Flores para Machado
Luz radiante en el puerto de Collioure
Dejar el mercado de la plaza del Mar¨¦chal Leclerc, bajar por la calle de Camille Pelletan hasta el paseo mar¨ªtimo -saludar a las barcas de vela latina amarradas en el puerto-, sentarse en alguna de las terrazas -a poder ser, la del Petit Caf¨¦- cuidando de guardar la misma distancia respecto del Ch?teau Royal y de la iglesia de Notre Dame des Anges, pedir un gin-tonic al camarero y dejar pasar la tarde con la vista repartida entre el mar y la bah¨ªa, fueron ¨¦sas las instrucciones que hab¨ªamos recibido; con eso, nos dijeron, ya tienes pagado el viaje, y no se equivocaban. El campanario de la iglesia a un lado -construido sobre las instalaciones de un antiguo faro de piedra- y la silueta del castillo templario al otro enmarcan y protegen la playa y el embarcadero, y no es dif¨ªcil pensar en abandonarse all¨ª hasta que alg¨²n accidente natural o climatol¨®gico nos fuerce a llevar a cabo alg¨²n tipo de movimiento, pero la tarde avanza y es el hambre el que nos obliga a movernos, a recorrer el lugar y a enterarnos de sus secretos. He aqu¨ª a grandes rasgos lo que fuimos averiguando.
Collioure es un poblado medieval ubicado en la costa del Rosell¨®n, all¨ª donde los Pirineos se encuentran con el Mediterr¨¢neo. Destino privilegiado de navegantes fenicios, griegos y romanos, en el a?o 673 devino definitivamente puerto comercial bajo la ocupaci¨®n de los visigodos, que lo bautizaron con el nombre de Caucoliberis (puerto de Elne). Entre los a?os 1276 y 1344 se convirti¨® en la residencia de verano de los reyes de Mallorca, y en 1462, recuperado el territorio por parte de Francia, se modificaron las fortalezas y la localidad adquiere su actual fisonom¨ªa. Desde entonces, los colores y la luminosidad de Collioure han inspirado a m¨¢s de un artista.
Barra en forma de proa
Hay sobre la calle de Camille Pelletan, justo frente al castillo, un bar-restaurante llamado Les Templiers, en cuyas paredes cubiertas de cuadros puede leerse parte de la historia art¨ªstica del poblado. Casi todos los nombres ilustres asociados a la villa -no son pocos- tienen alguna an¨¦cdota que se relaciona con el lugar, cuya barra adopta la forma de la proa de un barco. Cuentan que en el verano de 1905, y rastreando la luz inspiradora, lleg¨® hasta all¨ª el pintor Henry Matisse, y que, fascinado por su hallazgo, pidi¨® inmediatamente a su amigo Andr¨¦ Derain que le siguiera. La deslumbrante luminosidad del paisaje, as¨ª como la explosiva y arm¨®nica combinaci¨®n de colores, detonaron en ambos la necesidad de formas nuevas en las que poder plasmar toda aquella voluptuosidad. Nac¨ªa as¨ª el primer movimiento vanguardista del siglo XX, el fauvismo, que negando los preceptos cl¨¢sicos en el uso del color y de la perspectiva abr¨ªa el campo para toda suerte de exploraciones. "El cuadro debe poseer un poder de generaci¨®n luminosa. Ese poder se revela cuando la composici¨®n, puesta en la sombra, conserva su calidad y cuando, puesta al sol, resiste su destello", explicaba su fundador en el Sal¨®n de Oto?o de ese mismo a?o. Al parecer, ambos amigos (as¨ª como tambi¨¦n Dufy, Maillol, Juan Gris o el propio Picasso) fueron asiduos visitantes de Les Templiers, en cuyo libro de hu¨¦spedes a¨²n se conserva un dibujo de Collioure realizado por Matisse.
