual. Acaso su mejor obra.
Basada en una novela de Pierre Boileau y Thomas Narcejac, los autores de Las diab¨®licas (adaptada al cine por Henri-Georges Clouzot en 1955), V¨¦rtigo podr¨ªa haber sido una simple pel¨ªcula de misterio. En manos de Hitchcock es otra cosa: un cuento de amor y horror sobre la obsesi¨®n por un ideal amoroso-sexual. Como dice el propio director en el m¨ªtico libro-entrevista El cine seg¨²n Hitchcock, de Fran?ois Truffaut: "Para decirlo de manera sencilla, este hombre quiere acostarse con una muerta; esto es necrofilia". Pocas veces una historia se ha contado de una forma m¨¢s cinematogr¨¢fica, entendida ¨¦sta como un despliegue de recursos nacidos exclusivamente del s¨¦ptimo arte; no de la literatura, el teatro o la pintura. V¨¦rtigo es pura puesta en escena, composici¨®n visual, montaje, tempo. Casi una pel¨ªcula muda; de hecho, en buena parte de su acontecer no hay di¨¢logos, s¨®lo el seguimiento de un detective jubilado a una mujer que parece pose¨ªda por el esp¨ªritu de un antepasado. La portentosa partitura de Bernard Herrmann coloca a ambos personajes en un paseo por el amor y la muerte, m¨¢s all¨¢ de la ciudad de San Francisco, donde se desarrolla la trama. El apesadumbrado James Stewart y la sensual Kim Novak parecen ser habitantes de un sue?o fatal. Hitchcock y su director de fotograf¨ªa, Robert Burks, componen de este modo un proyecto crom¨¢tico dominado por el rojo y el verde, casi surreal. Un restaurante donde las paredes parecen pintadas de fuego, de sangre. Un apartamento cubierto por una neblina esmeralda, proveniente de un anuncio de ne¨®n, que traspasa la ventana, que recubre los cuerpos. Y as¨ª, reci¨¦n llegada de entre los muertos, la segunda Madeleine se convierte en la primera Madeleine. Pose¨ªda, reconvertida, resucitada. De toda la historia del cine, quiz¨¢ s¨®lo otras dos pel¨ªculas hayan plasmado de una forma tan po¨¦tica la frontera entre vida y muerte: la m¨ªstica La palabra (1955), de Karl Theodor Dreyer, y la rom¨¢ntica Jennie (1948), de William Dieterle.
Para facilitar el trabajo de sus int¨¦rpretes, Hitchcock hab¨ªa apuntado en el margen del gui¨®n escrito por Alec Coppel y Sam Taylor: "Y ella est¨¢ en sus brazos, apretada contra ¨¦l, y ¨¦l la sujeta firmemente, con desesperaci¨®n, mientras la besa con pasi¨®n. El beso termina, pero ellos permanecen abrazados, y los ojos de ¨¦l est¨¢n llenos de dolor y de emoci¨®n, por odiarla y odiarse a s¨ª mismo, por amarla pese a todo". M¨¢s all¨¢ de cualquier raciocinio, inmerso en la espiral necr¨®fila.
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