Los Rolling Stones son esto y m¨¢s
Desde su prometedor bautizo, el cine de ese individuo volc¨¢nico, complejo, barroco, desasosegante, excesivo y frecuentemente genial llamado Martin Scorsese se ha distinguido por su personalidad visual, por una c¨¢mara y un sentido del montaje tan exuberantes y tortuosos como las historias que desarrolla. Tambi¨¦n resulta transparente su fijaci¨®n con los personajes autodestructivos y neur¨®ticos, con su catarsis y su derrota. Para bien y para mal, todo en ¨¦l desprende autor¨ªa, su inconfundible mirada hacia las personas y las cosas. Esa obra, como la de Hitchcock, Keaton y Welles, irreemplazables creadores de formas visuales, resultar¨ªa hipn¨®tica aunque estuviera desprovista de palabras, esas im¨¢genes son tan potentes que podr¨ªan prescindir de la banda sonora. Pero si algo resulta obvio en el cine de Scorsese es su amor por la m¨²sica, su impresionante o¨ªdo para ambientar y potenciar historias y situaciones con los sonidos que precisan. Y entiendes que el alma de este hombre es mel¨®mana, que se ha forjado y alimentado desde siempre con canciones, que ha mamado en proporci¨®n similar de las pel¨ªculas y de la m¨²sica.
No es la obra maestra que pod¨ªamos esperar de la alianza entre un cineasta grandioso y unos m¨²sicos m¨¢s all¨¢ del bien y del mal
Por ello, sab¨ªamos que antes o despu¨¦s este hombre rendir¨ªa tributo a su eterna pasi¨®n y nacer¨ªa algo tan elegiaco, melanc¨®lico, emocionante y hermoso como El ¨²ltimo vals. El pretexto podr¨ªa ser rutinario o prosaico, la despedida en un concierto de los intensos legionarios del emperador Dylan, de un grupo con carne y sentimiento llamado The Band. Sin embargo, el retorcido cachorro de Little Italy inyecta poes¨ªa a ese adi¨®s, transforma un recital en la cr¨®nica de una generaci¨®n, de una forma de ser y de actuar que ya no puede seguir on the road si aspira a la supervivencia, de recuerdos con aroma legendario y retratos de la marginalidad. Y lo que vemos y o¨ªmos ilustra y conmueve, posee la atm¨®sfera de las mejores narraciones. La dicha es total cuando las c¨¢maras y los micr¨®fonos de Scorsese captan la mitol¨®gica actuaci¨®n de un Van Morrison en estado de trance aullando Caravan, el muy macho Muddy Waters record¨¢ndonos obsesivamente que es un hombre, el magn¨¦tico lamento de Neil Young pidiendo ayuda en la desgarradora Helpless, Dylan dese¨¢ndonos en Forever young algo tan agradecible y ut¨®pico como que mantengamos limpio nuestro coraz¨®n y que se cumplan nuestros deseos. En la traca final, despu¨¦s de que el confederado Robbie Robertson y su banda de forajidos se lamenten con acento ¨¦pico de aquella noche en la que cay¨® la vieja Dixie, todas esas leyendas con causa unir¨¢n sus voces asegur¨¢ndonos la certidumbre dylaniana de que alg¨²n d¨ªa seremos liberados. Y aunque haya visto cien veces El ¨²ltimo vals, cuando llega ese cl¨ªmax s¨¦ que un nudo me va a oprimir la garganta y que la l¨¢grima exige salir.
Con tan l¨ªricos antecedentes sab¨ªamos que era cuesti¨®n de tiempo que Scorsese le echara el anzuelo al rey Dylan, al enigma con perpetuo poder de fascinaci¨®n, al que contando lo que le ocurr¨ªa a ¨¦l mediante canciones cr¨ªpticas, b¨ªblicas, misteriosas, duras, ¨¢cidas, tiernas, simb¨®licas, expresionistas, surrealistas, preciosas e intemporales conectaba con la sensibilidad, anhelos, traumas, volcanes an¨ªmicos y colocones psicod¨¦licos de varias generaciones de norteamericanos. Tambi¨¦n sab¨ªamos que el retrato del significado de Dylan no ser¨ªa hagiogr¨¢fico, esquem¨¢tico ni previsible, sino profundo, complejo y turbador. Y as¨ª es. No direction home es un documental sobre un artista singular y un fen¨®meno sociol¨®gico, pero a la vez es una clase magistral sobre la historia de una ¨¦poca convulsiva y trascendente de Estados Unidos. Realizado con el lenguaje y la atm¨®sfera del gran cine, logrando algo tan problem¨¢tico como que el involuntario gur¨² acepte hablar de s¨ª mismo delante de una c¨¢mara, lo ¨²nico lamentable de este impagable documento es que s¨®lo dure tres horas y media. Pasan volando. Ya es un cl¨¢sico. El Picasso de la m¨²sica contempor¨¢nea ha encontrado un retratista a su altura art¨ªstica. Como debe ser.
Scorsese siempre que hablaba de las malas calles se las ingeniaba para que la m¨²sica de los Rolling Stones ambientara fugaz o perdurablemente el peligroso y existencial paseo. O sea: ritmo, sexo, energ¨ªa, electricidad, transgresi¨®n, violencia, pasote, pura e impura vida. El encuentro entre los incombustibles parientes de Fausto y su ancestral admirador ya se ha producido. Y el resultado me sabe a poco porque lo esperaba todo. Se titula Shine a light. Comienza bien. Describiendo la preparaci¨®n de Scorsese para filmar un concierto casi en familia de los Stones (quiero decir: en compa?¨ªa del pol¨ªtico Bill Clinton y de su familia, tan escasamente stonianos ellos, aunque a Bill le encanten las felaciones de las fans) en un m¨ªtico teatro de Nueva York y el mosqueo de ¨¦stos ante el foll¨®n de c¨¢maras y de cables que ha montado Scorsese en el escenario. El hechizo no dura mucho. El resto es una filmaci¨®n mod¨¦lica del poder¨ªo, la sensualidad y la magia que desprenden desde hace 45 a?os los conciertos de esta gente verdaderamente alucinante. Jam¨¢s se hab¨ªan recogido con tanta fuerza las esencias en directo de los Stones. Normal. Se encarga de ello un virtuoso de la imagen y del montaje. Pero me parece un desperdicio que el gran narrador tenga a su disposici¨®n material tan suculento y no investigue en lo que han supuesto estos t¨ªos para la segunda mitad del siglo XX, que no les desnude, que no los explique, que no los exprima. El trabajo que ha hecho Scorsese es el de un t¨¦cnico superdotado, no el de un artista plasmando una vieja revoluci¨®n de efectos masivos y perdurables que se resiste a morir.
Y habr¨¢ que guardar con celo Shine a light. Como Stop making sense, Berlin y Neil Young. Pero no es la obra maestra que pod¨ªamos esperar de la alianza entre un cineasta grandioso y unos m¨²sicos que ya est¨¢n m¨¢s all¨¢ del bien y del mal.
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