Sillas para los ojos
Hay sinsentidos que, por ser legendarios, terminamos por no ver. Las exposiciones de sillas rozan, con frecuencia, ese umbral. A menudo muestran los mismos asientos que los escaparates de las tiendas de muebles. S¨®lo que, dentro del museo, no los podemos tocar. La intendencia de galer¨ªas, que toman prestadas y aseguran las piezas, convierte un roce en un desbarajuste. Y una sucesi¨®n de desbarajustes arruinar¨ªa el presupuesto de cualquier centro.
Sin ¨¢nimo de desearle la ruina a nadie, convendr¨ªa plantearse si una silla puede juzgarse sin sentarse en ella. Hacerlo equivaldr¨ªa a juzgar un guiso por su apariencia o un libro por su portada, cosa que tambi¨¦n es hoy moneda habitual. No es una novedad decir que vivimos inmersos en una cultura visual que nos est¨¢ embotando el resto de los sentidos. Pero podr¨ªa serlo afrontar que estamos permitiendo esa atrofia. Resulta poco cabal dar a conocer un asiento sin poder probarlo.
Estos d¨ªas, en el Design Museum de Londres podemos ver qui¨¦n fue Jean Prouv¨¦. Pero ni sue?en con probar las sillas que dise?¨®. El MOMA de Nueva York muestra el dise?o el¨¢stico de nuestro tiempo, pero nada de sentarse en ¨¦l. Todas esas exposiciones que cuelgan sillas o las encierran en vitrinas resultan incompletas: una pel¨ªcula sonora con el audio estropeado. Es cierto que muchas de las sillas que han pasado a la historia han tenido m¨¢s fuerza como icono que como asiento. No es malo hablar con sillas. Gerrit Rietveld, cuyas butacas pueden verse en el Museo de Artes Decorativas de Madrid, empez¨® por cambiar una silla, la roja & azul, y termin¨® por revolucionar una casa, la Schroder, atendiendo a la misma inspiraci¨®n neoplasticista. Si la silla es el mueble que m¨¢s usamos y con el que m¨¢s decimos, ?ser¨ªa mucho pedir poder probarlas en las galer¨ªas y en los museos?
Dec¨ªa Oscar Wilde que la ¨²nica disculpa para lo in¨²til es admirarlo intensamente. Sin duda hay sillas intensamente admirables. En algunas incluso se puede uno sentar.
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