Por un presente apasionante
La llegada de la primavera en Par¨ªs no se deja sentir realmente hasta el mes de mayo. Una actividad efervescente se apodera entonces de la calle, con una alegr¨ªa comparable a la explosi¨®n de los brotes en el campo. La revuelta de Mayo de 1968 sorprendi¨® a la sociedad francesa, pero ten¨ªa algo de previsible y natural, como un fen¨®meno meteorol¨®gico. Claro est¨¢ que la efusi¨®n primaveral no es suficiente para explicarla. Fue una especie de tormenta o floraci¨®n cuyas motivaciones est¨¢n a¨²n por desvelar.
Para una adolescente de 15 a?os, pocos d¨ªas antes de mayo el porvenir se limitaba al horizonte mortecino de una sociedad satisfecha, que parec¨ªa querer repetir sus modelos al infinito. En las clases el hast¨ªo era la ¨²nica asignatura en la que buenos y malos alumnos destacaban por igual. En las f¨¢bricas no se tem¨ªa el paro, pero s¨ª tener que pasar el resto de la vida bajo la autoridad abusiva de un mismo patr¨®n. Los j¨®venes se rebelaban contra las guerras de Argelia y de Vietnam, se sent¨ªan ellos mismos v¨ªctimas del imperio de las viejas generaciones que pon¨ªan freno a sus aspiraciones de libertad. El movimiento estall¨® entonces como un cometa resplandeciente en el cielo gris parisino, ahuyentando las sombras de un largo y mon¨®tono invierno.
Con el solo poder de la imaginaci¨®n, la revuelta consigui¨® plantar cara a las medidas m¨¢s severas del poder
El Mayo del 68 franc¨¦s es una conquista hist¨®rica del derecho a rehacer la tradici¨®n del conocimiento
Los estudiantes de la Universidad de Nanterre, abierta s¨®lo tres a?os antes en la periferia oeste de la capital, se declararon en huelga y ocuparon los anfiteatros. Cuando la polic¨ªa entr¨® a desalojarlos, los estudiantes salieron a la calle, se vieron ante la posibilidad de convertirse en h¨¦roes de novela tras las barricadas, reencarnando el entusiasmo revolucionario de otros tiempos: 1789, 1848, la Comuna de 1871.
La juventud no quer¨ªa un porvenir asegurado, sino un presente apasionante. El d¨ªa 10 de mayo, v¨ªspera de la noche de las barricadas, el diario Le Monde public¨® un art¨ªculo firmado por Sartre, Blanchot, Gorz, Klossowski, Lacan, Lefebvre y Nadeau, en el que los escritores expresaban su solidaridad con el movimiento estudiantil, subrayando el alcance de su rebeli¨®n contra la sociedad del bienestar, su denuncia de las mentiras del poder pol¨ªtico y los medios de comunicaci¨®n. Cuantos se consideraban aplastados por el peso de la jerarqu¨ªa se sintieron de pronto con derecho a ponerla en entredicho. Del 18 de mayo al 7 de junio, nueve millones de franceses permanecieron en huelga, el pa¨ªs se vio paralizado, las calles de Par¨ªs rebosaban de transe¨²ntes desocupados que so?aban con otra vida. Los trabajadores eran invitados a hablar en las universidades, mientras los estudiantes vend¨ªan La Voix du Peuple a las puertas de las f¨¢bricas ocupadas por los huelguistas.
Los estudiantes rebeldes no se movilizaron s¨®lo para defender los derechos costosamente adquiridos por el movimiento obrero. Quer¨ªan cruzar los l¨ªmites m¨¢s all¨¢ de los cuales era posible otra manera de pensar, otro lenguaje, como el de los esl¨®ganes que desde las paredes molestaban a la raz¨®n con sus paradojas. En una conversaci¨®n con el l¨ªder estudiantil Daniel Cohn-Bendit, publicada en Le Nouvel Observateur, el fil¨®sofo Jean-Paul Sartre pon¨ªa el dedo en la llaga, extrayendo la idea esencial: "Lo m¨¢s interesante de vuestra acci¨®n es que coloca la imaginaci¨®n en el poder. Algo ha salido de vosotros que extra?a, que atropella, que reniega de todo lo que ha hecho que nuestra sociedad sea lo que actualmente es. Es lo que yo llamar¨ªa la extensi¨®n del campo de lo posible".
Con el solo poder de la imaginaci¨®n, la revuelta consigui¨® ocupar durante un tiempo el centro de la ciudad, plantando cara a las medidas m¨¢s severas del poder, cuestionando la autoridad de los viejos ense?antes, aferrados a sus tesis inamovibles. Ten¨ªa un sentido cultural, quer¨ªa reinventar la tradici¨®n. Los j¨®venes no se contentaban con saber, pretend¨ªan descubrir por s¨ª mismos. Lo que imaginaban era ut¨®pico, pero respond¨ªa a la naturaleza de las cosas. Su utop¨ªa estaba condenada por una fatalidad comparable a la necesidad que la hab¨ªa hecho posible.