Pasear por el casco antiguo -el barrio de Mour¨¦- nos pone en contacto con las innumerables galer¨ªas de arte que ofrecen sus obras al p¨²blico. Las calles estrechas y llenas de pendientes parecen rendir tributo, en el colorido de sus paredes, a los trazos de los maestros que lo supieron descubrir. Hay de hecho toda una ruta del fauvismo, a trav¨¦s de la cual se puede comprender mejor el nacimiento del movimiento, veinte diferentes perspectivas con su correspondiente reproducci¨®n de la obra que la inmortaliz¨®. Los mi¨¦rcoles y los domingos se coloca en la plaza un alegre mercado que parece haber sido sacado del decorado de una pel¨ªcula. En el mismo sitio en el que antes no hab¨ªa nada se reparten ahora los puestos de especias y de esponjas, de quesos, panes y frutas, de flores y de ostras para tomar all¨ª con vino blanco. Es tal el colorido que inunda los sentidos que uno ser¨ªa capaz de comprarlo todo. Como para satisfacer la ansiedad, nos hacemos con un par de botellas de vino, un trozo de pan y alguna que otra variedad de queso; las anchoas, al parecer, son la especialidad del lugar.
Al salir compramos flores. A pocos metros de la entrada al cementerio de Collioure se encuentra la tumba en la que las depositamos. A grandes rasgos conoc¨ªamos la historia de Machado, de su muerte desterrada en las calles que nos cobijan. No sab¨ªamos, sin embargo, que junto a ¨¦l yace su madre, y al comparar las fechas de una tumba y de otra el alma se nos encoge: ella se fue tres d¨ªas despu¨¦s que su hijo, palpable recordatorio de la forma en que el dolor puede extinguir una vida.
Historia de familia
Por la noche, un descubrimiento agradable. Las mesitas del Petit Caf¨¦ que por la tarde nos recibieron pertenecen a un local del mismo nombre que se encuentra dentro del muro, en la calle de la Prud'homie. Animo a cualquiera a que se d¨¦ una vuelta por ah¨ª. Ya quisiera el mejor barrio de la capital m¨¢s coqueta contar con un bar dise?ado con tanto esmero. Las acuosas formas del techo se combinan con las terminaciones art nouveau de la barra y con las reproducciones de Alphonse Mucha que inspiraron al arquitecto parisiense que lo dise?¨®. Su cantinero yugoslavo, el se?or Hicolitch, nos explica que pertenece al mismo due?o de Les Templiers, y nos pone al tanto de paso de la historia de la familia. Al parecer, el actual due?o hered¨® el negocio de su padre, y ¨¦ste, del suyo, el fundador de la saga. Este ¨²ltimo, el primero de los Pous, fue el encargado de recibir y dar de comer a los pintores fauvistas y tambi¨¦n a alg¨²n que otro escritor. ?Han visitado ustedes la tumba de Patrick O'Brian?, nos pregunta Rajko Hicolitch. Le explicamos que no sab¨ªamos que estuviera enterrado all¨ª y nos enteramos de que vivi¨® cincuenta a?os en Collioure, que fue all¨ª donde escribi¨® la mayor parte de su obra, incluidas las aventuras del capit¨¢n Jack Aubrey y de su amigo el doctor Stephen Maturin, sobre las que se bas¨® luego el gui¨®n de Master and comander. Parece que la cosa viene de cementerios. Al d¨ªa siguiente tenemos planeado regresar por la ruta de la costa y pasar a visitar el memorial de Walter Benjamin, en Portbou. Una escalera que desciende al mar nos recuerda el punto exacto en el que, asediado por ambos costados -nazis de un lado, franquistas del otro-, decidi¨® poner fin a su interminable huida.
Dejar el mercado de la plaza del Mar¨¦chal Leclerc, bajar por la calle de Camille Pelletan hasta el paseo mar¨ªtimo -saludar a las barcas de vela latina amarradas en el puerto-, sentarse en alguna de las terrazas -a poder ser, la del Petit Caf¨¦- cuidando de guardar la misma distancia respecto del castillo y de la iglesia, pedir un gin-tonic al camarero y dejar pasar la tarde con la vista repartida entre el mar y la bah¨ªa, fueron ¨¦sas las instrucciones que hab¨ªamos recibido. Obedecemos y mientras lo hacemos el aire se ti?e de despedidas. A nuestra memoria viene de pronto el epitafio de Machado: "Y cuando llegue el d¨ªa del ¨²ltimo viaje, y est¨¦ al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontrar¨¦is a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar". Que as¨ª sea.
JAVIER ARG?ELLO es autor de Siete cuentos imposibles (Lumen)
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.