El brote revolucionario del 68 parisino se repiti¨® en la primavera del 69, del 70, con el retorno del buen tiempo, aunque cada vez m¨¢s d¨¦bil. La reacci¨®n no tard¨® en ridiculizar sus excesos evidentes, en cuanto perdi¨® el miedo al fantasma de lo desconocido. Los llamados nuevos fil¨®sofos le prestaron su l¨®gica obvia y perezosa, denunciando un gulag al cabo de toda pretensi¨®n revolucionaria, precursores de la disoluci¨®n del bloque sovi¨¦tico ante los embates de la sociedad de consumo.
La revuelta que desde Nanterre hab¨ªa ganado los venerables muros de La Sorbona fue desalojada de nuevo hacia la periferia, esta vez al este de Par¨ªs. Todav¨ªa en 1977 se respiraba en la universidad libre de Vincennes un ambiente heredado del 68: proclamas de todas las causas conviv¨ªan con los mercadillos. Parec¨ªa evidente que el objetivo de la autoridad era que el movimiento se ahogase en su propio humo. Pero el atractivo de Vincennes era la n¨®mina de pensadores de primer orden que all¨ª impart¨ªa clases: Deleuze, Ch?telet, Lyotard, Sch¨¦rer.
Retomando lo esencial del razonamiento sartreano, Gilles Deleuze defend¨ªa con energ¨ªa y elegancia la necesidad de preservar el esp¨ªritu del 68. Desde?ando el af¨¢n de primera plana de los nuevos fil¨®sofos, insist¨ªa en que lo que puso al general De Gaulle contra las cuerdas no fue un programa de toma del poder, sino un estado de conciencia extendi¨¦ndose por las calles como un virus. El fracaso de toda revoluci¨®n s¨®lo se confirma desde la l¨®gica de quienes la consideran imposible de antemano. Pero el realismo reaccionario es tan parad¨®jico como las pintadas que reclamaban con urgencia lo imposible: tiene prisa por reducir una renovaci¨®n vital de la conciencia a un fen¨®meno marginal del pasado.
"Por mucho que el acontecimiento sea ya antiguo, no consiente en quedarse atr¨¢s, porque es apertura hacia lo posible. Pasa al interior de los individuos tanto como al espesor de una sociedad. Hubo mucha agitaci¨®n, gesticulaci¨®n, palabrer¨ªa, tonter¨ªas e ilusiones en el 68, pero eso no es lo que cuenta. Lo que cuenta es que fue un fen¨®meno de videncia, como si una sociedad viera de golpe lo que conten¨ªa de intolerable y viera tambi¨¦n la posibilidad de otra cosa". En este art¨ªculo publicado en Les Nouvelles Litt¨¦raires en mayo de 1984, bajo el t¨ªtulo 'Mai 68 n'a pas eu lieu', Gilles Deleuze y F¨¦lix Guattari sosten¨ªan que lo que hab¨ªa fracasado no era la revuelta, sino la sociedad europea en su incapacidad para hacerse cargo de la "nueva subjetividad" que la revuelta expresaba, y que iba a prolongarse, pese a todo, en incontables herederos de una cultura hija a la vez de la universidad y de la calle.
La propia movida tradujo en Espa?a a su manera ese nuevo estado de conciencia creadora, quiz¨¢ mejor que las ideolog¨ªas izquierdistas. A cuatro d¨¦cadas del 68, la movida se ha reducido, sin embargo, a un reciclaje de mercanc¨ªas inocuas, mientras las ideolog¨ªas de izquierda se debaten todav¨ªa con la dificultad para renovar su lenguaje, obstaculizadas por la inercia de los medios.
Conviene por tanto rememorar con nitidez el alcance de aquellos hechos sin precedentes. Nicolas Sarkozy los resume como una imprudente puesta en cuesti¨®n del principio de autoridad, que desde entonces no ha recuperado argumentos para educar convenientemente a los j¨®venes. Olvida que la educaci¨®n tradicional, basada desde antiguo en la patria potestad, en la propiedad legitimada por la dominaci¨®n, hab¨ªa sido puesta en tela de juicio muchas veces su superioridad moral. Forzada a ampliar el concepto de democracia, la autoridad hab¨ªa perdido nuevamente su derecho a la raz¨®n, lo hab¨ªa cedido de buen grado en el mercado de masas a cambio de nuevas formas de enriquecimiento veloz.
Desde esta perspectiva, el Mayo del 68 franc¨¦s es una conquista hist¨®rica del derecho a rehacer la tradici¨®n del conocimiento, a cuestionar p¨²blicamente el origen del poder que autoriza a educar, llevando los problemas de conciencia al centro mismo de la sociedad de consumo. Dej¨® en el aire preguntas a las que no podremos seguir dando la espalda durante mucho tiempo.
Catherine Fran?ois es escritora. Licenciada en Letras Modernas en la Universidad de La Sorbona de Par¨ªs y en Filolog¨ªa Francesa en la Complutense de Madrid. Santiago Auser¨®n m¨²sico, letrista y cantante de Radio Futura. Licenciad¨® en Filosof¨ªa en la Complutense. Inici¨® el doctorado en Vincennes bajo la direcci¨®n de Gilles Deleuze.
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